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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS
DE LA REPÚBLICA CHECA


Nunciatura apostólica de Praga
Viernes 25 de abril de 1997

 

Señor cardenal;
amadísimos hermanos en el episcopado:

1. He deseado vivamente este encuentro con vosotros, que tenéis la responsabilidad de guiar en la fe y gobernar en la caridad al pueblo de Dios en estas regiones. Doy gracias a Dios porque tengo la oportunidad de estar hoy aquí entre vosotros, en esta casa que es acogedora para todos, porque es, en cierto sentido, la casa del Papa.

Os agradezco el esmero con que habéis preparado esta visita. Ojalá que produzca abundantes frutos de renovación en la vida cristiana de vuestras respectivas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, cuyo número ha aumentado en pocos años con la reciente erección de las diócesis de Plzeo en Bohemia y de Ostrava-Opava en Moravia y Silesia.

Os saludo con afecto a cada uno, comenzando por usted, amadísimo cardenal arzobispo de Praga y sucesor de san Adalberto, y usted, monseñor arzobispo de Olomouc, recordando con placer la acogida que me brindaron usted y sus fieles durante la peregrinación de hace dos años. Dirijo un saludo especial también a monseñor Karel Otčenášek, en cuya diócesis tendré la alegría de celebrar, mañana, la santa misa para la juventud. Veo con satisfacción al exarca apostólico del nuevo exarcado para los fieles de rito bizantino-eslavo residentes en la República Checa. Además de los obispos residenciales, deseo saludar a los auxiliares, entre los que se hallan los dos de Praga, que han recibido recientemente la ordenación episcopal.

Estoy aquí para dar gracias a Dios, junto con vosotros, por los dones espirituales con que ha bendecido a la Iglesia en Bohemia, Moravia y Silesia durante el decenio de renovación espiritual, convocado por el inolvidable cardenal František  Tomášek, en tiempos aún densos de tinieblas, para preparar a los creyentes al milenario del martirio de san Adalberto.

2. Esta tarde, san Adalberto nos habla de su vida de obispo, devorado por el celo en favor de la grey que se le había confiado y, al mismo tiempo, muy unido a Dios, según el ideal benedictino de oración y acción. La antigua biografía, escrita por Bruno de Querfurt, define de forma lapidaria su fisonomía de obispo: Bene vixit, bene docuit, ab eo quod ore dixit nusquam opere recessit: «Vivió de forma admirable, enseñó de forma admirable; sus obras nunca contradijeron a sus palabras» (Leyenda Nascitur purpureus flos, XI). Asimismo, nos define eficazmente sus virtudes de monje, su amor a la oración, al silencio, a la humildad, a la vida oculta: Erat laetus ad omne iniunctum opus, non solum maioribus sed etiam minoribus oboedire paratus, quae est prima via virtutis: «Se alegraba por cualquier trabajo que le encomendaban; estaba dispuesto a obedecer no sólo a los superiores, sino también a los inferiores, y este es el primer camino de la virtud» (ib., XIV).

Su rica personalidad, su fuerte y amable figura de hombre sensible a los valores de la civilización cristiana, de obispo abierto a las grandes dimensiones europeas, que tuvo el carisma de unir en un solo anhelo de apostolado a las diversas naciones de Europa, constituye para nosotros un modelo. Fue un pastor íntegro y tenaz, que frente a la corrupción y a las debilidades permaneció fiel a la inmutable ley de Dios; fue misionero valiente y responsable, llamado a ampliar cada vez más los horizontes de la evangelización y del anuncio.

3. San Adalberto afrontó en la sociedad de su tiempo, tanto civil como eclesiástica, desafíos de enorme gravedad, comprometiéndose en una obra significativa que, aunque no dio inmediatamente frutos visibles, produjo con el tiempo efectos que aún perduran.

Los desafíos que vosotros, amadísimos obispos, tenéis que afrontar hoy no son menos arduos que los de entonces. Pienso, en primer lugar, en la indiferencia religiosa que, como afirmé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, lleva a muchas personas a vivir como si Dios no existiera o a contentarse con una religiosidad vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y el deber de la coherencia (cf. n. 36). Cuarenta años de opresión sistemática de la Iglesia, de eliminación de sus pastores, obispos y sacerdotes, de intimidación de las personas y de las familias, pesan gravemente sobre la generación actual. Se puede comprobar, en particular, en el ámbito de la moral familiar, como lo ponen de manifiesto algunos datos estadísticos publicados con ocasión del Año internacional de la familia. Casi la mitad de los matrimonios se divorcia o se separa, sobre todo en Bohemia. La práctica del aborto, permitida por las leyes heredadas del pasado régimen, aunque parece estar disminuyendo ligeramente, es aún una de las más elevadas del mundo. Como consecuencia, el fenómeno de la disminución de la natalidad asume proporciones cada vez mayores: ya desde hace algunos años el número de fallecimientos ha superado al de los nacimientos.

Otro desafío para el anuncio del Evangelio es el hedonismo, que se ha introducido en estas tierras desde los países limítrofes, contribuyendo a que la crisis de valores penetre en la vida diaria, en la estructura de la familia e incluso en el modo de interpretar el sentido de la existencia. La difusión de fenómenos como la pornografía, la prostitución y la pederastia es también síntoma de grave malestar social.

Queridos hermanos, vosotros tenéis muy presentes estos desafíos, que impulsan vuestra conciencia pastoral y vuestro sentido de responsabilidad. No deben constituir motivo de desaliento para vosotros, sino más bien ocasión para renovar el compromiso y la esperanza: la misma esperanza que animó a san Adalberto, a pesar de las pruebas, incluso espirituales. Se trata de una esperanza que nace de la conciencia de que «la noche está avanzada, el día se avecina» (Rm 13, 12), porque con nosotros está Cristo resucitado.

En la sociedad se hallan numerosas fuerzas buenas, y muchas de ellas están en las parroquias, donde se distinguen por el compromiso de santificación personal y de apostolado. Espero que, con vuestra ayuda, puedan superar siempre las dificultades y los obstáculos.

4. La familia debe ocupar el centro de vuestra solicitud pastoral. Al ser «iglesia doméstica» es la más sólida garantía para la anhelada renovación con vistas al tercer milenio. Expreso mi aprecio por las múltiples iniciativas y por los varios centros para la familia, que han surgido en todo el país a fin de proporcionar una ayuda concreta a la infancia, a la juventud que atraviesa dificultades y a las madres solteras.

En la familia, íntimamente marcada por usos, tradiciones, costumbres y ritos profundamente impregnados de fe, se encuentra el terreno más adecuado para el florecimiento de las vocaciones. Cuando la voz de los pastores era silenciada por la fuerza, las familias supieron mantener la herencia cristiana de sus antepasados y fueron una fragua de formación cristiana para los hijos, de entre los cuales salieron numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas. La actual mentalidad consumista puede tener repercusiones negativas en el nacimiento y en el cuidado de las vocaciones; de aquí la necesidad de dar prioridad pastoral a la promoción de las vocaciones sacerdotales y de especial consagración.

La familia es también el fulcro formativo de la juventud. La Europa del año 2000 necesita jóvenes generosos, ardientes, puros, que sepan responsabilizarse de su futuro. Amadísimos hermanos en el episcopado, deseo expresar mi aprecio en especial por la solicitud con que seguís el crecimiento humano y espiritual de la juventud. Ya desde el tiempo de la opresión, existía una gran red de actividades, dirigidas por sacerdotes valientes, con vistas a la formación de los jóvenes. De esa forma se llevó a cabo una acción capilar en beneficio de la juventud, con casas de acogida, retiros espirituales y encuentros formativos periódicos. Esa fecunda actividad ha producido muchos frutos de madurez espiritual. Así pues, conviene apoyar, en esta perspectiva, todas las iniciativas de voluntariado que puedan contribuir a la formación de la juventud.

5. Expreso viva complacencia por las actividades caritativas que las diócesis de Bohemia y Moravia realizan mediante organismos apropiados, especialmente la Cáritas. Con su presencia, esas organizaciones pueden sensibilizar la generosidad pública hacia objetivos sabiamente elegidos y presentados. Me refiero en particular a la ayuda que se brinda a las formas ocultas de pobreza, existentes en la patria; a la loable labor que se lleva a cabo para socorrer a las poblaciones de Bosnia-Herzegovina; y a la solicitud por las obras misioneras, los leprosos y los marginados del mundo entero.

Entre las varias formas de presencia de la Iglesia en la República Checa se pueden contar también numerosos movimientos, que en todos los campos pastorales, especialmente en el de la juventud, colaboran en la maduración de las conciencias. Les recomiendo que se mantengan siempre en sintonía con los pastores de la Iglesia, cultivando un auténtico espíritu de colaboración, testimoniado mediante la pronta disponibilidad a acoger las indicaciones pastorales que han emanado en el ejercicio de su responsabilidad al servicio de la grey que se les ha encomendado.

Amadísimos hermanos en el episcopado, ya conocéis muy bien que la Iglesia estima y promueve toda forma de cultura y se esfuerza por entrar en comunión y diálogo con ella. El lugar del encuentro entre la Iglesia y la cultura es el mundo, y en él el hombre, llamado a realizarse progresivamente con la ayuda de la gracia divina, concedida por mediación de la Iglesia, y de cualquier subsidio espiritual puesto a su disposición por el patrimonio de civilización de la nación. La verdadera cultura es humanización, mientras que las falsas culturas son deshumanizantes. Por esto, en la elección de la cultura el hombre se juega su destino. Praga ha sido un faro de vida intelectual de singular prestigio. Se celebrará este año el 650 aniversario de fundación de la célebre universidad Carlos. En el decurso de los siglos la vida cultural checa ha atravesado muchas corrientes espirituales, a veces contrapuestas, que han dejado huellas indelebles. Tened en vuestra acción pastoral una solicitud constante por la cultura.

6. En esta acción de compromiso múltiple, los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores; sin ellos vuestra acción no podría dar frutos. Os recomiendo: amad a vuestro clero, estad cerca de vuestros presbíteros, que, como sé muy bien, están sobrecargados de trabajo pastoral, con la atención de parroquias, a veces muy numerosas, que exigen tiempo, disponibilidad y esfuerzo. Muchos de ellos han sufrido en las cárceles del Estado, con consecuencias para su salud que aún se ven y que la edad no puede por menos de agravar. Los sacerdotes más jóvenes, que han salido del seminario con fervorosos propósitos de apostolado, pueden sentir a veces la tentación de ceder a la rutina, cuando no al desaliento, a causa de la soledad o de ciertas insidiosas teorías, ya muy difundidas en Occidente. Estad cerca de ellos. Acogedlos como hermanos. Haced que sepan que los amáis y que su labor es indispensable para vosotros.

Asimismo, es importante instaurar y cultivar una plena y auténtica colaboración con las comunidades religiosas, masculinas y femeninas, de vida activa y contemplativa, y de modo especial con los religiosos que han recibido la sagrada ordenación y administran con generosidad y empeño diversas comunidades parroquiales. Forman parte de vuestro presbiterio.

Por último, es preciso que en vuestro clarividente compromiso pastoral sostengáis y valoréis también las múltiples actividades editoriales de libros y periódicos, y todas las demás posibilidades —que son numerosas— de apostolado y testimonio, que el Espíritu Santo suscita en las familias religiosas, tanto masculinas como femeninas.

7. Sé que existen problemas aún abiertos en las relaciones, por lo demás cordiales y sinceras, entre la Iglesia y las autoridades competentes del Estado. Me permito recordar algunos de los asuntos más urgentes, en los que conviene que centréis vuestra atención, no sólo en el marco de estas celebraciones en honor de san Adalberto, sino también en la perspectiva de la próxima visita ad limina Apostolorum.

No existe aún una normativa clara que regule las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica, y es ciertamente necesario, y útil para ambas partes, llegar ahora, después de casi ocho años desde la caída del régimen, a la anhelada definición de los recíprocos derechos y deberes. La Santa Sede se está esforzando por buscar esa solución, de acuerdo con vuestra Conferencia episcopal.

Como es sabido, la Iglesia católica, aquí, como en otras partes, no pide privilegios, ni busca ser servida sino servir, a ejemplo de su Fundador (cf. Mt 20, 28). Lo único que solicita es poder cumplir libremente y con dignidad su propia evangelización y en la promoción humana y, por ello, en la predicación del Evangelio, la instrucción religiosa, la formación de la adolescencia y la juventud, la pastoral universitaria y la actividad caritativa y asistencial.

En este marco se sitúa la cuestión de la restitución de los bienes confiscados de forma arbitraria en los años oscuros de la persecución. En ese período, a la Iglesia le arrebataron las donaciones, procedentes de privados y de diversas instituciones, destinadas a finalidades precisas de educación y de caridad. La Iglesia tiene derecho a vivir de forma autónoma y, si reclama esos bienes, lo hace porque con ellos puede responder a las exigencias inalienables de su misión.

La Iglesia, como se ha repetido desde que esta nación obtuvo su independencia, está dispuesta a dialogar acerca de las modalidades de restitución de los bienes confiscados. Para alcanzar ese fin es preciso que tanto el Estado como la Iglesia establezcan una línea de acción precisa y prudente.

Asimismo, será necesario que estos problemas sean tratados, con objetividad y competencia, por una comisión mixta, en la que participen representantes cualificados del Estado y de la Iglesia. Sobre la base de la experiencia adquirida en casos análogos en otros países, una comisión presidida por el nuncio apostólico y formada por un número conveniente de obispos y laicos expertos podría examinar esos problemas con una comisión correspondiente por parte del Gobierno, a fin de llegar cuanto antes a una solución satisfactoria de las cuestiones aún pendientes. l

Por último, es urgente que se permita a la Iglesia estar presente en campos de destacado carácter espiritual, como acontece ya desde hace tiempo en otros países de Europa. Me refiero a la enseñanza de la religión en las escuelas estatales, que hoy merece ser considerada una contribución fundamental en la construcción de una Europa fundada en el patrimonio de cultura cristiana, que es común a los pueblos del oeste y del este de Europa. También me refiero a la atención pastoral en los hospitales y en las cárceles y, en particular, a la asistencia espiritual en el ejército, con la presencia de capellanes militares bien preparados. Sé que se ha producido un primer intento en este sentido en las tropas desplazadas a Bosnia-Herzegovina, y que está teniendo éxito.

Si he recordado estos compromisos, lo he hecho también para poner de manifiesto que la Santa Sede, con su conocimiento directo de vuestros deseos y necesidades, está y estará siempre a vuestra disposición para ofreceros una colaboración discreta y concreta para la solución de esos problemas.

8. Señor cardenal, venerados hermanos, el milenario de san Adalberto nos ha brindado la ocasión para reflexionar sobre los problemas de la Iglesia en esta querida nación. Ciertamente, estos problemas existen, e incluso pueden ser graves. Pero, por otra parte, también son la prueba de que la Iglesia está viva, en crecimiento, y se presenta como interlocutora autorizada en las diversas instancias de renovación espiritual, cultural, social y política de la actualidad. Después de largos años de persecución, el decenio de renovación espiritual ha contribuido a concretar, en la línea de la milenaria civilización cristiana del país, la esperada respuesta a los diversos sectores de la vida eclesial y civil. Sí, podemos repetir que «la noche está avanzada, el día se avecina» (Rm 13, 12).

Si aún quedan zonas de sombra, son un motivo para un compromiso todavía mayor. En la carta encíclica Ut unum sint describí la misión del Sucesor de Pedro en el ámbito del Colegio episcopal como la de un «centinela» que confirma a sus hermanos en el episcopado, de forma que «se escuche en todas las Iglesias particulares la verdadera voz de Cristo pastor» (n. 94). Así pues, doy gracias al Padre de nuestro Señor Jesucristo porque nos ha brindado la oportunidad de experimentar nuestra «cooperación en la difusión del Evangelio » (cf. Flp 1, 5), fortaleciéndonos y estimulándonos unos a otros según «la sobreabundante riqueza de su gracia» (Ef 2, 7). Al culminar las celebraciones en honor de san Adalberto, me permito preguntaros: Custos, quid de nocte? Custos, quid de nocte? «Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche» (Is 21, 11). Debe despuntar el día. Debe despuntar el alba nueva del Sol de justicia (cf. Ml 3, 20), Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, sin el cual no se puede construir la civilización del amor. Por consiguiente, sed centinelas, que señalan a la grey la llegada de tiempos mejores.

Con la colaboración de todas las fuerzas sinceramente preocupadas por el bien del hombre, espero que se consolide la paz de Cristo, que es indispensable para la instauración de un orden de justicia, de paz y de progreso, al que tienden las aspiraciones más profundas de este pueblo, tan querido por vosotros y por mí.

Dios os bendiga y os acompañe en la difícil y exaltante labor que estáis llevando a cabo.

 



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