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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES NACIONALES
DE LOS EQUIPOS DE NUESTRA SEÑORA

 

Al señor y a la señora
Gérard de Roberty
responsables nacionales de los Equipos de Nuestra Señora

1. El 8 de diciembre, los Equipos de Nuestra Señora, fundados en 1937 por el padre Henri Caffarel, festejan el 50° aniversario de la promulgación de sus constituciones. En esa feliz circunstancia, recordando la noble figura del fundador de vuestro movimiento, con agrado me uno con mi pensamiento y mi oración a la acción de gracias de los matrimonios y las familias que han acudido de Francia, Luxemburgo y Suiza, junto con los delegados de cincuenta y tres países, para participar en las celebraciones que tendrán lugar en París. Me alegro vivamente de esta reunión, que muestra la vitalidad de los Equipos de Nuestra Señora y su presencia en todos los continentes.

2. La actividad de vuestro movimiento es una escuela de vida personal y de vida conyugal y familiar. El sacramento del matrimonio, signo de la alianza entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su Iglesia, es a la vez un camino de santidad (cf. Lumen gentium, 11 y 41), un servicio a la vida (cf. Evangelium vitae, 93) y el lugar del testimonio fundamental de los esposos. La misión primordial del matrimonio cristiano consiste en vivir plenamente las exigencias de la unión: «La indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1643) y la apertura a la fecundidad, para ser «testigos de aquel misterio de amor que el Señor reveló al mundo con su muerte y resurrección (cf. Ef 5, 25-27)» (Gaudium et spes, 52). Los miembros de los equipos toman «conciencia de su misión de "paternidad responsable"», que implica, sobre todo, una «vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia» (Pablo VI, Humanae vitae, 10). En fin, los esposos descubren que su matrimonio «realiza el misterio pascual de muerte y de resurrección» (Pablo VI, Discurso a los Equipos de Nuestra Señora, 4 de mayo de 1970, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de mayo de 1970, p. 11), pues, por el progreso de la vida moral, cada uno se purifica gradualmente y, en la entrega y el sacrificio de sí, al igual que en las dificultades inevitables que pueden poner a prueba el amor conyugal, el matrimonio y la familia se edifican y se afirman. En la Iglesia, la comunidad familiar percibe que es una pequeña iglesia, compuesta por pecadores perdonados, que avanzan por el camino de la santidad, gracias al apoyo de aquellos a quienes el Señor ha reunido en un mismo hogar.

3. Los matrimonios que participan en un movimiento como los Equipos de Nuestra Señora se esfuerzan por hacer todo lo posible para afianzar el «sí» de su compromiso y vivir su amor, con la ayuda de otros matrimonios. Durante sus encuentros, los miembros de los equipos tienen la posibilidad de completar su formación humana y cristiana, y compartir lo que constituye su vida conyugal y familiar, respetando la intimidad de cada hogar. Dan gracias por el camino recorrido e imploran la asistencia del Señor. Reciben un nuevo impulso para el futuro y se les ayuda a superar las dificultades y las inevitables tensiones de la vida diaria. Los matrimonios cristianos tienen también un deber misionero y un deber de ayuda para con los otros matrimonios, a los que desean justamente comunicar su experiencia y manifestarles que Cristo es la fuente de toda vida conyugal. «Una nueva e importantísima forma de apostolado entre semejantes se inserta de este modo en el amplio cuadro de la vocación de los laicos: los mismos esposos se convierten en apóstoles y guías de otros esposos» (Pablo VI, Humanae vitae, 26).

4. Los encuentros regulares de un equipo llevan a cada uno a asumir compromisos personales y conyugales, para la realización plena de su vocación propia y la consolidación del hogar. Favoreciendo el sentido de la escucha y de la acogida, a fin de conservar y hacer crecer el amor en el seno del matrimonio, el movimiento propone oportunamente a los esposos el «deber de sentarse a hablar». En su diálogo confiado, los esposos pueden dar razón de su amor, sin pretender juzgar al otro y sin temor de ser juzgados a su vez, en una preocupación legítima de transparencia interior y con un espíritu de ternura y perdón, propicios para el intercambio y el desarrollo de las personas, y fuente de felicidad. Así se manifiesta concretamente la responsabilidad conyugal, que cada uno recibe en el sacramento: preocuparse por el otro y «ser testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo» (Lumen gentium, 35). La comunicación que abre a la comunión profunda favorece la promoción de las personas.

5. Renovados incesantemente por el diálogo del amor, que permite relaciones cordiales, los esposos se sienten impulsados a vivir con paz y alegría, y a ejercer plenamente sus responsabilidades de esposos y padres (cf. Evangelium vitae, 92). Esto constituye un testimonio elocuente, ante todo para los hijos. La educación de los jóvenes pasa por el ejemplo que se da de un amor sereno y capaz de vencer las dificultades, y por las numerosas enseñanzas que pueden brindarse diariamente. En un mundo que tiende a olvidar el papel de la familia, es necesario recordar incesantemente la importancia del hogar para los hijos. A través de una vida familiar entrañable y abierta a todos, los jóvenes pueden superar las diferentes etapas de su maduración humana y espiritual. En cuanto lugar importante del apostolado, «para que la fuerza del Evangelio brille en la vida (...) familiar» (Lumen gentium, 35) y, por ella, en el mundo, las familias deben ser también conscientes de la responsabilidad especial que tienen en el nacimiento de las vocaciones y en la formación de los jóvenes que aspiran al sacerdocio o a la vida religiosa (cf. Pastores dabo vobis, 68; Vita consecrata, 107).

6. Mi oración llega asimismo a todos los hogares y familias que atraviesan dificultades, y hacen múltiples esfuerzos por salvar el vínculo que los une y educar a sus hijos. ¡Ojalá que encuentren en la Iglesia matrimonios que estén cerca de ellos para ayudarles! Asimismo, encomiendo al Señor a todos los que se han separado, o divorciado, y a los divorciados que se han vuelto a casar. Ojalá que, acogiendo en la fe la concepción auténtica del matrimonio enseñada por la Iglesia, acepten proseguir su vida cristiana dentro de la comunidad, para su crecimiento espiritual, cultivando un espíritu de perdón y penitencia, y ejerzan conjuntamente sus responsabilidades familiares, en particular la educación de sus hijos (cf. Familiaris consortio, 84).

Invito a los sacerdotes a estar disponibles para ser consejeros espirituales de los Equipos de Nuestra Señora. Cumplen una misión sacerdotal muy importante, y en la amistad compartida encuentran nuevo dinamismo para su ministerio. Me alegro también de que algunos esposos de vuestro movimiento hayan aceptado escuchar la exhortación de la Iglesia y se hayan convertido en diáconos permanentes. Quiero recordar también al movimiento de los Equipos de Nuestra Señora de jóvenes, que nacieron hace más de veinte años. Se trata del fruto del compromiso de padres que han transmitido a sus hijos el gusto por la vida espiritual, por la comunión fraterna y por la búsqueda de su vocación auténtica, gracias a la ayuda de otros cristianos.

Que los miembros de los Equipos de Nuestra Señora prosigan con confianza y humildad sus esfuerzos para tender a la perfección cristiana en la vida conyugal y familiar. Con este espíritu, encomendando a todos los equipos y a sus familias a la intercesión de Nuestra Señora, les imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 27 de noviembre de 1997

JUAN PABLO II



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