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PLEGARIA DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA INMACULADA MADRE DE DIOS EN LA PLAZA DE ESPAÑA


Lunes 8 de diciembre d 1997

 

1. Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.
Con este saludo nos presentamos ante ti,
en el día de tu fiesta,
con confianza filial,
y venimos, como ya es tradición,
al pie de esta histórica columna,
a la cita anual en la plaza de España.
Desde aquí tú, amada y venerada Madre de todos,
velas sobre la ciudad de Roma.

2. Permanece con nosotros, Madre inmaculada,
en el centro de nuestra preparación
para el gran jubileo del año 2000.
Vela, te pedimos, de modo particular sobre el triduo,
formado por los últimos tres años del segundo milenio,
1997, 1998 y 1999,
años dedicados a la contemplación
del misterio trinitario de Dios.
Deseamos que este nuestro siglo,
rico en acontecimientos,
y el segundo milenio cristiano
se clausuren con el sello trinitario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
cada día comenzamos el trabajo y la oración.
También dirigiéndonos al Padre celestial
terminamos todas nuestras actividades,
con las palabras:
«Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo».
Y así, en el signo del misterio trinitario,
la Iglesia que está en Roma,
unida a los creyentes del mundo entero,
avanza, orando, hacia la conclusión del siglo XX,
para entrar con corazón renovado en el tercer milenio.

3. Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.
Este saludo pone de manifiesto
cuán impregnada estás de la vida misma de Dios,
de su profundo e inefable misterio.
En este misterio estás totalmente envuelta,
desde el primer instante de tu concepción.
Tú eres llena de gracia. Tú eres inmaculada.

4. Te saludamos, inmaculada Madre de Dios.
Acepta nuestra oración y dígnate
llevar maternalmente a la Iglesia
presente en Roma y en el mundo entero
a la plenitud de los tiempos,
a la que tiende el universo
desde el día en que vino al mundo
tu Hijo divino y Señor nuestro Jesucristo.
Él es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey de los siglos, el primogénito de toda la creación,
el primero y el último.
En él todo tiene su cumplimiento definitivo;
en él toda realidad madura
hasta la medida querida por Dios,
en su arcano designio de amor.

5. Te saludamos, Virgen prudentísima.
Te saludamos, Madre clementísima.
¡Ruega por nosotros,
intercede por nosotros,
Virgen inmaculada,
Madre nuestra, misericordiosa y poderosa,
María!



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