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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR


Lunes 8 de diciembre de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después del tradicional homenaje a la Virgen en la plaza de España, mi breve peregrinación mariana del 8 de diciembre me trae ahora a esta antiquísima basílica dedicada a la Madre de Dios, para recogerme en oración ante la imagen de la Salus populi romani, tan venerada por los ciudadanos y los peregrinos.

Te saludo, oh llena de gracia, Salvación del pueblo romano. Vengo a ti como Obispo de Roma y como devoto tuyo. Vengo como Pastor de la Iglesia universal, que reconoce en ti a su Madre y modelo. Al venir hoy a Santa María la Mayor, tengo la feliz oportunidad de dirigir un cordial saludo a cuantos se ocupan de las necesidades pastorales y administrativas de la basílica, al cabildo liberiano, a los fieles presentes y a los peregrinos que en gran número vienen aquí de todo el mundo. Que María, con su protección materna, ayude y consuele a todos.

2. Además, con esta visita a la Virgen, santuario del Espíritu, me alegra comenzar el segundo año de preparación para el gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. A María encomiendo el camino de la Iglesia hacia la puerta santa del tercer milenio. Que ella, Esposa del Espíritu Santo y su perfecta cooperadora, enseñe a la comunidad cristiana de hoy a dejarse guiar y animar por el Espíritu divino, para que se refuercen en ella los vínculos de caridad y comunión, y llegue a todos creíble el mensaje de Cristo Salvador del mundo.

De modo particular, pido por la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos, que ya se encamina hacia su conclusión. Que la Virgen, venerada en tantos santuarios de ese continente, obtenga para las comunidades cristianas de América el don de una auténtica renovación.

Me dirijo, además, a la Salus populi romani, pidiéndole que vele por la misión ciudadana de esta ciudad, que entra ahora en la fase más intensa de su desarrollo. Que la intercesión de María sostenga el esfuerzo del cardenal vicario, de los obispos auxiliares, de los párrocos y vicepárrocos y de todos los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, de los misioneros y misioneras.

3. Desde este corazón mariano de Roma, pido por cuantos viven en nuestra ciudad. Pido por todos, según la intención particular que sugieren este lugar y el tiempo litúrgico de Adviento, invocando para cada hombre y cada mujer, para cada familia y cada ambiente de vida el don de la esperanza. ¡Cuántas son las expectativas de esta ciudad! Que el Señor no permita que se frustren, produciendo desaliento y resignación. Que el Espíritu Santo encienda en todos la virtud de la esperanza, a fin de construir juntos la Roma del año 2000, una ciudad que sea signo de esperanza para todo el mundo.

Virgen Inmaculada, Salus populi romani, ¡ruega por nosotros!



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