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VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
DURANTE LA VISITA A LA CLÍNICA DE CARDIOLOGÍA
DEL HOSPITAL DE CRACOVIA

Lunes  9 de junio de 1997

 

Queridos hermanos:

1. Me alegra poder visitar, durante mi peregrinación a la patria, el Hospital especializado de Cracovia y bendecir la clínica de cardiología, recién construida. Asimismo, me alegra poder encontrarme, en esta ocasión, con los enfermos y los que los atienden. Vengo a vosotros con emoción y agradezco a la Dirección y a los dependientes esta invitación.

En 1913, el Consejo de la ciudad de Cracovia decidió construir, precisamente aquí, en el Biały Prądnik, el hospital municipal. La construcción se concluyó cuatro años después. Este año el Hospital celebra su 80 aniversario de existencia y de generoso servicio a los enfermos. ¿Cómo no recordar, en esta circunstancia, a todos los que, poniendo en peligro su salud, se apresuraron a prestar, como buenos samaritanos, ayuda a los que sufrían? Rendimos homenaje sobre todo a quienes pagaron el precio máximo, dando su vida. Algunos, ciertamente, recordamos al doctor Aleksander Wielgus, muerto en 1939 después de contraer la tuberculosis, o a la doctora Sielecka-Meier, que murió por esa misma causa en los primeros años después de la liberación. ¿Cómo no recordar también el trabajo de las Esclavas del Sagrado Corazón, realizado con espíritu evangélico? Con su servicio a los enfermos, y con el tributo de su salud, a veces incluso de su vida, escribieron una hermosa página en la historia de este hospital. Aquí, en dos ocasiones, fue curada la beata sor Faustina.

Ahora este hospital especializado ha sido enriquecido con una nueva clínica de cardiocirugía. Quiero expresar palabras de sincero aprecio a los que la han construido. Es mérito de muchas personas; sería difícil citar aquí los nombres de todas. Demos gracias a Dios por el don del trabajo humano y de la solidaridad humana con el enfermo.

2. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Con estas palabras de Cristo me dirijo a vosotros, que trabajáis en este hospital y, a través de vosotros, a todos los profesionales de la salud de Polonia. Siento gran aprecio y respeto por vuestro servicio. Exige espíritu de sacrificio y entrega al enfermo y, por eso, tiene una dimensión profundamente evangélica. En la perspectiva de la fe, vuestro servicio se dirige a Cristo mismo, misteriosamente presente en el hombre que sufre. Por consiguiente, vuestra profesión es digna del máximo respeto. Es una misión de valor extraordinario, cuya mejor definición es la palabra: «vocación».

Sé bien en qué condiciones tan difíciles debéis trabajar a veces. Espero que se resuelvan de modo acertado y justo en Polonia todos los problemas del servicio sanitario, por el bien de los pacientes y de los que los atienden.

Os expreso mi aprecio por este generoso trabajo, realizado con abnegación. En cierto sentido, lleváis sobre vuestros hombros el peso del sufrimiento y del dolor de vuestros hermanos y hermanas, para proporcionarles alivio y devolverles la anhelada salud. Mi aprecio va, en particular, a todos los que permanecen con valentía de parte de la ley divina, que rige la vida humana. Repito una vez más lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae: «Vuestra profesión os exige ser custodios y servidores de la vida humana. En el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder su dimensión ética original, podéis estar a veces fuertemente tentados de convertiros en manipuladores de la vida o incluso en agentes de muerte. Ante esta tentación, vuestra responsabilidad ha crecido hoy enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más fuerte precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la profesión sanitaria, como ya reconocía el antiguo y siempre actual juramento de Hipócrates, según el cual se exige a cada médico el compromiso de respetar a toda costa la vida humana y su carácter sagrado» (n. 89).

Me alegra que el ambiente médico en Polonia, en su gran mayoría, asuma esa responsabilidad, no sólo curando y sosteniendo la vida, sino también evitando con firmeza realizar acciones que llevarían a su destrucción. Felicito de corazón a los médicos, a los enfermeros y a todos los profesionales del mundo sanitario de Polonia que ponen la ley divina «No matarás» por encima de lo que permite la ley humana. Os felicito por este testimonio que estáis dando, especialmente en tiempos recientes. Os pido que continuéis con perseverancia y entusiasmo vuestro meritorio deber de servir a la vida en todas sus dimensiones, según vuestras respectivas especializaciones. Mi oración os sostendrá en vuestro servicio.

3. A vosotros, queridos enfermos, que participáis en este encuentro, así como a los que no pueden hallarse presentes aquí con nosotros, dirijo palabras de cordial saludo. Cada día trato de estar cercano a vuestros sufrimientos. Puedo decirlo porque conozco bien la experiencia de un lecho de hospital. Precisamente por esto, invoco en mi oración diaria con más insistencia a Dios, pidiéndole para vosotros fuerza y salud. Oro para que en vuestro sufrimiento y en vuestra enfermedad no perdáis la esperanza, y para que seáis capaces de poner vuestro dolor al pie de la cruz de Cristo.

Desde el punto de vista humano, la situación de un hombre enfermo es difícil, dolorosa; incluso, a veces, humillante. Pero precisamente por eso estáis de modo particular cerca de Cristo; participáis, en cierto sentido físicamente, en su sacrificio. Tratad de recordarlo. La pasión y la resurrección de nuestro Salvador os ayudarán a esclarecer el misterio de vuestro sufrimiento. Gracias a vosotros, gracias a vuestra comunión con Cristo crucificado, la Iglesia posee riquezas inestimables en su tesoro espiritual.

Gracias a vosotros, los demás pueden participar en ellas. Nada enriquece a los otros más que el don gratuito del sufrimiento. Por eso, recordad siempre, especialmente cuando os sintáis abandonados, que la Iglesia, el mundo y nuestra patria tienen gran necesidad de vosotros. Recordad también que el Papa tiene necesidad de vosotros.

Debo admitir que durante los 58 años que viví en Polonia tuve pocas experiencias en hospitales. Sólo de niño, porque mi hermano mayor era médico, y luego a causa de un accidente que sufrí hacia el final de la guerra. Ninguna más. En Roma he tenido muchas más experiencias. Al menos cuatro veces he visitado el hospital policlínico Gemelli, por unos días o por algunas semanas. Lo puede atestiguar el doctor Buzzonetti, que me acompaña en este viaje.

Para terminar, quiero deciros a todos que he anhelado mucho celebrar este encuentro. No podía faltar en mi itinerario de peregrino. Pido a Dios que la fuerza de la fe os sostenga en estos difíciles momentos de vuestra vida, llenos de dolor. Le pido que la luz del Espíritu Santo os ayude a descubrir que el sufrimiento ennoblecido por el amor «es un bien ante el cual la Iglesia se inclina con veneración, con toda la profundidad de su fe en la redención» (Salvifici doloris, 24). Encomendando a Dios a todos los enfermos y a los que los atienden, os bendigo a todos de corazón.

 



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