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VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Cracovia,
Martes 10 de junio de 1997

 

Queridos hermanos y hermanas, compatriotas míos:

1. Mi peregrinación a la querida Polonia se acerca a su fin. Vuelvo una vez más con mi corazón y mi pensamiento a cada una de sus etapas. A las Iglesias locales y a las ciudades que he tenido oportunidad de visitar. Tengo nítidamente ante mis ojos a las muchedumbres de fieles en oración, que me han acompañado en todos los lugares de esta visita. En el momento de despedirme, queridos compatriotas, quiero saludaros a todos una vez más, sin olvidarme de ninguno. Saludo de modo particular a la juventud polaca, que en todas las etapas de esta visita ha estado presente en gran número, y especialmente en Poznan. Saludo a las familias polacas, que siempre han encontrado en Dios la energía y la fuerza que une. Saludo a todos aquellos con quienes he tenido oportunidad de encontrarme personalmente, así como a los que han seguido el desarrollo de esta visita a través de la radio y la televisión, especialmente a los enfermos y los ancianos.

Os abrazo con mi corazón, una vez más, a todos los que trabajáis con esmero, cada uno a su modo, por el bien de nuestra patria, a fin de que se convierta en una casa cada vez más acogedora y segura para todos los polacos; y a fin de que sepa dar su contribución creativa al tesoro común de la gran familia de los países europeos, a la que pertenece desde hace mil años.

Recorriendo el itinerario de esta peregrinación desde la baja Silesia, a través de la Wielkopolska, hasta la Małopolska y los montes Tatra, he podido admirar de nuevo la belleza de esta tierra, especialmente la belleza de las montañas polacas, a las que me siento tan atraído desde mi juventud. He visto los cambios que se realizan en mi patria. He admirado el espíritu emprendedor de mis compatriotas, su iniciativa y su deseo de trabajar por el bien de la patria. Me congratulo de corazón con vosotros por todo esto. Desde luego, hay también muchos problemas, que exigen solución. Estoy convencido de que los polacos encontrarán en sí mismos la sabiduría y la perseverancia necesarias para construir una Polonia justa, que garantice una vida digna a todos sus ciudadanos, una Polonia que sepa unirse en la búsqueda de fines comunes y de los valores fundamentales para cada hombre.

2. Doy gracias, sobre todo, a la divina Providencia porque me ha permitido servir una vez más a la Iglesia que está en Polonia, mi patria, y a todos mis compatriotas. He venido aquí para serviros, queridos compatriotas, en nombre de Cristo Redentor del mundo. Esta es la misión de la Iglesia, a la que trata de ser fiel.

Doy gracias a Dios por el don de esta visita. También es preciso dar las gracias a los hombres, porque hicieron posible esta visita y su desarrollo tan hermoso. Expreso una vez más al señor presidente de la República de Polonia mi agradecimiento por la invitación que me hizo en nombre de las autoridades del Estado, y también por haber contribuido al éxito de esta peregrinación. Muchas gracias por todas las manifestaciones de benévola colaboración y de disponibilidad a ayudar, donde hacía falta. También dirijo palabras de agradecimiento a los representantes de las autoridades locales, que no han escatimado esfuerzos y medios para que la visita pudiera desarrollarse de modo eficiente y digno. Sería preciso enumerar aquí a las autoridades locales de todas las ciudades que he visitado durante este viaje: Wrocław, Legnica, Gorzów Wielkopolski, Gniezno, Poznan, Kalisz, Czestochowa, Zakopane, Ludźmierz , Cracovia, Dukla y Krosno.

Muchas gracias, también, a la radio y a la televisión, a los periodistas y a todos los que han colaborado para transmitir a la opinión pública noticias esmeradas y amplias con respecto a la peregrinación del Papa a Polonia. Agradezco todos los gestos de buena voluntad y la disponibilidad a cooperar. Que Dios os pague vuestra acogida tan cordial. Expreso también mi gratitud a la Policía, al Ejército y a todos los que durante el viaje han cumplido su deber con esmero y cordialidad.

3. Dirijo palabras especiales de agradecimiento en este momento a toda la Iglesia que está en Polonia, y en particular al Episcopado polaco, aquí presente, encabezado por el cardenal primado. Les agradezco una vez más la invitación a visitar mi patria, así como toda la labor pastoral y el trabajo realizado para la preparación y el desarrollo de la peregrinación. En cada etapa de esta visita ha habido gran recogimiento y gran compromiso. En efecto, en la base de todos estos encuentros de oración se hallaba un esfuerzo pastoral común de los obispos, los presbíteros, los religiosos y las religiosas, y también de innumerables laicos católicos. Me congratulo por este intenso trabajo y espero que dé frutos duraderos en la vida de la Iglesia y en la de Polonia.

Pienso que esta visita ha sido, de alguna manera, diversa de las anteriores, pero que al mismo tiempo ha confirmado la continuidad espiritual de esta nación y de esta Iglesia. Durante la visita la Iglesia en Polonia se ha manifestado una vez más como una Iglesia consciente de su misión, una Iglesia de gran labor evangelizadora en la nueva situación, en que le ha tocado vivir.

Quiero también expresar mi agradecimiento en particular a la Iglesia de Wrocław, que acogió el 46 Congreso eucarístico internacional. Al cardenal arzobispo metropolitano de Wrocław le agradezco cordialmente el esfuerzo de la organización de este Congreso, mediante el cual la Iglesia en Polonia ha tenido ocasión de prestar un servicio a la Iglesia universal.

4. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Estas palabras de la carta a los Hebreos han constituido el hilo conductor de mi visita a la patria. La Iglesia, que se está preparando para el gran jubileo, concentra este año la mirada de la fe en la figura de Cristo Redentor del hombre. En cada una de las etapas de mi visita hemos tratado de descubrir juntos qué lugar ocupa Cristo en la vida de las personas y en la vida de la nación. Nos lo recordó el Congreso eucarístico de Wrocław y el histórico encuentro de Gniezno, junto a la tumba de san Adalberto, donde celebramos el milenario de su martirio. Adalberto nos ha recordado el deber de construir una Polonia fiel a sus raíces. También nos lo recordó el jubileo de la fundación de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, y especialmente de su facultad de teología.

La fidelidad a las raíces no significa una duplicación mecánica de los modelos del pasado. La fidelidad a las raíces es siempre creativa, dispuesta a bajar a las profundidades, abierta a nuevos desafíos y sensible a los «signos de los tiempos». Se manifiesta también en la solicitud por el desarrollo de la cultura nativa, en la que el elemento cristiano ha estado presente desde el principio.

La fidelidad a las raíces significa, sobre todo, la capacidad de construir una síntesis orgánica entre los valores perennes, que tantas veces se han confirmado en la historia, y el desafío del mundo actual, entre la fe y la cultura, entre el Evangelio y la vida. A mis compatriotas, a Polonia le deseo que sepa ser, precisamente así, fiel a sí misma y a las raíces de las que ha crecido. Polonia, fiel a sus raíces. Europa, fiel a sus raíces. En este contexto ha adquirido importancia histórica la participación de los presidentes de la República Checa, Alemania, Hungría, Eslovaquia, Lituania, Ucrania y Polonia en las celebraciones relacionadas con san Adalberto, y se lo agradezco.

Durante esta peregrinación he realizado la canonización y la beatificación de santos y beatos polacos: la reina santa Eduvigis, san Juan de Dukla, la beata María Bernardina Jabde los horizontes más altos de la libertad humana. Nos manifiestan que el destino definitivo de la libertad humana es la santidad. Por eso es tan grande la elocuencia de la canonización y de la beatificación, que he realizado durante esta visita.

5. En el momento de despedirme, he querido compartir estos pensamientos con todos vosotros, queridos hermanos y hermanas. Es evidente que la profundidad del contenido espiritual que entraña este encuentro con vosotros, el encuentro con la Iglesia que está en Polonia, rebasa el ámbito de este breve discurso. Al despedirme de vosotros, elevo mi oración para que esta siembra dé abundantes frutos según la voluntad del Dueño de la mies. El Dueño de la mies es Cristo, y todos nosotros somos sus «siervos inútiles» (cf. Lc 17, 10).

Los momentos de despedida son siempre difíciles. Me despido de vosotros, queridos compatriotas, profundamente convencido de que esto no significa una rotura de la relación que me une a vosotros, a mi querida patria. Al volver al Vaticano, os llevo en mi corazón a todos vosotros, vuestras alegrías y preocupaciones; llevo en mi corazón a toda mi patria. Quisiera que recordéis que en la «geografía de la oración del Papa» por la Iglesia universal y por el mundo entero Polonia ocupa un lugar destacado. Al mismo tiempo, os pido, siguiendo el ejemplo de san Pablo apóstol, que me llevéis también vosotros en vuestro corazón (cf. 2 Co 6, 11-13) y me encomendéis en vuestras oraciones, para que pueda servir a la Iglesia de Dios hasta que Cristo me lo pida.

Que Dios os pague vuestra hospitalidad. Que bendiga a mi patria y a todos mis compatriotas.



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