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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE ZAIRE
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 3 de marzo de 1997

 

Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros en el Vaticano, en el momento en que realizáis vuestra visita ad limina. Pastores de la Iglesia en Zaire en las provincias eclesiásticas de Bukavu, Kisangani y Lubumbashi, mediante vuestra peregrinación ante las tumbas de los Apóstoles habéis venido a renovar vuestro compromiso al servicio de la misión de Cristo y de su Iglesia, y a fortalecer vuestros vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro.

Venís de un país que sufre una crisis generalizada y profunda, acerca de la cual vuestra Conferencia episcopal se ha pronunciado en varias ocasiones. Esta crisis se traduce en la corrupción y la inseguridad, en las injusticias sociales y los antagonismos étnicos, en el estado de total abandono en el que se encuentran la educación y la sanidad, en el hambre y las epidemias... A todo esto se añade ahora una guerra que afecta particularmente a vuestras diócesis, con todas sus consecuencias trágicas. ¡Cuántos sufrimientos para los zaireños! En estos momentos dramáticos, espero que encontréis aquí consuelo y fuerza para proseguir con confianza vuestra misión episcopal en medio del pueblo que se os ha confiado. Agradezco sinceramente a monseñor Faustin Ngabu, presidente de la Conferencia episcopal de Zaire, sus palabras iluminadoras sobre la vida de la Iglesia en vuestro país, que manifiestan la esperanza de vuestras comunidades en medio de sus pruebas. Saludo con particular afecto a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los catequistas y a todos los fieles de vuestra región, y los animo a ser, en la adversidad, verdaderos discípulos de Cristo.

Quisiera recordar con emoción a quienes han testimoniado heroicamente entre vosotros el amor de Dios hasta el fin: a monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu, a numerosos sacerdotes diocesanos y a personas consagradas, así como a los laicos que han dado su vida para salvar a sus hermanos. Como vosotros mismos habéis dicho, parece que la Iglesia es «particularmente objeto de ataque en las circunstancias de la guerra y de la violencia actual en Zaire» (Mensaje de los obispos de Zaire, 31 de enero de 1997). ¡Ojalá que esos sacrificios sean un estímulo para la obra de la Iglesia en vuestra región y obtengan de Dios los beneficios de la paz y la reconciliación para todo el pueblo!

2. Os esforzáis por estar muy cercanos a los sacerdotes, vuestros colaboradores inmediatos. Conozco su situación, con frecuencia difícil. Los aliento cordialmente en su servicio generoso a Cristo y a sus hermanos. La Iglesia les agradece profundamente su ministerio, que hace nacer y crecer el pueblo de Dios en vuestro país. Los exhorto a vivir «la fidelidad a su vocación, en la entrega total de sí mismos a la misión y en comunión plena con su obispo» (Ecclesia in Africa, 97). ¡Sed para cada uno de ellos un padre y un guía en el sacerdocio, atentos a su vida y a su ministerio!

En medio de la comunidad cristiana, los sacerdotes deben ser modelos de vida evangélica, manifestando una coherencia efectiva entre lo que anuncian y lo que viven. En su ministerio pastoral, deben evitar «todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de promover, por el contrario, la reconciliación y la verdadera comunión entre las diversas etnias» (ib., 63). La fuente de su valentía apostólica y de su fidelidad a los compromisos de su ordenación, particularmente al celibato, ha de ser un profundo amor a Cristo, que se traducirá en la recepción frecuente de los sacramentos y en la oración, que unifica su vida. Los animo también a redescubrir cada vez más profundamente la dignidad y las obligaciones de la vocación sacerdotal, que excluyen de la vida de los sacerdotes las actividades que no están en consonancia con ellas.

Para responder de modo cada vez más adecuado a las exigencias del ministerio sacerdotal, la formación permanente es una necesidad urgente, que debe estar presente durante toda la vida, a fin de «ayudar al sacerdote a ser y a desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús, buen pastor» (Pastores dabo vobis, 73).

3. Es responsabilidad esencial para cada obispo tener una solicitud totalmente privilegiada con respecto a la formación de los futuros sacerdotes y la vida de los seminarios. En efecto, «el primer representante de Cristo en la formación sacerdotal es el obispo» (ib.,65). Para que los seminarios sean verdaderas comunidades de formación para el sacerdocio, es indispensable conocer bien a los candidatos, a fin de permitir un discernimiento serio de sus motivaciones, antes de aceptarlos, sabiendo también que «la llamada interior del Espíritu tiene necesidad de ser reconocida por el obispo como auténtica llamada» (ib.). Una formación humana, intelectual y moral de buen nivel permitirá al futuro sacerdote adquirir una madurez suficiente para poder vivir su sacerdocio en un equilibrio personal probado y favorecer el encuentro entre Cristo y los hombres, a quienes será enviado. Os invito a vigilar la calidad de la formación espiritual que se da en los seminarios. «Para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio» (ib., 45). Los futuros ministros del Evangelio deben comprometerse decididamente en un camino de santidad, para llegar a ser pastores según el corazón de Dios.

La constitución de equipos de profesores y directores espirituales es, con frecuencia, muy difícil. Deseo vivamente que, a pesar de los sacrificios que tengan que afrontar los demás sectores pastorales, comprometáis en esa labor a los sacerdotes más dignos y más aptos para este ministerio tan importante para la vida y el futuro de la Iglesia. Es necesario preparar para esta misión a sacerdotes capaces y conscientes de las necesidades reales de la Iglesia. La colaboración entre las diócesis de una misma región podrá ayudar a abordar esta cuestión con más eficacia.

4. Como habéis puesto de relieve en vuestros informes, la vida religiosa está bien arraigada en vuestro país, y cada vez es mayor el número de jóvenes que responden a la llamada de Dios. Me alegro con vosotros por esta gracia que el Señor hace a la Iglesia en Zaire. En el período difícil que atraviesa vuestra nación, hay que destacar especialmente el testimonio de las personas consagradas: «Misión peculiar de la vida consagrada es mantener viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio, dando "un testimonio magnífico y extraordinario de que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios"» (Vita consecrata, 33).

Saludo con particular afecto a los religiosos y a las religiosas que, con gran abnegación, se consagran al servicio de sus hermanos pobres, enfermos, desplazados y exiliados, o que, de diversas maneras y en situaciones difíciles, trabajan para establecer mayor justicia y fraternidad, arriesgando a veces su propia vida. Los animo de todo corazón a proseguir su compromiso, con una entrega total: «Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (Vita consecrata, 110). El mundo actual necesita su testimonio profético de servicio a Dios y de amor a los hombres, que revela la presencia del Señor en medio del pueblo en la prueba. Este testimonio profético, que se expresa a través de la vida comunitaria como signo de comunión eclesial, tiene que prolongarse mediante una verdadera fraternidad vivida en el presbiterio diocesano entre los religiosos y los miembros del clero secular.

Muchos institutos de derecho diocesano han nacido durante estos últimos años en vuestro país, manifestando la vitalidad de vuestras Iglesias particulares. Deseo que los sigáis con mucha atención, sobre todo por lo que concierne a la formación adecuada de sus miembros, para que esas comunidades se desarrollen según las normas de la vida consagrada aprobadas por la Iglesia. La exhortación apostólica Vita consecrata será una gran ayuda para reflexionar en el significado y la misión de la vida religiosa en el mundo actual.

5. Las dificultades económicas y sociales de la sociedad tienen un impacto negativo en muchos jóvenes. En vuestros informes, habéis señalado frecuentemente las heridas que les causan y las consecuencias dolorosas que tienen para su futuro. La pastoral de la juventud es una de vuestras preocupaciones mayores. Las instituciones escolares y las universidades de la Iglesia católica dan una contribución importante a la formación humana y espiritual de las jóvenes generaciones, frente a las grandes necesidades de vuestro país. También habéis querido prestar atención a quienes no tienen acceso a la enseñanza, a los marginados y a los desempleados, abandonados a su propia suerte y sin esperanza en el futuro. ¡Cuántos obstáculos hay que vencer aún para que puedan progresar! Al alentaros a estar cada vez más cercanos a ellos y a escuchar sus problemas, con los padres del Sínodo africano quisiera, una vez más, abogar con fuerza en su favor: «Es necesario y urgente encontrar una solución a su deseo impaciente de participar en la vida de la nación y de la Iglesia» (Ecclesia in Africa, 115); y renuevo a los jóvenes zaireños el llamamiento que hizo ese Sínodo a todos los jóvenes de África: ocupaos del desarrollo de vuestra nación, amad la cultura de vuestro pueblo y trabajad en favor de su reactivación, fieles a vuestra herencia cultural, perfeccionando vuestro espíritu científico y técnico, y sobre todo dando testimonio de vuestra fe cristiana (cf. ib.). Los invito a no desanimarse, a afrontar los desafíos de su existencia con la fuerza que les da Cristo, procurando crear una verdadera solidaridad humana para construir el futuro. En este mundo están llamados a vivir la fraternidad, no como una utopía, sino como una posibilidad real; en esta sociedad tienen que construir, como verdaderos misioneros de Cristo, la civilización del amor (cf. Mensaje para la XII Jornada mundial de la juventud, n. 8).

6. En vuestras diócesis, los fieles están llamados a vivir y cooperar con los hermanos de otras confesiones cristianas. «Los católicos, unidos a Cristo mediante su testimonio en África, están invitados a desarrollar un diálogo ecuménico con todos los hermanos bautizados de las demás confesiones cristianas, a fin de lograr la unidad por la que Cristo oró, y para que de este modo su servicio a las poblaciones del continente haga el Evangelio más creíble a los ojos de cuantos buscan a Dios» (Ecclesia in Africa, 65). Sin embargo, para que puedan guiar de verdad a los fieles de Cristo por los caminos de la unidad, es conveniente que esas relaciones fraternas con los demás cristianos se construyan mediante un conocimiento recíproco y sincero y respetando lo que constituye la comunidad a la que pertenecen.

7. Las sectas y los nuevos movimientos religiosos son hoy un desafío que la Iglesia de vuestra región está llamada a afrontar con perseverancia. Para permitir a los católicos realizar el discernimiento necesario y responder a las cuestiones planteadas por la actividad de esos grupos, es primordial guiar a los fieles hacia una renovada toma de conciencia de su identidad cristiana, mediante la profundización de su fe en Cristo, único Salvador de los hombres. Al presentarles de un modo sencillo y claro el mensaje evangélico, centrado en la persona del Señor Jesús que vive y actúa en su Iglesia, se les ayudará a realizar una conversión real del corazón. Un buen conocimiento de la palabra de Dios, enraizada en la Tradición, los llevará a adquirir una espiritualidad auténtica y a descubrir las riquezas de la oración, personal y comunitaria, junto con la inculturación, que permite que cada uno se sienta plenamente partícipe. El Catecismo de la Iglesia católica ofrece una ayuda de primer orden para esta tarea de formación. En fin, es preciso trabajar para reforzar la unidad del pueblo de Dios en las comunidades eclesiales, donde conviene poner el acento «en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza» (Ecclesia in Africa, 63).

8. Queridos hermanos en el episcopado, ahora que vuestro país vive un tiempo de gran prueba y se encuentra en una encrucijada decisiva para su futuro, exhorto vivamente a los católicos zaireños a contribuir, con sus compatriotas, a la edificación de una sociedad fraterna, donde se reconozca por igual a todos los ciudadanos y se respete su dignidad. Espero que se lleven a cabo las elecciones aprobadas para los próximos meses, y que permitan que en vuestro país se establezca un verdadero Estado de derecho. Es preciso sensibilizar de modo particular a las comunidades cristianas por lo que concierne a su responsabilidad en la promoción de la justicia y la defensa de los derechos humanos fundamentales. Desde hace muchos años, y también recientemente, os habéis dirigido a todos los zaireños, prestando vuestra voz a los que no la tienen, para recordar las exigencias de la justicia y la paz, así como para animar y formar al pueblo que se os ha confiado. Conozco el valiente papel desempeñado por los católicos en el largo proceso de democratización que atraviesa vuestro país y también en la búsqueda del diálogo para una sociedad mejor. Mediante este compromiso, la Iglesia no quiere servir en absoluto a una política partidista, sino que desea favorecer la búsqueda del auténtico bien del hombre y de su vida en la sociedad.

Os invito, por tanto, a perseverar en la proclamación del mensaje de esperanza del Evangelio, animando a los fieles al conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, para trabajar eficazmente en la instauración de la justicia y la solidaridad. Las comunidades cristianas deben comprometerse también, cada vez con mayor determinación, a trabajar por la reconciliación entre todos, rechazando cualquier forma de discriminación y violencia que destruye al hombre y a la colectividad. «En cierto sentido, todo bautizado debe sentirse "ministro de la reconciliación", ya que, reconciliado con Dios y con los hermanos, está llamado a construir la paz con la fuerza de la verdad y de la justicia» (Mensaje para la jornada mundial de la paz de 1997, n. 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1996, p. 11). El tiempo de preparación para la Pascua en el que nos hallamos, nos recuerda la urgente necesidad de volver a Dios y convertir nuestro corazón como camino hacia la paz.

9. Uniéndome con el pensamiento y la oración a las víctimas de la guerra que se libra al este de vuestro país, renuevo con urgencia mi llamamiento para que cesen los combates. Deseo vivamente que las partes implicadas en la crisis de la región de los Grandes Lagos se comprometan rápidamente en el camino del diálogo y la negociación, para encontrar una solución pacífica a los dramáticos problemas que se plantean, respetando los principios de la intangibilidad de las fronteras reconocidas internacionalmente, la soberanía y la integridad territorial de cada Estado. Como habéis escrito recientemente, «hay que preservar la unidad nacional, sostenerla y consolidarla» (Mensaje de los obispos de Zaire, 31 de enero de 1997). Con esta finalidad, la comunidad internacional, incluidas las organizaciones regionales africanas, debe «acrecentar su acción política» (Discurso al Cuerpo diplomático, 13 de enero de 1997), encontrando, al mismo tiempo, soluciones rápidas tanto para el trágico problema humano y moral de los numerosísimos refugiados ruandeses que permanecen en Zaire, en los campos o dispersos en los bosques, como para el de la multitud de zaireños desplazados. Ningún hombre de buena voluntad puede desinteresarse de la suerte de esas personas que, en las regiones afectadas por la violencia, viven en condiciones que son un insulto a la dignidad humana, y cuya vida está constantemente en peligro. ¡Nadie puede desinteresarse de ellos!

Deploro firmemente los ataques contra las personas, así como los saqueos y la destrucción, que han tenido como víctimas en muchas de vuestras diócesis las instituciones y los bienes de la Iglesia que, en numerosos casos, eran las únicas estructuras sociales que aún funcionaban. Os invito a emprender con valentía la reconstrucción de las obras que permitan a la Iglesia cumplir efectivamente su misión y ser expresión de la caridad de Cristo con los más pobres y abandonados. Para una ayuda real, como la que se ha dado en muchas ocasiones, deseo que las Iglesias particulares de Zaire, así como la Iglesia universal, acepten compartir generosamente sus recursos por solidaridad con vuestras comunidades.

10. Al término de nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, os animo a proseguir con seguridad vuestro esfuerzo por la paz y vuestro compromiso en la búsqueda de la fraternidad. Mientras nos preparamos para la celebración del gran jubileo del año 2000, meditando este año en la persona de Jesucristo, único Salvador del mundo, con toda la Iglesia que está en Zaire, sed testigos ardientes de la esperanza que él trae a nuestra humanidad, puesto que «la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Dirigiéndome a la Virgen Inmaculada, y a aquellos que, como la beata Anuarite y el beato Isidoro Bakanja, son ejemplos de valentía de la fe y de la caridad para la Iglesia en vuestro país, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica a cada uno de vosotros, así como a todos vuestros fieles, implorando al Señor de la paz que colme de la abundancia de sus dones a todo el pueblo zaireño.

 



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