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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL COMITÉ CENTRAL PARA EL GRAN JUBILEO


Jueves 12 de febrero de 1998

 

Señores cardenales;
venerables hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros al término del segundo encuentro del Comité central con los delegados para el jubileo, que han venido aquí designados por sus respectivos Episcopados.

Saludo, ante todo, al señor cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité central; a los cardenales miembros del consejo de presidencia; a monseñor Crescenzio Sepe, nuevo secretario general; a los miembros del Comité central y a los delegados de las Conferencias episcopales. Doy una especial bienvenida a los delegados fraternos de las Iglesias y comunidades eclesiales no católicas. Os expreso a todos mi aprecio por vuestra activa participación.

Vuestra reunión reviste particular importancia por las posibilidades que ofrece de orientar los planes pastorales hacia la celebración jubilar, esbozando un calendario y preparando un plan concreto para la acogida de los peregrinos. Deseo congratularme con vosotros por la generosidad con que trabajáis en este período que precede al jubileo, dando valiosas e iluminadoras contribuciones, a fin de hacer más significativas y más provechosas espiritualmente las celebraciones del año jubilar.

2. El camino hacia esa histórica cita se está haciendo ahora más rápido, porque se acerca cada vez más el momento de la apertura de la Puerta santa, con la que comenzará para toda la Iglesia un año de gracia y reconciliación.

Por tanto, es digno de elogio el esfuerzo que se está haciendo para la organización exterior, pero debe ir acompañado por el esfuerzo de la preparación interior, que dispone el corazón a la acogida de los dones del Señor. Se trata, ante todo, de redescubrir el sentido de Dios, y reconocer su señorío sobre la creación y sobre la historia. De aquí brotará la revisión que cada uno hará, con sincera convicción y amor, de sus pensamientos y opciones, con el deseo de alcanzar la plenitud de la caridad sobrenatural.

3. La conmemoración del milenio del nacimiento de Cristo nos lleva al centro del misterio de la redención: «Apparuit gratia Dei et Salvatoris nostri, Jesu Christi» (Tt 2, 13). Dios llama a todos los hombres, sin excluir a nadie, a participar en los frutos de la obra de la salvación, que se realiza y se difunde en la tierra por la acción misteriosa del Espíritu Santo. El gran jubileo nos invita a revivir este momento de gracia, conscientes de que al don de la salvación debe corresponder la conversión del corazón, gracias a la cual la persona se reconcilia con el Padre y entra nuevamente en la comunión de su amor.

Sin embargo, la conversión no sería auténtica si no llevara a la reconciliación con nuestros hermanos, que son hijos del mismo Padre. Esta es la dimensión social de la recuperada amistad con Dios: abraza a los miembros de la propia familia, se extiende al ambiente de trabajo e impregna la entera comunidad civil. El Señor, a la vez que nos acoge con su perdón, nos encomienda la misión de ser fermento de paz y unidad en todo el ambiente que nos rodea.

4. El redescubrimiento de esta riqueza de gracia, que se nos ofrece en Cristo, y su acogida en la propia vida requieren un adecuado itinerario de preparación espiritual: y estamos tratando de realizarlo durante estos años, cuyo programa, que he sugerido a toda la Iglesia, conocéis bien. He querido invitar a cada cristiano a reavivar, ante todo, la fe en el misterio de Dios trino, y a profundizar el misterio de Cristo salvador.

Sólo así el pueblo de Dios que peregrina en la tierra puede reencontrar y reavivar el entusiasmo de la fe; todo cristiano podrá gustar la experiencia del encuentro con Cristo, maestro y pastor, sacerdote y guía de toda conciencia. Esto dispondrá a los creyentes a recibir el don de un renovado Pentecostés, para entrar en el tercer milenio animados por un deseo más ardiente de redescubrir la verdad siempre actual de que Dios Padre, por medio de su Hijo encarnado, no sólo habla al hombre sino que también lo busca y lo ama.

5. La tarea que se os ha confiado es importante. Ya existen expectativas en cada una de vuestras naciones. Surgen curiosidades y esperanzas; es ardiente, sobre todo, el deseo de una auténtica paz interior, iluminada por la verdad del Evangelio. Por eso, deben llegar a todos las palabras de esperanza: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso» (Mt 11,?28).

Así pues, convertíos en promotores asiduos de iniciativas que sirvan para transmitir a las poblaciones de vuestras tierras, cristianas o no cristianas, el mensaje del gran jubileo. Haced que se conozcan y apliquen los planes pastorales que se refieren a los sacramentos, a la palabra de Dios, a la animación de la vida litúrgica, a la oración, al tema fundamental del diálogo ecuménico, y a los encuentros con los no cristianos. Haced que se difundan las informaciones, comunicad noticias y mantened vivo el diálogo con vuestras comunidades, considerando las expectativas de cada población. Haced que el paso al tercer milenio sea para todos un momento de renovación y gracia.

6. Como ya es sabido, el jubileo del año 2000 se diferencia de los otros jubileos, porque se celebrará simultáneamente en Roma, en Tierra Santa y en las Iglesias particulares.

La celebración de todo jubileo implica también el concepto de «peregrinación», manifestación religiosa antiquísima y presente en casi todos los pueblos y religiones, con una finalidad principalmente penitencial. La peregrinación refleja el destino último del hombre. El cristiano sabe que la tierra no es su última morada, porque está en camino hacia una meta que constituye su verdadera patria. Por eso, la peregrinación a Roma, a Tierra Santa y a los lugares sagrados indicados en las diócesis pone de relieve que toda nuestra vida es un caminar hacia Dios.

Para que la peregrinación dé frutos, es preciso que se garanticen momentos fuertes de oración, actos significativos de penitencia y conversión, y gestos de caridad fraterna, capaces de ser comprendidos como una viva demostración del amor de Dios. Con este espíritu, el jubileo permitirá que se dilaten los espacios de la caridad de cada Iglesia particular, de cada asociación y de cada grupo eclesial.

El signo concreto de la caridad indicar á que el itinerario de la anhelada renovación ya ha dado pasos auténticos, que anuncian paz y fraternidad universal.

A vosotros os corresponde el compromiso de realizar con inteligencia iniciativas oportunas en ese sentido. A la Iglesia de Roma le compete la tarea de acogeros con los brazos abiertos, con gran corazón y con amistad concreta y generosa. La sede de Pedro, que «preside en la comunión de la caridad», quiere estar presente y viva en esta competición de solidaridad, que compromete a todas las Iglesias esparcidas por el mundo. Hoy es preciso testimoniar una peculiar sensibilidad ante la justicia y la promoción del desarrollo social. Todos estamos convencidos de que es necesario buscar, y es posible encontrar, caminos para superar las tensiones más allá de la lógica de los conflictos; y que pueden hacerse proyectos capaces de resolver la grave situación económica que afrontan muchos Estados, liberando a poblaciones enteras de condiciones inhumanas de esclavitud y miseria.

7. El jubileo es un acontecimiento eclesial providencial. Pero no es un fin en sí mismo, sino un medio —en la solemne celebración conmemorativa de la encarnación del Hijo de Dios, nuestra salvación— para estimular a los cristianos a la conversión y a la renovación interior. Confirmados en la fe, podrán anunciar con nuevo impulso el mensaje evangélico, mostrando que en su acogida está el camino para llegar a la edificación de un mundo más humano, porque es más cristiano.

Encomiendo a la Virgen santísima vuestro diligente servicio de preparación del gran acontecimiento eclesial, con el deseo de que produzca abundantes frutos en beneficio de la Iglesia y de todo el mundo.

Y debo deciros que existe gran interés por este jubileo, no sólo entre los obispos de todo el mundo, sino también entre los políticos. La fecha del año 2000 crea una actitud, una apertura. Podemos decir que el recuerdo cristiano de los pueblos y del mundo se abre y se manifiesta. Quisiera concluir este encuentro rezando con vosotros el Ángelus Domini, porque es la oración de la Encarnación.

Con afecto y gratitud os imparto la bendición apostólica.



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