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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA ESCUELA DE DERECHO DE HARVARD


Sábado 13 de junio de 1998

 

Señoras y señores:

Me complace dar la bienvenida a los miembros de la Asociación de alumnos de la Escuela de derecho de Harvard, con ocasión de vuestra reunión, que este año se celebra en Roma. Es oportuno que vuestro grupo, que incluye a distinguidos juristas de todo el mundo, se reúna en esta ciudad, vinculada tan estrechamente al desarrollo del derecho occidental, tanto civil como canónico. Espero que vuestra tarea de elaboración, aplicación y enseñanza del derecho esté guiada por los altos ideales de justicia y equidad que inspiran la gran tradición de juristas que, a lo largo de más de dos mil años, ha sabido hacer del derecho romano no sólo un instrumento de orden público, sino también de educación en las virtudes cívicas y, por tanto, un maestro de civilización.

El siglo que ahora está a punto de terminar se ha caracterizado por crímenes inauditos contra la humanidad, cometidos en ocasiones con la apariencia de la legalidad. Pero también asistimos a un renacimiento de la esperanza en la fuerza del derecho y de las instituciones legales para proteger la dignidad humana, fomentar la paz y promover la justicia entre los pueblos. La realización de esta esperanza no sólo requiere la creación de estructuras legales más eficaces, sino también, algo más importante aún, la renovación de una cultura jurídica de respeto a las exigencias objetivas de la ley moral universal, como fundamento y criterio último de todas las leyes positivas. En efecto, hace falta un redescubrimiento de los valores humanos y morales esenciales e innatos que nacen de la naturaleza y de la verdad de la persona humana, y que expresan y salvaguardan la dignidad de la persona: valores que ninguna persona, ninguna mayoría y ningún Estado pueden crear, modificar o destruir jamás, sino únicamente reconocer, respetar y promover (cf. Evangelium vitae, 71).

Queridos amigos, ojalá que se cumplan en vosotros las palabras del salmista: «¡Dichosos los que guardan el derecho, los que practican en todo tiempo la justicia!» (Sal 106, 3). Que vuestros esfuerzos diarios al servicio del derecho contribuyan al desarrollo de un mundo más pacífico y humano. Sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.



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