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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA SOCIEDAD DE SAN PABLO (PAULINOS)

Viernes 15 de mayo de 1998

 

Amadísimos religiosos de la Sociedad de San Pablo:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros que, al término de vuestro capítulo general, habéis querido manifestar con esta visita vuestro afecto y renovar vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro. Saludo a don Pietro Campus, nuevo superior general, y, al agradecerle las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes y de toda la congregación, formulo mis mejores deseos de que, bajo su dirección, vuestra familia religiosa crezca en la plena adhesión al carisma de su fundador, el siervo de Dios don Alberione, y en el compromiso generoso en favor de la evangelización. Saludo, asimismo, a los nuevos consejeros generales y a todos los religiosos, que en las diversas partes del mundo prestan a la Iglesia un servicio apostólico de singular actualidad, siguiendo a Jesús Maestro, camino, verdad y vida, y dándolo a conocer mediante la utilización atenta y profesionalmente cualificada de los medios modernos de comunicación social.

2. Vuestra congregación, queridos religiosos, nació de la fe y del corazón de don Giacomo Alberione, gran apóstol de nuestro tiempo, que, frente a los preocupantes síntomas de descristianización del siglo XX, se sintió llamado a anunciar el Evangelio y a servir a la Iglesia en los sectores de frontera donde se planteaban los desafíos más insidiosos para la evangelización. Comprendió que el ámbito de los medios de comunicación social representaba un vasto campo misionero, al que era necesario proveer de profesionales competentes, de instrumentos adecuados y, sobre todo, de personal religioso de alto nivel ascético y espiritual. En el centro de esta ingente empresa apostólica puso la Eucaristía, en la que supo hallar luz interior y energía espiritual. Del misterio eucarístico brotó el entusiasmo misionero que caracterizó toda su existencia. En su programa de evangelización y reforma de la sociedad logró implicar a numerosos hombres y mujeres, formándolos en el amor ardiente a Cristo y en el deseo de anunciarlo en los areópagos modernos.

En el umbral del tercer milenio también vosotros, siguiendo el ejemplo de don Alberione, estáis llamados a estar presentes de modo incisivo y apropiado en las arduas fronteras de la comunicación, para dar un «suplemento de alma» a los proyectos y a las esperanzas de nuestros contemporáneos. Esto implica la adopción de modernas formas empresariales y nuevos estilos de gestión. Sin embargo, para que esta acción pueda conservar su auténtica dimensión apostólica, es necesario que esté apoyada y animada por una generosa fidelidad al carisma originario. Es decir, hace falta que cada religioso paulino, en sintonía con el espíritu de su fundador, sepa hallar las verdaderas motivaciones de su servicio eclesial y misionero en el encuentro intenso y prolongado con el Señor y en el redescubrimiento constante de las raíces de su propia vocación. ¿De qué servirían las modernas formas empresariales y los potentes medios editoriales, si cuantos los gestionan no estuvieran imbuidos de un profundo espíritu sobrenatural, en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia?

El hombre contemporáneo, en su camino incierto, y a menudo arduo, hacia la verdad y la plena realización de sí mismo, llegará a Cristo Maestro si encuentra evangelizadores capaces de considerar su situación con atención y simpatía, pero dispuestos también a dar respuestas auténticamente evangélicas, respaldadas por la garantía de la plena comunión con la Iglesia y con sus pastores. En esta línea, vuestro fundador, que intuyó el secreto de un anuncio moderno e incisivo del Evangelio, es vuestro guía y maestro. Su testimonio os compromete a acoger con plena disponibilidad sus intuiciones proféticas y seguir fielmente sus huellas, para continuar su típica obra misionera dirigida al hombre de nuestro tiempo.

3. Vuestro capítulo se sitúa en vísperas del centenario de aquella «santa noche paulina», que bien conocéis. Fue un momento decisivo en la vida del joven Alberione, entonces seminarista de la diócesis de Alba: en la larga vigilia de oración con la que esperó el comienzo del siglo XX, comprendió la llamada especial que el Señor le encomendaba. En ese momento singular de su existencia, «la Eucaristía, el Evangelio, el Papa, el nuevo siglo, los medios nuevos (...), la necesidad de un nuevo ejército de apóstoles se fijaron tanto en su mente y en su corazón, que después guiaron siempre sus pensamientos, su oración, su trabajo interior y sus aspiraciones».

Amadísimos religiosos, también para vosotros es providencial el tiempo que estamos viviendo, porque, ante la proximidad del gran jubileo del año 2000, cada paulino, no sólo en el umbral de un nuevo siglo sino también de un nuevo milenio, no puede menos de sentirse comprometido a repetir la misma experiencia de su fundador, para hacer suyas las referencias ideales que estuvieron en el centro de su espiritualidad y de su acción evangelizadora. Os deseo que en vuestras comunidades pongáis como fundamento de todo proyecto el anhelo de santidad, que distinguió a don Giacomo Alberione. En efecto, «la llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: .La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. (...). No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales (...): es necesario suscitar un nuevo .anhelo de santidad.» (Redemptoris missio, 90).

En la historia de muchos institutos religiosos la confrontación intensa entre las exigencias ideales del carisma y las situaciones concretas de apostolado ha creado momentos de tensión e, incluso, de sufrimiento. También en vuestra Obra la necesidad de entablar una relación funcional y, al mismo tiempo, evangélicamente auténtica entre la institución religiosa y la moderna metodología de empresa, ha suscitado dificultades. Para ayudaros a superarlas, nombré como delegado mío al obispo monseñor Antonio Buoncristiani, a quien agradezco cordialmente la labor que está realizando con el fin de sosteneros. Ahora ha llegado el momento de afrontar y resolver estas dificultades con espíritu de fe, con plena disponibilidad a las exigencias del Reino y con referencia constante al magisterio de la Iglesia.

La adhesión convencida al primado de la vida religiosa sobre cualquier otra exigencia ayudará a resolver los problemas que han surgido durante estos años y a determinar las normas necesarias de control, de movilidad y de cualificación profesional, que requieren las nuevas condiciones. Gracias a una recuperación general del fervor religioso, los miembros de la Sociedad de San Pablo buscarán y encontrarán, con espíritu de diálogo y fraternidad, soluciones adecuadas para el anhelado impulso apostólico, según las directrices de vuestro fundador. La unidad de vuestra congregación dará una valiosa contribución a ese objetivo, respetando las responsabilidades propias de cada provincia.

4. Habéis elegido como tema para este capítulo general un lema que gustaba mucho a don Alberione: «Vuestra parroquia es el mundo». Vuestro fundador estaba convencido de que la dimensión apostólica de sus hijos estaba íntimamente vinculada con el ministerio del Sucesor de Pedro, cuya «parroquia» es, precisamente, «el mundo». En noviembre de 1924 escribió: «Debemos ser fieles intérpretes de la palabra y de las indicaciones del Papa. No pretendemos ser de otra manera: y Dios nos dará gracias para hacerlo (...). No nos corresponde proponer teorías: permaneceremos cercanos al Papa y procuraremos seguir, con fidelidad, las indicaciones del Papa». Por el mismo motivo, quiso que «en la Pía Sociedad de San Pablo, además de los tres votos habituales, se añadiera un cuarto voto: el de fidelidad al Papa en lo relativo al apostolado».

Bien podemos decir que la total sintonía con el magisterio de León XIII y san Pío X, los dos grandes Pontífices que con su sabia acción promovieron la renovación de la parroquia en sus dimensiones de compromiso pastoral y social, fue la norma que inspiró el singular apostolado de don Alberione. Se sintió particularmente atraído por la renovación de la catequesis y de la pastoral litúrgica, y también se interesó por la doctrina social de la Iglesia y por los primeros pasos del movimiento bíblico: quiso proponer todo esto mediante el apostolado de la prensa y de los demás medios de comunicación social.

Ojalá que la reflexión sobre el tema elegido por vuestro capítulo no sólo confirme vuestra sintonía con el carisma de vuestro fundador, sino que también os comprometa a asumir y vivir todas las motivaciones profundas que impulsaron sus intuiciones apostólicas, para contribuir con renovado entusiasmo y esperanza confiada a la evangelización de la inmensa «parroquia del Papa», en comunión constante con las Iglesias particulares y la Iglesia universal.

5. Amadísimos hermanos, vuestro capítulo general, que abre una nueva etapa de la vida de vuestro instituto, se concluye en el tiempo pascual, el tiempo de la misión. Os deseo que en este momento no sólo acojáis la llamada del Señor, que os envía nuevamente a todo el mundo para anunciar la buena nueva del Evangelio a todas las gentes y con todos los medios (cf. Mt 28, 19), sino también la invitación a recorrer con humildad el camino del discípulo para seguir generosamente a Cristo hasta la cruz. Formulo votos para que todas las provincias de la congregación se abran a nuevos horizontes de fraternidad, comunión y apostolado fecundo.

Con estos deseos, os encomiendo a la protección materna de la santísima Virgen y a la oración del beato Giaccardo y del venerable don Alberione, mientras que, como prenda de nuevas y abundantes efusiones del Espíritu Santo, os imparto con afecto una especial bendición apostólica, que extiendo con gusto a vuestros hermanos y a toda la familia paulina.



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