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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RELIGIOSOS DE LA ORDEN DE LA MERCED
REUNIDOS EN CAPÍTULO GENERAL

 

Al reverendo padre
Mariano LABARCA ARAYA
Maestro general de la Orden de la Merced

1. Me es grato dirigir un cordial saludo a los participantes en el capítulo general de la Orden de la Merced, de modo particular al nuevo maestro general, padre Mariano Labarca Araya. Al felicitarle por su elección, formulo los mejores votos para que, con renovada fidelidad al carisma mercedario, pueda conducir a sus hermanos con valentía y clarividencia hacia el nuevo milenio. Saludo también al padre Emilio Aguirre Herrera, expresándole mi aprecio por la generosidad y dedicación con las que ha guiado a la Orden en los últimos doce años.

Es mi deseo que este capítulo general renueve en todos los mercedarios el ardor y entusiasmo necesarios para seguir a Cristo Redentor y, sostenidos por su gracia, «anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (cf. Lc 4, 18-19), incluso en contextos y países nuevos, especialmente de África y de Asia.

2. La historia multisecular de vuestra orden nace del corazón y de la fe de hombres grandes y decididos que, acogiendo los desafíos de su tiempo, estuvieron «abiertos a la voz interior del Espíritu, que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia» (Vita consecrata, 73) y ofrecieron nuevas respuestas y nuevos proyectos de evangelización para testimoniar el amor de Dios a los más pobres. Ésta fue la iniciativa de san Pedro Nolasco que, con la ayuda y consejo de san Raimundo de Peñafort y del Rey Jaime I, reunió un grupo de hombres piadosos bajo la Regla de san Agustín, pidiendo para ello la aprobación del Papa Gregorio IX.

De esta decisión providencial surgió una admirable historia de santidad y caridad, que enriquece la vida de la Iglesia. A este respecto, se ha de recordar la generosa solicitud hacia los cristianos prisioneros, pagando su libertad y llevándolos a sus propios países gracias a la generosidad heroica de tantos hermanos. Hay que destacar también la admirable labor de evangelización, promovida por los mercedarios después del descubrimiento del nuevo mundo, en la que sobresalen grandes figuras de santos y teólogos, que han enriquecido los 780 años de vuestra historia.

3. La profunda caridad y el discernimiento de los signos de los tiempos a la luz del Evangelio, después de abolirse la esclavitud y del difícil período de la Revolución francesa, llevó a vuestra orden hacia nuevas dimensiones evangélicas, coherentes con el carisma originario y con las exigencias de la situación histórica concreta. Así, Pedro Armengol Valenzuela dio nuevo vigor a la orden, abriéndole nuevos horizontes donde realizar la propia vocación de paladines de la libertad y profetas de la caridad. Desde entonces vuestros apostolados han sido: la preservación de la fe, la ayuda a cuantos sufren las consecuencias de las nuevas formas de esclavitud, la pastoral penitenciaria, la educación, las misiones y parroquias, ámbitos siempre nuevos en los que, en nombre de Cristo, se ha luchado contra todo tipo de opresión para devolver al hombre la verdad que libera y salva.

A este respecto, el concilio Vaticano II favoreció la actualización de vuestra orden, la cual, acogiendo el impulso de renovación promovido por el Espíritu Santo en toda la Iglesia, ha puesto su rico patrimonio espiritual al servicio del anuncio del Evangelio y de la promoción de los hermanos pobres y marginados.

4. Los rápidos y continuos cambios que afectan a la sociedad actual y la cercanía del gran jubileo del 2000, os llaman a dar nuevas perspectivas a vuestra generosidad con su tradición de santidad y heroísmo. ¿Cómo presentar, pues, vuestro carisma redentor a los hombres y mujeres del próximo milenio? Éste es el interrogante que, siguiendo el ejemplo de san Pedro Nolasco y de las grandes figuras de sacerdotes y laicos que han compartido este carisma, os habéis planteado en el capítulo general, invocando para ello la luz y la gracia del Espíritu Santo. La respuesta exige opciones valientes, que caracterizan la misión de la Iglesia y que han ocupado las reflexiones y trabajos del capítulo.

La exhortación apostólica postsinodal «Vita consecrata» recuerda que, para toda renovación eclesial, son necesarias la conversión y la santidad. «Esta exigencia se refiere en primer lugar a la vida consagrada. En efecto, la vocación de las personas consagradas a buscar ante todo el reino de Dios es, principalmente, una llamada a la plena conversión, en la renuncia de sí mismo, para vivir totalmente en el Señor, para que Dios sea todo en todos. Los consagrados, llamados a contemplar y testimoniar el rostro .transfigurado. de Cristo, son llamados también a una existencia transfigurada» (n. 35).

A la santidad de cada religioso debe corresponder una profunda y fecunda comunión fraterna que «confiere fuerza e incisividad a su acción apostólica, la cual, en el marco de la misión profética de todos los bautizados, se caracteriza normalmente por cometidos que implican una especial colaboración con la jerarquía. De este modo, con la riqueza de sus carismas, las personas consagradas brindan una específica aportación a la Iglesia para que ésta profundice cada vez más en su propio ser, como sacramento .de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano .» (n. 46).

5. Vuestro carisma os lleva a mirar solícitamente las diversas formas de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros un compromiso cada vez más grande para el anuncio del Evangelio.

Como recuerda la citada exhortación apostólica: «Otra provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad» (n. 89).

La larga tradición de vuestra orden os llama a vivir la pobreza, fortalecida y sostenida por la obediencia y la castidad, «con espíritu mercedario», es decir, como un continuo acto de amor hacia los que son víctimas de la esclavitud, como capacidad de compartir sus sufrimientos y esperanzas y como disponibilidad a la acogida cordial.

6. Vuestra orden, desde sus orígenes, ha venerado a la Virgen María bajo la advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido como modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Experimentando su presencia continua e imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y difíciles, de la misión redentora.

Al contemplar su gran fe y su total obediencia a la voluntad del Señor, aprendieron a leer en los acontecimientos de la historia las llamadas de Dios y a estar disponibles con generosidad renovada al servicio de las víctimas de la pobreza y de la violencia. A ella, mujer libre porque es llena de gracia, han dirigido su mirada para descubrir en la oración y en el amor de Dios el secreto para vivir y anunciar la libertad que Cristo nos ha adquirido con su sangre.

A las puertas de un nuevo milenio, mientras la Iglesia se prepara para celebrar los dos mil años de la encarnación del Hijo de Dios, deseo confiar a la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, las decisiones capitulares y las esperanzas que os animan, para que ella os dé la alegría de ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo.

Con estos vivos deseos, e invocando la protección de san Pedro Nolasco y de todos los santos de vuestra orden, imparto con afecto a toda la familia mercedaria una especial bendición apostólica.

Vaticano, 25 de mayo de 1998

JUAN PABLO II



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