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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL
SOBRE EL CINE


Jueves 19 de noviembre de 1998

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra recibiros con ocasión del congreso internacional de estudio dedicado al tema: «Arte, vida y representación cinematográfica. Sentido estético, exigencias espirituales e instancias culturales». Os doy mi cordial bienvenida a cada uno.

Saludo y agradezco de modo particular al cardenal Paul Poupard las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Expreso, asimismo, mi estima a los miembros del Consejo pontificio para la cultura y del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales que, en colaboración con la Oficina de espectáculos (de la Conferencia episcopal italiana), han reunido a estudiosos y aficionados al cine, prosiguiendo una interesante iniciativa ya experimentada positivamente el año pasado. Estas intensas jornadas, con la ayuda de expertos, directores, guionistas y críticos de arte y especialistas en técnicas de comunicación, os han permitido reflexionar en el lenguaje del cine, a menudo elevado a la categoría de auténtico arte, que la Iglesia contempla cada vez con mayor atención e interés.

Me congratulo con vosotros porque, para afrontar estos temas y responder adecuadamente a los desafíos de la cultura contemporánea, habéis aprovechado los recursos y las competencias de vuestros dicasterios, a fin de dar juntos una significativa contribución al compromiso común de evangelización, especialmente en la perspectiva del próximo milenio. A los promotores y organizadores, a los relatores y participantes, así como a cuantos están comprometidos en el ámbito de la cultura, del cine, de las comunicaciones y de las artes, expreso mi más ferviente deseo de que vuestra actividad sea fecunda.

2. El año pasado, al recibir a los participantes en el congreso sobre: «El cine, vehículo de espiritualidad y cultura», subrayé que esta forma moderna de comunicación y cultura, si es bien concebida, producida y difundida, «puede contribuir al crecimiento de un verdadero humanismo» (Discurso del 1 de diciembre de 1997, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de diciembre de 1997, p. 8). Me alegra constatar que, prosiguiendo por este camino, el encuentro de este año está dedicado al cine y al valor de la vida.

En efecto, durante estos días habéis reflexionado en el cine como medio adecuado para defender la dignidad del hombre y el valor de la vida. A este respecto, es muy oportuna la exhortación de los obispos italianos «Transmitir la vida », dirigida a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, con ocasión de la vigésima Jornada en favor de la vida. Fue propuesta en el marco del «Proyecto cultural orientado en sentido cristiano», que la comunidad eclesial está profundizando en el umbral del tercer milenio. En este proyecto no puede faltar la aportación del cine; más aún, desempeña un papel destacado, dado que constituye el punto de encuentro entre el mundo de las comunicaciones sociales y otras formas culturales. Pensemos en cuánto puede influir, positiva o negativamente, el cine en la opinión pública y en las conciencias, sobre todo de los jóvenes. La vida humana posee un carácter sagrado, que es preciso defender y promover siempre. Es don sublime de Dios. Se trata de un desafío que todos deben aceptar responsablemente, a fin de que el cine se convierta en un medio expresivo adecuado para presentar el valor de la vida, respetando la dignidad de la persona.

3. A este respecto, el cine puede dar y hacer mucho. Lo testimonian elocuentemente las tres películas que habéis elegido para vuestro encuentro. Como acaba de recordar el cardenal Poupard, el cine, ya desde su nacimiento, es el espejo del espíritu humano, que busca constantemente a Dios, a menudo incluso sin darse cuenta. Con efectos especiales e imágenes sorprendentes, sabe explorar de manera profunda el universo del ser humano. Sabe encarnar en las imágenes la vida y su misterio. Además, cuando alcanza las cimas de la poesía, unificando y armonizando diferentes artes, como por ejemplo la literatura, el teatro, la música y la declamación, puede convertirse en fuente de admiración interior y de profunda meditación.

Por eso, la libertad creativa del autor, facilitada por los medios tecnológicos de vanguardia, está llamada hoy a ser vehículo de transmisión de un mensaje positivo que se refiera constantemente a la verdad, a Dios y a la dignidad del hombre.

La cultura y sus campos de investigación, las comunicaciones sociales y sus consecuencias amplias y complejas, las artes y su encanto, que enriquecen la vida y la abren a la belleza y a la verdad de Dios, están en el centro de la misión de la Iglesia, que se preocupa por el hombre en su relación constitutiva y vital con Dios, y en sus relaciones con sus semejantes y con toda la realidad creada.

Por eso, la Iglesia considera el cine como una peculiar expresión artística del año 2000, y lo anima en su función pedagógica, cultural y pastoral. En las secuencias cinematográficas confluyen creatividad y progreso técnico, inteligencia y reflexión, fantasía y realidad, sueño y sentimientos. El cine constituye un medio fascinante para transmitir el perenne mensaje de la vida y describir sus extraordinarias maravillas. Al mismo tiempo, puede transformarse en un lenguaje fuerte y eficaz para censurar la violencia y los atropellos. Así, enseña y denuncia, conserva la memoria del pasado, se convierte en conciencia viva del presente e impulsa la búsqueda de un futuro mejor.

4. Con todo, la técnica cinematográfica no debe prevalecer jamás sobre el hombre y sobre la vida, subordinándolos a la creación artística. El progreso científico ha abierto al cine horizontes hasta hace poco tiempo inimaginables, permitiendo que las imágenes superen, en el bien y en el mal, las demás obras de la creatividad humana y capten la atención y la admiración del espectador. Al mismo tiempo, el cine, tentado de considerarse a sí mismo como fin, ha llegado a veces a perder el contacto con la realidad y con los valores positivos de la vida. ¡Cuántas veces las imágenes envilecen al ser humano, desfigurando y anulando su humanidad, y convirtiéndose en vehículo de degradación, más que de crecimiento!

Vosotros sois los primeros en estar convencidos de ello: el cine no puede expresarse plenamente sin una clara y constante referencia a los valores morales y a los fines para los que nació. A cuantos trabajan en este campo corresponde explorar con competencia y experiencia el sentido positivo de la cinematografía, ayudando a los escenógrafos, productores y actores a convertirse, con su genio y fantasía, en mensajeros de civilización y de paz, de esperanza y de solidaridad; en una palabra, en mensajeros de auténtica humanidad.

Deseo de corazón que las personas que trabajan en el mundo del cine se sientan responsables de la gran tarea de promover un auténtico humanismo. Invito a los cristianos a ser corresponsables con ellas en esta vasta cooperación artística y profesional, para defender y fomentar los verdaderos valores de la existencia humana. Se trata de un servicio valioso que prestan a la obra de la nueva evangelización, con vistas al tercer milenio.

Con este fin, invoco sobre vuestras personas y sobre vuestra actividad la abundancia de los dones del Espíritu Santo. Y como signo de mi estima y mi afecto, os imparto de buen grado a vosotros, así como a vuestros colaboradores y a vuestras familias, una especial bendición apostólica.



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