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VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS CATEQUISTAS
Y LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES


Salona, domingo 4 de octubre de 1998

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). Estas palabras de Cristo, pronunciadas antes de volver al Padre, han sido elegidas como lema de mi visita pastoral, que está a punto de terminar. Son palabras que resuenan aquí ya desde los tiempos apostólicos, pero conservan aún hoy toda su fuerza, gracias a la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de las mujeres de esta tierra croata.

He llegado aquí, a Salona, después de haber elevado al honor de los altares, ayer, en el santuario de Marija Bistrica, al mártir Alojzije Stepinac. Con este viaje apostólico he querido unir idealmente entre sí los lugares de la fe y la devoción de vuestro pueblo, en recuerdo del testimonio que ha dado de Cristo desde los primeros siglos hasta nuestros días.

Nos encontramos bajo la mirada de la Virgen de la Isla, bajo la mirada de la Virgen del gran voto bautismal croata, en el protosantuario mariano de Croacia. Nos hemos reunido en este lugar, que conserva importantes memorias de la fe, que se remontan a la lejana historia de vuestro pueblo. Este lugar reviste una importancia singular en el pasado de los católicos croatas y de la nación croata. Aquí está la fuente de vuestra identidad; aquí están vuestras profundas raíces cristianas. Este lugar testimonia la fidelidad de los católicos de esta región a Cristo y a la Iglesia.

2. Agradezco cordialmente al querido arzobispo metropolitano, monseñor Ante Juria, sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los señores cardenales Franjo Kuharia y Vinko Puljia, así como a los demás hermanos en el episcopado, al clero, a los consagrados y a las consagradas, a los profesores, a los representantes de las asociaciones y de los movimientos eclesiales y, sobre todo, a los jóvenes, que veo aquí presentes en gran número.

Queridos hermanos, deseo dirigiros unas palabras de esperanza, invitándoos a permanecer abiertos, en la Iglesia, a los impulsos del Espíritu Santo, para dar un testimonio eficaz de Cristo, cada uno en su propio ambiente de vida y de trabajo. «Estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis. (...) Conocéis la verdad» (1 Jn 2, 20-21).

El beato Alojzije Stepinac dio un ejemplo extraordinario de testimonio cristiano. Cumplió su misión de evangelizador, sobre todo sufriendo por la Iglesia, y selló su mensaje de fe con la muerte. Prefirió la cárcel a la libertad, para defender la libertad de la Iglesia y su unidad. No temió las cadenas, para que no encadenaran la palabra del Evangelio.

3. Queridos representantes de las asociaciones y los movimientos eclesiales, los fieles laicos tienen un lugar propio en la Iglesia. En virtud del bautismo que han recibido, están llamados a participar en la única y universal misión de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 33 y 38; Apostolicam actuositatem, 3), cada uno según los dones recibidos. Por eso, es preciso promover un sano pluralismo de formas asociativas, evitando exclusivismos, a fin de dar cabida a los carismas que el Espíritu Santo no deja de difundir en la Iglesia, para la construcción del reino de Dios y para bien de la humanidad.

La Iglesia que está en Croacia deposita en vosotros grandes esperanzas. «No extingáis el Espíritu» (1 Ts 5, 19). El carisma que habéis recibido es para beneficio de todos, a fin de que todo se desarrolle como en un organismo vivo y sano (cf. 1 Co 12, 12-27; Rm 12, 4-5). «Tenemos dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada» (Rm 12, 6).

La tarea particular de los movimientos y de las asociaciones eclesiales de laicos consiste en promover y sostener la comunión eclesial bajo la guía del obispo, «principio y fundamento visible de unidad en las Iglesias particulares» (Lumen gentium, 23). No hay comunión eclesial sin la comunión con el obispo: «Episcopo attendite, ut et Deus vobis attendat » (san Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo, 6, 1: Funk 1, 250). 4. Queridos profesores, a vosotros se os ha encomendado la espléndida misión de formar a los jóvenes, siendo para ellos ejemplos y guías. Sabéis que todo proyecto educativo debe ser rico en valores espirituales, humanos y culturales, para poder alcanzar su objetivo. Como he dicho recientemente, «la escuela no puede limitarse a ofrecer a los jóvenes nociones en los diversos campos del conocimiento; también debe ayudarles a buscar, en la justa dirección, el sentido de la vida» (Ángelus, 13 de septiembre de 1998, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 1998, p. 1).

Invertir en la formación de las nuevas generaciones significa invertir en el futuro de la Iglesia y de la nación. Sin una buena formación de las nuevas generaciones no se pueden abrir perspectivas seguras ni para el futuro de la Iglesia particular ni para el de la nación. La forma y la dirección que tomará el futuro dependen en gran parte de vosotros, los educadores. El concilio Vaticano II afirma: «La suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar » (Gaudium et spes, 31).

Los jóvenes necesitan el testimonio de un amor que sepa sacrificarse y de una paciencia que sepa esperar con confianza. Ojalá que sean precisamente el amor y la paciencia vuestros argumentos más fuertes y que os inspire siempre la divina pedagogía de Cristo Jesús, que en el Evangelio se ha hecho nuestro Maestro.

Al mismo tiempo que os exhorto a dar lo mejor de vosotros mismos en el cumplimiento de vuestro deber, no puedo menos de manifestaros mi deseo de que la sociedad valore vuestro compromiso profesional, reconociéndolo de modo adecuado. Quisiera expresaros el profundo aprecio de la Iglesia por vuestro valioso servicio en un campo tan delicado y decisivo como es el de la formación de quienes se asoman a la vida.

5. Es justo dirigiros una palabra específica a vosotros, queridos catequistas y profesores de religión. Estáis llamados, en las escuelas y en las parroquias, a ayudar a las generaciones jóvenes a conocer a Cristo, para que puedan seguirlo y testimoniarlo. Estáis llamados a ayudar a los jóvenes a insertarse en la Iglesia y en la sociedad, superando, a la luz del Evangelio, las dificultades que encuentran en su maduración humana y espiritual.

Al proponer a los jóvenes razones de vida y de esperanza, el catequista está llamado a brindarles un conocimiento más profundo y claro sobre Dios y sobre la historia de la salvación, que culminó en la muerte y resurrección de Jesucristo. El núcleo de toda la actividad del catequista o del profesor de religión está constituido por el anuncio de la palabra de Dios, con el propósito de suscitar la fe y hacer que madure. La catequesis y la hora de religión deben ser ocasión de un testimonio que promueva entre el profesor y el alumno un contacto verdadero y profundo, capaz de alimentar la fe.

6. Deseo decir aún unas palabras más, las últimas, pero quizá las más importantes. Os las dirijo a vosotros, queridos jóvenes. Son pocas, pero esenciales. Son éstas: Jesucristo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Él no defrauda a nadie y es el mejor amigo de los jóvenes. Dejaos conquistar por él (cf. Flp 3, 12), para que podáis ser protagonistas de una vida verdaderamente significativa, protagonistas de una grande y espléndida aventura, marcada por el amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 22, 37- 40). En vuestras manos está el futuro: el vuestro, pero también el de la Iglesia y el de vuestra patria. Deberéis afrontar serias responsabilidades. Estaréis a la altura de vuestras obligaciones futuras, si os preparáis ahora adecuadamente, con la ayuda de vuestras familias, de la Iglesia y de las instituciones de formación.

Sabed encontrar vuestro lugar en la Iglesia y en la sociedad, aceptando generosamente las tareas que os encomiendan actualmente en vuestra familia y fuera de ella. Éste es el modo más eficaz de prepararos para las tareas del mañana. No olvidéis jamás que cualquier proyecto de vida que no sea conforme al designio de Dios sobre el hombre está destinado, antes o después, al fracaso. En efecto, sólo con Dios y en Dios el hombre puede realizarse completamente y alcanzar la plenitud a la que aspira en lo más íntimo de su corazón.

Un poeta vuestro escribió: «Felix, qui semper vitae bene computat usum» (M. Marulia, Carmen de doctrina Domini nostri Iesu Christi pendentis in cruce, v. 77). Es decisivo elegir los verdaderos valores, y no los efímeros; la auténtica verdad, y no las verdades a medias o las pseudoverdades. Desconfiad de quien os prometa soluciones fáciles. Sin sacrificio no se construye nada grande.

7. Ha llegado el momento de la despedida. Un último saludo a todos, en particular a vosotros, habitantes de Salona: sentíos orgullosos de los tesoros de fe que la historia os ha confiado. Conservadlos celosamente.

Quisiera despedirme de vosotros recordándoos las palabras del beato Alojzije Stepinac: «No seréis dignos de los nombres de vuestros padres, si permitís que os separen de la roca, sobre la que Cristo construyó la Iglesia» (Testamento, 1957).

Os encomiendo a María, la Madre, según la carne, del Verbo hecho hombre por nuestra salvación. Que la Virgen de la Isla, desde este protosantuario suyo en tierra croata, vele por vosotros, vuestras familias y vuestra patria, y os sostenga en vuestro testimonio de Cristo, en el nuevo milenio, que ya está a las puertas.

Os bendigo a todos.

¡Alabados sean Jesús y María!

 



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