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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA


Viernes 30 de octubre de 1998

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Al saludar a la Conferencia internacional de líderes carismáticos católicos, «doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en todo el mundo» (Rm 1, 8). La Renovación carismática católica ha ayudado a muchos cristianos a redescubrir la presencia y la fuerza del Espíritu Santo en su vida, en la vida de la Iglesia y en el mundo; y este redescubrimiento ha despertado en ellos una fe en Cristo rebosante de alegría, un gran amor a la Iglesia y una entrega generosa a su misión evangelizadora. Durante este año dedicado al Espíritu Santo, me uno a vosotros para alabar a Dios por los grandes frutos que ha querido hacer madurar en vuestras comunidades y, mediante ellas, en las Iglesias particulares.

2. Como líderes de la Renovación carismática católica, una de vuestras primeras tareas consiste en salvaguardar la identidad católica de las comunidades carismáticas esparcidas por todo el mundo, e impulsarlas a mantener siempre un estrecho vínculo jerárquico con los obispos y con el Papa. Pertenecéis a un movimiento eclesial; y la palabra «eclesial» implica una precisa tarea de formación cristiana, que conlleva una profunda armonía entre la fe y la vida. La fe gozosa que anima a vuestras comunidades debe ir acompañada por una formación cristiana integral y fiel a la enseñanza de la Iglesia. De una sólida formación brotará una espiritualidad profundamente arraigada en las fuentes de la vida cristiana y capaz de responder a las cuestiones cruciales planteadas por la cultura actual. En mi reciente encíclica Fides et ratio, he puesto en guardia contra un fideísmo que no reconoce la importancia de la función de la€razón, no sólo para la comprensión de la fe, sino también para el acto mismo de fe.

3. El tema de vuestra Conferencia, «¡Que el fuego se vuelva a encender!», remite a las palabras de Cristo: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12, 49). Al dirigir nuestra mirada hacia el gran jubileo, estas palabras resuenan con toda su fuerza. El Verbo de Dios encarnado nos trajo el fuego del amor y la verdad que salva. En el umbral del tercer milenio de la era cristiana, ¡cuán grande es el desafío evangélico!: «Ve hoy a trabajar en la viña» (Mt 21, 28).

Acompaño vuestra Conferencia con mis oraciones, confiando en que dé grandes frutos espirituales para la Renovación carismática católica en todo el mundo. Que María, Esposa del Espíritu y Madre de Cristo, vele por todo lo que hacéis en nombre de su Hijo. A todos vosotros, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.



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