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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LAS HERMANAS TERCIARIAS CAPUCHINAS DE LA SAGRADA FAMILIA

Sábado 31 de octubre de 1998

 

A la superiora general y madres capitulares
de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia:

Es muy grato para mí recibiros al final del XIX capítulo general, en el que habéis reflexionado sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la propia vida, para ser «mujeres del Espíritu», según el estilo franciscano de vuestro fundador, el venerable Luis Amigó y Ferrer, y ofrecer así al mundo de hoy nuevas expresiones de vivencia cristiana y de audacia en el servicio. En esta ocasión, dirijo mi más cordial saludo a cada una de vosotras y, por medio vuestro, a todas las hermanas de la Congregación que en las diversas casas de Europa, América, Asia y África hacen presente la dimensión esponsal de la Iglesia y su maternidad virginal, colaborando con su dedicación incondicional y su presencia discreta, pero fecunda, en la construcción de una humanidad mejor.

La Iglesia tiene en gran estima la aportación específica que, como consagradas, ofrecéis a las tareas de la nueva evangelización. Al abrazar la castidad, pobreza y obediencia evangélicas de Jesús, os convertís, en cierto modo, en una prolongación de su humanidad y dais testimonio profético de la primacía de Dios y de los bienes futuros en la sociedad actual, en la que parece haberse perdido el rastro de lo divino (cf. Vita consecrata, 85).

Ante los nuevos retos que el tercer milenio presenta a la vida religiosa, vuestra entrega y misión deben guiarse por el discernimiento sobrenatural, que sabe distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario (cf. Ga 5, 16-22). Sólo desde este dinamismo de fidelidad al Espíritu podréis actuar eficazmente en los respectivos campos del propio carisma fundacional, llevando en el corazón y en la oración las múltiples necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Al animaros en vuestra encomiable labor educativa, ayudando a los niños y jóvenes con dificultades a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu, invoco sobre todo el instituto la protección de la Sagrada Familia de Nazaret, para que os sostenga siempre en la vida religiosa. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo complacido a todas las hermanas de la congregación, así como a quienes colaboran con vosotras en los diversos apostolados.



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