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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS ORGANIZADORES DEL ÚLTIMO VIAJE DEL PAPA A BRASIL


Jueves 17 de septiembre de 1998

 

Señor cardenal;
señor embajador de Brasil ante la Santa Sede;
amadísimos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
señoras y señores:

1. Os agradezco mucho vuestra presencia aquí en Roma, porque, con este delicado gesto de caridad cristiana, habéis querido devolver la visita que tuve la alegría de realizar a Brasil el año pasado, con ocasión del II Encuentro mundial del Papa con las familias. Deseo elevar mi acción de gracias al Dios de la misericordia, invocando para todos «la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo».

Habéis venido a la ciudad eterna para estar con el Sucesor del Pedro, en representación de todos los sectores de la sociedad y de los que contribuyeron al éxito de ese gran encuentro. Me alegra la iniciativa del señor cardenal Eugênio de Araújo Sales, porque me permite recordar todas las diversas fases de esos inolvidables días de octubre del Congreso teológico-pastoral sobre la familia, que culminaron con la santa misa en la explanada de Flamengo. Fue grande mi consuelo al poder constatar los grandes frutos que maduraron en esa ocasión, y pido al Señor, dador de todo bien, que se multipliquen en el corazón de cada brasileño, de norte a sur y de este a oeste, a fin de que la familia sea siempre, como la definió el Congreso, «don y compromiso, esperanza de la humanidad».

2. Que estos deseos, que elevo en mis oraciones a Dios todopoderoso, sirvan también de aliciente para todos los líderes de vuestro país, a fin de que sigan promoviendo el bien común entre todos los brasileños, en un clima de sana colaboración y de mutuo respeto, pensando siempre en los intereses de cada ciudadano, y como promotores de justicia y solidaridad, especialmente entre los más necesitados. A grandes pasos, con la gracia de Dios, nos vamos aproximando al jubileo del año 2000; por eso, con vistas a ese importante acontecimiento, deseo renovar mi invitación a «un esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios» (Tertio millennio adveniente, 46), en un clima de armonía y de serena cooperación.

La presencia hoy aquí de altas personalidades del Gobierno, nacionales, estatales y locales, confirma mi firme convicción de que estas palabras encontrarán el debido eco en todas las iniciativas encaminadas a fomentar ese mismo bien común que, inspirándose en los valores evangélicos, redundará en beneficio de todo el pueblo de la amada nación brasileña.

Por eso, deseo deciros a todos que os llevo en mi corazón, y os pido que volváis a Brasil con la certeza de que el Papa no sólo fue a Río de Janeiro, sino que estuvo y seguirá estando en cada hogar, en las calles, en los campos, en los hospitales, en las cárceles, en las colinas y en las playas de esa inmensa nación, a la que expreso mis mejores deseos de paz y de prosperidad.

3. Por intercesión de nuestra Señora Aparecida, pidamos a Dios para Brasil, para su gente, para las familias, para los jóvenes y los ancianos, y para los enfermos, el bienestar material y espiritual de cada uno, en el marco de una solidaridad ordenada y sincera. Dando las gracias de nuevo a quienes colaboraron en la realización del Encuentro con las familias, imparto a todos la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

 



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