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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA


Jueves 24 de septiembre de 1998

 

1. Me alegra acogeros al concluir vuestro XXXIII capítulo general, cuyo tema central ha sido: La evangelización de los pobres en el umbral del tercer milenio. Felicito al padre Wilhelm Steckling, nuevo superior general, así como a su consejo, llamados a guiar a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en esta nueva etapa, para fortalecer su unidad, desarrollar incesantemente su carácter pastoral y participar cada vez más eficazmente en la misión de la Iglesia.

Junto con todos vosotros, doy gracias al Señor por la obra que han realizado los religiosos oblatos. Mediante vuestra presencia en todos los continentes y, en particular, en tierras lejanas, estáis en contacto con hombres y mujeres de culturas y tradiciones diferentes; es el signo de la universalidad de la Iglesia y de su atención a todos los pueblos. Para estar cerca de los hombres, en especial de los más pobres, cuyo número aumenta constantemente, habéis deseado reorganizar vuestra presencia en las diversas provincias, a fin de enviar nuevas comunidades a Asia, América Latina y África, así como a la región del norte de Canadá. Os interesáis también por los nuevos ámbitos de la misión, en particular por los medios de comunicación social y el diálogo confiado con los hombres de hoy, para construir una sociedad cada vez más fraterna y una era de justicia y paz. Habéis realizado esfuerzos valientes para afrontar algunas necesidades pastorales, apostólicas y misioneras nuevas y urgentes, así como la necesaria inculturación, proceso paciente que, al exigir la escucha de los pueblos, «no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana » (Redemptoris missio, 52). La Iglesia aprecia vuestra disponibilidad y solicitud para responder a la llamada del Señor en los lugares a donde se os envía, y para poneros al servicio de las Iglesias particulares, a pesar de los medios limitados y de la disminución de los miembros de vuestro instituto. Estoy seguro de que el impulso misionero de vuestra asamblea general dará numerosos frutos y nuevo vigor a vuestro instituto.

2. Como sabéis, el anuncio del Evangelio supone que se obtiene fuerza, valentía y esperanza con la vida de oración, pues es especialmente en la oración donde Dios comunica numerosas gracias espirituales, con la liturgia de las Horas, plegaria que permite a cada persona participar en la alabanza de la Iglesia universal y, por tanto, en su misión, así como con la meditación de la Escritura y con la Eucaristía, en la que Cristo enseña a sus discípulos y se entrega como alimento para el camino apostólico. La disciplina diaria, la entrega de sí a Dios y la vida comunitaria son testimonios auténticos de una intensa caridad y la principal forma de anuncio del Evangelio. Es un modo de imitar a Cristo, que permite decir: «Venid y veréis» (Jn 1, 39), y abrir el corazón de los hombres para que acojan la palabra de Dios con benevolencia. En efecto, los contemporáneos reconocerán a los fieles del Señor por el amor que se tengan unos a otros, y así manifestarán el rostro del Resucitado (cf. 1 Jn 4, 11). En el mundo actual, más que nunca, el sacerdote y el religioso deben vivir en intimidad con su Maestro y esforzarse por llegar a ser santos como pide vuestra Regla, para estar disponibles a las intuiciones del Espíritu Santo y responder mejor a las llamadas del mundo. La vida de oración no aleja de los hombres; por el contrario, ayuda a percibir más profundamente sus necesidades fundamentales, que únicamente Cristo puede revelarnos, porque se hizo hombre para unirse a sus hermanos y salvar a toda la humanidad.

3. Como numerosos institutos, os esforzáis por hacer participar a los laicos en vuestras actividades y en vuestro itinerario espiritual propio. Estas colaboraciones generosas son de gran valor para la misión y ofrecen a cada uno la posibilidad de desarrollar su vida espiritual según la propuesta original de san Eugenio de Mazenod, «caracterizada por un grado heroico de fe, de esperanza y de caridad apostólica», como recordé con ocasión de su canonización. Seguid inspirándoos en su espiritualidad y en su celo misionero para difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra.

4. Os interrogáis sobre la disminución de los miembros de vuestro instituto. Ese hecho constituye un sufrimiento y una prueba que no deben atenuar en absoluto el celo misionero de los oblatos. Al contrario, es una ocasión para redoblar vuestros esfuerzos, a fin de proponer vuestro ideal a los jóvenes de todos los continentes, muchos de los cuales son generosos y anhelan servir a Cristo y a su Iglesia.

Encomendándoos a la intercesión de la Virgen Inmaculada y de san Eugenio de Mazenod, os imparto la bendición apostólica a vosotros, así como a todos los miembros de vuestro instituto y a las personas que os sostienen.

 



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