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VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR
CON OCASIÓN DE LA FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA

Sábado, 13 de febrero de 1999

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos seminaristas, hermanos y hermanas:

1. Es grande mi alegría al encontrarme de nuevo aquí con vosotros, en el Seminario romano mayor, con ocasión de la fiesta de la Virgen de la Confianza. Saludo con afecto a todos: al rector, monseñor Pierino Fragnelli, a los superiores, a cada uno de vosotros, amadísimos seminaristas, a las religiosas, al personal, a los respectivos familiares y a los jóvenes de la «escuela de oración».

Doy las gracias a monseñor Marco Frisina, a los músicos y a los miembros del coro, que han ejecutado el oratorio dedicado al apóstol Pedro. Esta hermosa composición nos ha permitido meditar en la vocación sacerdotal, como llamada a convertirse en «pescadores de hombres», según la invitación que el divino Maestro dirigió a los primeros discípulos, a orillas del lago de Galilea (cf. Mc 1, 17). El Señor quiso dejar las redes del «reino de los cielos» (Mt 13, 47) en las manos de los Apóstoles, de sus sucesores y colaboradores: los obispos y los presbíteros.

El trabajo del pescador es duro. Requiere esfuerzo constante y paciencia. Exige, sobre todo, fe en el poder de Dios. El sacerdote es el hombre de la confianza, que repite con el apóstol Pedro: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5). Sabe bien que se pesca a los hombres en virtud de la palabra de Dios, que posee un dinamismo intrínseco. Por eso, no se deja llevar por la prisa, sino que permanece en una actitud de vigilancia atenta para captar los tiempos de Dios.

2. En el seminario, gracias a la obra solícita y discreta de los formadores, se aprende en la escuela de Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, el secreto de la pesca evangélica. María santísima es la guía experta. Ella es la Madre de la confianza para todos los cristianos y, de manera especial, para los apóstoles. Podemos imaginar sus palabras de consuelo y apoyo durante los días pasados con la comunidad primitiva en espera de Pentecostés. Dejemos que nos hable también a nosotros. Cuando se siente el cansancio del apostolado, y los fracasos pueden hacer que cunda el desaliento, comienza la parte mejor de la «pesca», que se apoya únicamente «en su palabra». Es lo que María nos repite, recordándonos el «sí» que pronunció en la Anunciación: «Fiat mihi secundum verbum tuum».

«Sicut Maria, ita et Ecclesia»: esta expresión de Iván de Chartres es el lema que habéis elegido para la fiesta de este año. La Iglesia es maestra de confianza para todo cristiano, y lo es de modo especial para el apóstol y para el colaborador del apóstol. En este Seminario romano mayor, que tanto quiero, se aprende a pescar especialmente de María, Virgen de la Confianza, que enseña a todos los seminaristas el secreto de la pesca evangélica. María es maestra también para vosotros, jóvenes que frecuentáis el Seminario y encontráis en él un lugar valioso para vuestra formación apostólica. Que ella os ayude a mantener responsablemente las decisiones importantes para vuestro futuro. Sed generosos, confiad en ella, confiad en Jesús.

3. Queridos hermanos, muchas gracias por esta nueva ocasión que me habéis brindado de meditar con vosotros en esta consoladora verdad. Os doy las gracias, asimismo, porque la habéis transformado en oración, no sólo para vosotros, sino también para todos los sacerdotes de la diócesis de Roma. Me uno de buen grado a vosotros en la oración y, a la vez que pido a Dios fidelidad perseverante para cada uno de vosotros, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

 



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