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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XVI ASAMBLEA GENERAL
DE «CÁRITAS INTERNACIONAL»

 

Queridos amigos:

1. Cáritas internacional, mientras celebra en Roma su XVI asamblea general, conmemora su 50° aniversario de fundación. En esta feliz circunstancia, me uno con gusto a la alegría y a la acción de gracias de sus miembros que, en todo el mundo, testimonian el amor de Cristo y de su Iglesia a los más pobres, que son para toda la comunidad cristiana un punto de referencia significativo de la exigencia evangélica de la caridad.

En nombre de la Iglesia, doy gracias a Cáritas por su compromiso generoso, que se ha traducido, durante los últimos cuatro años, en una solicitud especial por quienes viven en situaciones de pobreza cada vez más difíciles de soportar, en particular por los refugiados y los desplazados, dondequiera que haya urgencias, como, por ejemplo, en Corea del norte y hoy en los Balcanes y en los países de África afectados por la guerra, que constituyen el objeto especial de vuestra solicitud.

Por otra parte, gracias a diferentes iniciativas, Cáritas ha querido responder con prontitud al llamamiento que dirigí en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, a fin de que el jubileo sea «un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» (n. 51).

2. El 50° aniversario de Cáritas ha sido una excelente ocasión para profundizar en su identidad, reflexionando sobre los valores y los principios que guían su acción, así como sobre su misión en la Iglesia y sobre la visión de fe que la anima. Al contemplar la persona de Cristo y meditar en el mensaje evangélico, participáis cada vez más en la misión del Salvador, que vino para anunciar a los pobres la buena nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 17-21). Así, mostráis que el reino de Dios, ya presente en medio de nosotros en la persona de Cristo, se manifiesta concretamente y que, a pesar de ello, está siempre más allá de nosotros mismos y de nuestros esfuerzos por anunciarlo y acogerlo.

3. Entre los signos de la manifestación del reino de Dios, habéis querido dedicar vuestra atención, durante los próximos años, a la reconciliación, una de las formas más auténticas de la caridad. En un mundo donde hay tantas divisiones y discordias, entre las personas y entre las comunidades humanas, deseo ardientemente que todos los discípulos de Cristo aprendan a discernir cada vez mejor los signos de esperanza. Ojalá que sean constructores de paz y reconciliación, para que nuestra humanidad llegue a ser cada vez más una tierra de fraternidad y solidaridad donde cada uno, reconocido en su dignidad de hijo de un mismo Padre, pueda llevar una vida apacible y desarrollar los dones que ha recibido.

La realización de este ideal exige una conversión del corazón y también algunos cambios, a veces radicales, en la sociedad. Como escribí en la encíclica Sollicitudo rei socialis, «el objetivo de la paz, tan deseada por todos, sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad y un mundo mejor» (n. 39).

Para contribuir de manera específica a cambiar los corazones y las mentalidades, así como para transformar las estructuras sociales y económicas que destruyen al hombre y la colectividad en estructuras de justicia que anuncien el reino, os invito a orientar vuestros esfuerzos hacia una educación en la justicia y la solidaridad, fundadas en la doctrina social de la Iglesia. En efecto, estos valores son manifestaciones características de la novedad del Reino y signos de su anuncio a todos, especialmente a los pobres.

4. He querido que este año de preparación para el gran jubileo, dedicado a Dios Padre, sea ocasión para poner de relieve la virtud teologal de la caridad, en su doble aspecto de amor a Dios y a los hermanos (cf. Tertio millennio adveniente, 50). Desde esta perspectiva, una vida espiritual intensa permitirá a los miembros de Cáritas recordar que en Dios se encuentran la fuente y la realización de su compromiso. En la oración, déjense atraer por el Padre, rico en misericordia, encontrando en él un modelo de compasión hacia los que sufren y recibiendo de él la fuerza para continuar, a pesar de los fracasos y las frustraciones. Que todos se conviertan así en testigos cada vez más ardientes del evangelio de la caridad

 5. Ahora que el señor Luc Trouillard acaba su mandato de secretario general, quiero expresarle mi profunda gratitud por el servicio que ha prestado con entrega y competencia. Encomendando a cada uno de los miembros de Cáritas internacional a la protección y al apoyo maternos de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los hombres, os animo cordialmente a proseguir con generosidad vuestro compromiso en la misión de la Iglesia al servicio de las personas más necesitadas y más probadas, y de corazón os imparto la bendición apostólica.

Vaticano, 2 de junio de 1999

JUAN PABLO II

 



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