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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ DE INFORMACIONES
E INICIATIVAS EN FAVOR DE LA PAZ

Viernes 5 de marzo de 1999

 

Señoras y señores:

1. Bienvenidos a este encuentro que tanto habéis deseado. Gracias por vuestra visita, con la que queréis manifestar vuestra estima y devoción al Sucesor de Pedro y a su magisterio.

Deseo expresar mis sentimientos de particular gratitud al presidente, profesor Giovanni Conso, por las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los miembros de vuestro Comité y de todos los presentes. De ellas se deduce el laudable empeño que mueve a vuestra organización y el entusiasmo con que cada uno de vosotros pone sus propias competencias al servicio de la causa de la paz y de la búsqueda de los caminos más adecuados para lograr la justa cooperación entre los hombres y entre los pueblos.

Para promover concretamente el precioso bien de la paz y salvaguardarlo cuando está en peligro, habéis elegido estar presentes, a través de los oportunos canales diplomáticos, en los ambientes con más riesgos, ofreciendo a los responsables de las naciones en conflicto informaciones y contribuciones científicas y morales útiles para una justa solución de los problemas.

2. En nuestro tiempo, el progreso científico, las conquistas espaciales, la facilidad y la rapidez de las comunicaciones, el mayor conocimiento entre los pueblos, el ocaso de las ideologías que han dominado el siglo XX, y las informaciones cada vez más completas sobre las tragedias causadas por ellas, han aumentado en amplísimos sectores de la población mundial el horror por la guerra y un profundo deseo de paz. A la vez, los conflictos que, desgraciadamente, ensangrientan aún diversas regiones del planeta, se viven como una ofensa a la dignidad de la persona y una profunda herida a las legítimas aspiraciones de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Se trata de un sentimiento que es preciso cultivar y alentar constantemente, puesto que sólo el rechazo de toda forma de violencia y la búsqueda sincera de una convivencia en la que las relaciones de fuerza cedan el lugar al esfuerzo de la colaboración, pueden crear los presupuestos indispensables para la construcción de un mundo civil y solidario.

Esta aspiración convencida a la paz está unida estrechamente a la realización de algunas condiciones esenciales para su crecimiento y consolidación, que se identifican fundamentalmente con la defensa de los derechos humanos, sin los cuales se multiplican inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad, de la rebelión y de la violencia. Estos derechos, que son civiles y políticos, pero también económicos, sociales y culturales, abarcan todas las fases de la vida humana y hay que respetarlos en todos los ambientes. Forman un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de todos los aspectos del bien de la persona y de la sociedad, y deben fomentarse de modo orgánico e integral. En efecto, sólo la defensa de su universalidad e indivisibilidad es capaz de favorecer la construcción de una sociedad pacífica y el desarrollo integral de las naciones.

3. El respeto a los derechos humanos está unido estrechamente al de los derechos de Dios. No hay futuro de paz para una sociedad que no respeta a Dios. Las terribles experiencias vividas por la humanidad durante el siglo que está a punto de terminar lo demuestran con dramática evidencia. Donde el ateísmo se ha propagado e impuesto con la fuerza, la pretensión de eliminar a Dios ha ido acompañada muy a menudo por el desprecio a la dignidad del hombre.

Por esta razón, toda comunidad humana que aspira a la paz no puede menos de poner como base de su convivencia el reconocimiento del primado de Dios y el respeto de la libertad religiosa. La religión responde a las aspiraciones más profundas de la persona, determina su visión del mundo, guía su relación con los demás y da la respuesta a la cuestión del verdadero significado de la existencia en el ámbito personal y social. En consecuencia, la libertad religiosa constituye el corazón de los derechos humanos y exige la máxima consideración por parte de las personas y los Estados.

4. Señoras y señores, la paz es un ideal que hay que cultivar en el corazón de la humanidad. El esfuerzo por superar las causas de los conflictos tiene que ir acompañado por una constante acción de los creyentes y los hombres de buena voluntad, para que crezca la cultura de la paz sobre todo en las nuevas generaciones. A este respecto, conozco bien las múltiples y valientes iniciativas con que, sin intereses personales, trabajáis para suscitar en los gobernantes y en los simples ciudadanos una adhesión convencida a los proyectos de reconciliación y solidaridad fraterna.

Os exhorto a continuar por este camino, multiplicando las ocasiones de diálogo y educación para la paz en los ambientes más diversos, y no desanimándoos a causa de los inevitables obstáculos. Os sostengan las palabras de Jesús que, al llamar bienaventurados a los que trabajan por la paz, les prometió una relación nueva con Dios y la alegría de sentirse parte de una humanidad reconciliada y unida en el amor del Padre (cf. Mt 5, 9).

Con estos sentimientos, encomendando a cada uno de vosotros, vuestras familias y vuestro compromiso a quien el pueblo cristiano invoca como Reina de la paz, os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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