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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS FIELES QUE HABÍAN VENIDO A ROMA PARA LA BEATIFICACIÓN

Lunes 8 de marzo de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Está aún vivo el eco de la celebración de ayer, durante la cual tuve la alegría de proclamar beatos a Vicente Soler y seis compañeros, a Manuel Martín Sierra, a Nicolás Barré y a Ana Schäffer. Esta mañana os acojo con renovada alegría y os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos, que habéis venido para una circunstancia tan solemne. Vuestra numerosa y significativa presencia muestra cómo las enseñanzas y los ejemplos de estos auténticos discípulos de Cristo, testigos y maestros de santidad, han influido profundamente en el espíritu de muchas poblaciones, dejando en ellas un recuerdo indeleble y fecundo. Demos gracias al Señor.

2. Con gusto acojo hoy a los miembros de la orden agustina recoleta, así como a los demás peregrinos que, acompañados por sus obispos, han venido hasta Roma desde Andalucía, lugar del martirio de los ocho nuevos beatos, y desde las demás tierras de España.

Al hablar de «martirio» recordamos un drama horrible y maravilloso al mismo tiempo: horrible por la injusticia armada de crueldad que lo provoca; horrible también por la sangre que se derrama y por el dolor que se sufre; maravilloso, sin embargo, por la inocencia que dócil y sin defenderse se rinde al suplicio, dichosa de poder testimoniar la verdad invencible de la fe. La vida muere, pero la fe triunfa y vive. Así es el martirio. Un acto supremo de amor y fidelidad a Cristo, que se convierte en testimonio y ejemplo, en mensaje perenne para la humanidad presente y futura.

Así fueron los martirios de los siete religiosos agustinos recoletos y del párroco de Motril. Murieron como siempre habían vivido: entregando cada día su vida por Cristo y por los hombres, sus hermanos. Son conmovedores los relatos del martirio, especialmente el del anciano padre Vicente Soler, que había sido prior general de la orden. Encarcelado, confortaba a los demás detenidos diciéndoles que en las misiones había estado en circunstancias aún peores y el Señor siempre lo había ayudado. Héroe de la caridad, quiso ofrecerse en lugar de un padre de familia condenado a muerte, y llegado el momento último encomendó a la Virgen de la Cabeza, patrona de Motril, la suerte de todos los condenados. ¡Que los nuevos beatos mártires acompañen el caminar de la Iglesia, que trabaja y sufre por el Evangelio, y favorezcan el florecimiento de una nueva primavera de vida cristiana en España!

3. Me alegra acogeros a vosotros, que habéis venido para participar en la beatificación del padre Nicolás Barré. Vuestra presencia manifiesta vuestra devoción a su persona, que es un don de Dios para la Iglesia.

A vosotras, la familia de las Hermanas del Niño Jesús, os dirijo un saludo muy particular. Al trabajar por la instrucción de los niños y jóvenes menos favorecidos, el carisma de vuestro fundador es para vosotras una llamada a participar en el crecimiento humano y espiritual de quienes os han sido encomendados. El padre Barré sabía que no hay riqueza humana posible sin educación, y tampoco amor a Dios sin un aprendizaje de la generosidad. Su empresa, que proseguís con abnegación, humildad y abandono en Dios, es una respuesta a la gran miseria humana. Os unís al esfuerzo de todos los que se dedican a dar a conocer a Dios, elevando al hombre. Queridas hermanas, os animo a permanecer fieles a vuestra misión educativa, cuya fuente es el amor y la contemplación de Cristo.

A imitación de Nicolás Barré, consagraos al Señor, abandonaos sin reserva a él y guiad a los jóvenes hacia Dios.

4. Amados hermanos en el episcopado; amados hermanos y hermanas, os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis venido de la diócesis de Ratisbona a Roma para la beatificación de Ana Schäffer. Doy la bienvenida al representante de los hermanos en el episcopado, cardenal Friedrich Wetter, que como arzobispo de Munich y Freising, es vuestro metropolitano. Saludo, asimismo, a vuestro obispo diocesano, Manfred Müller, y a los numerosos sacerdotes y religiosos, que forman parte del grupo de peregrinos.

La celebración de una beatificación tiene siempre algo de sublime. Es una especie de anticipación de lo que nos espera al final de los tiempos. De ello debéis alimentaros cada día. Por tanto, os suplico: ¡llevad algo de este día particular a vuestros hogares! El fruto de esta celebración debe ser mucho más que un hermoso recuerdo de Roma y del día de una beata más en el calendario litúrgico. Ana Schäffer está presente entre nosotros con su mensaje de vida, que es una firme ayuda en la que apoyarse cuando vivimos momentos tristes y atravesamos valles oscuros. ¡Cuántas personas afrontan hoy una enfermedad que, desde un punto de vista humano, deja sin esperanza!

¡Cuántas personas se ven obligadas a permanecer en su lecho de enfermo, día tras día! ¡Cuántas sufren con paciencia por historias difíciles, que la vida ha escrito, y por situaciones en las que están implicadas por mala suerte o por culpa! Seguramente hay personas a las que estáis cercanas y que habéis traído con vosotros espiritualmente en esta peregrinación. Que Ana Schäffer, mujer de vuestra tierra, os anime a vosotros, a vuestros familiares, amigos y conocidos, a elevar oraciones a Dios.

Lo que la nueva beata realizó en la tierra desde su lecho de enferma, sigue haciéndolo ahora en el cielo con mayor eficacia: intercede incesantemente por nosotros ante Dios. Demos gracias a Dios, porque nos ha dado una poderosa intercesora.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, la beatificación de estos patronos celestiales se inserta en el itinerario cuaresmal que nos lleva a la Pascua. Su testimonio sea aliciente y estímulo para que todos recorran con decidida voluntad este camino de conversión y reconciliación, siguiendo fielmente las huellas de los beatos que hoy honramos particularmente. María, Reina de los santos y los mártires, interceda por nosotros.

Bendigo de corazón a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a las comunidades eclesiales a las que pertenecéis.

 



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