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VIAJE APOSTÓLICO A RUMANÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON EL PRESIDENTE DEL PAÍS Y OTRAS AUTORIDADES
*

Viernes 7 de mayo de 1999

 

Señor presidente;
señores presidentes del Senado y de la Cámara de diputados;
señores miembros del Gobierno y de los organismos institucionales;
señoras y señores miembros del Cuerpo diplomático;
señores representantes de las diversas comunidades religiosas:

1. Aceptando la invitación que usted, señor presidente, me hizo para visitar Rumanía, me alegra venir por primera vez a este país. Le agradezco vivamente la acogida y las amables palabras que me acaba de dirigir, en su nombre y en el de las autoridades de la nación. Saludo a los miembros de los organismos institucionales y a los representantes del pueblo rumano, así como a los miembros de las comunidades religiosas y del Cuerpo diplomático. En un ámbito más amplio, dirijo mi saludo más cordial a los responsables de la vida pública, así como a las personas que han colaborado en la preparación de mi visita, y a todos los rumanos. Por el camino de la unidad

2. Vengo a vuestra tierra como peregrino de paz, de fraternidad y de entendimiento entre las naciones, entre los pueblos y entre los discípulos de Cristo. A lo largo de las diversas etapas de mi visita, me encontraré con las diferentes comunidades eclesiales y con el pueblo rumano. Agradezco muy cordialmente a Su Beatitud Teoctist, patriarca de Rumanía, sus palabras de bienvenida de esta mañana. Nuestro encuentro y los momentos de oración que compartiremos son testimonios elocuentes de fraternidad evangélica. Después del concilio Vaticano II y en la perspectiva del gran jubileo, son gestos que marcan de modo significativo el camino de la unidad entre los cristianos. Ojalá que los pastores y los fieles realicen, a su vez, gestos concretos de diálogo y de acogida recíproca, que pongan de manifiesto que la caridad fraterna en Cristo no es una palabra vana, sino un elemento esencial de la vida cristiana y de la Iglesia.

3. Deseo saludar también a los obispos católicos de Rumanía, así como a todos los miembros de sus comunidades latina, greco-católica y armenia. Les aseguro mi afecto paterno y fraterno. Al expresarles una vez más mi admiración por la labor que desempeñaron en el tiempo de la prueba, con fidelidad y valentía, los felicito por su acción pastoral en comunión con el Sucesor de Pedro, signo de la unidad del Cuerpo de Cristo y de su compromiso en el seno de la sociedad rumana.

4. Me complace encontrarme con los miembros del Cuerpo diplomático. Su presencia muestra la atención que los Estados vecinos, Europa y el mundo entero prestan a Rumanía, a su desarrollo interior y a sus relaciones exteriores. Ojalá que la comunidad internacional intensifique su ayuda a las naciones que, tras salir del yugo comunista, se esfuerzan por reorganizar su vida económica y social. Así, estos países se convertirán en artífices de paz y prosperidad para sus habitantes y en interlocutores aún más responsables en la vida internacional.

5. La presencia de los representantes de las diversas comunidades religiosas me impulsa a subrayar el papel esencial de las Iglesias. A ellas corresponde la tarea de ser artífices de paz, de solidaridad y de fraternidad, sin actuar como antagonistas sino como colaboradoras con vistas al bien común, rechazando todo lo que pueda exacerbar las oposiciones, las pasiones y las ideologías que, en el decurso de las décadas pasadas, han tratado de prevalecer sobre las personas, sobre las comunidades humanas locales y sobre los principios de libertad y verdad. Respetando la autonomía de las realidades temporales, su misión espiritual las lleva a ser centinelas en el mundo, para recordar los valores en los que se funda la vida social y para señalar, desde el punto de vista humano y espiritual, las faltas contra el respeto debido a cada persona, a su dignidad y a sus libertades fundamentales, especialmente la libertad religiosa y la libertad de conciencia.

6. Rumanía vive un período de transición decisivo para su futuro, para su participación más intensa en la construcción de Europa y para su presencia en el panorama internacional. Mi pensamiento va a los que están atravesando pruebas, sobre todo a los que se hallan gravemente afectados por la crisis económica y a los que se encuentran en situaciones de pobreza o enfermedad, así como a las familias que tienen dificultades para afrontar sus necesidades. Invito a todos los rumanos a mostrar solidaridad, testimoniando así concretamente que la vida en un mismo territorio crea fuertes vínculos de fraternidad. Nadie debe sentirse excluido ni debe excusarse con la lentitud de las transformaciones para desalentarse o dejar de colaborar en el empeño común. Todos son responsables de sus hermanos y del futuro del país.

7. Cuarenta años de comunismo ateo han dejado consecuencias y cicatrices en la carne y en la memoria de vuestro pueblo y han instaurado un clima de desconfianza. Todo ello no puede desaparecer sin un real esfuerzo de conversión de los ciudadanos en su vida personal y en las relaciones con toda la comunidad nacional. Cada uno debe tender la mano a sus hermanos, para que la promoción y el desarrollo redunden en beneficio de todos, especialmente de los que han sufrido los efectos nefastos de las diversas crisis del pasado. Vuestro pueblo cuenta con recursos insospechados, y tiene gran confianza en sí mismo y solidaridad. Con estos valores, está llamado a desarrollar el arte de convivir, que es un suplemento de alma y de humanidad. La solidaridad y la confianza exigen de todos los protagonistas de la vida social la coordinación y el respeto de los diversos niveles de intervención, así como un compromiso constante y una actitud de honradez por parte de todos los que deben gestionar los asuntos de la sociedad. Sobre esa base se crea realmente una comunión de destino. Exhorto a los habitantes de Rumanía a trabajar para edificar una sociedad al servicio de todos y a acoger el mensaje de Cristo, como hicieron sus antepasados desde los tiempos apostólicos, mostrando cómo los valores cristianos, espirituales, morales y humanos, ocupan un lugar importante en la vida de la nación.

8. Los cambios que se produjeron a raíz de los acontecimientos de 1989 han incrementado las diferencias entre los ciudadanos. Las dificultades en la transición democrática llevan a veces al desaliento. El camino de la vida democrática pasa, ante todo, por una educación cívica de todos los ciudadanos, para que puedan asumir un papel activo y responsable en la vida pública dentro de las comunidades locales y en todos los niveles de la sociedad. El pueblo, formado en el sentido cívico, tomará conciencia de que los cambios no han de afectar sólo a las estructuras, sino también a las mentalidades. Es oportuno especialmente que los jóvenes recuperen la confianza en su país y no sientan la tentación de emigrar. Por otra parte, es importante que un Estado preocupado por la convivencia y la paz se interese por todos los individuos que viven en el territorio nacional, sin excluir a nadie. En efecto, una nación tiene el deber de hacer todo lo posible para afianzar la unidad nacional, fundada en la igualdad entre todos sus habitantes, independientemente de su origen y su religión, y para desarrollar el sentido de acogida al extranjero.

Ciertamente, las modificaciones territoriales, que han impulsado a unir poblaciones de diverso origen étnico y religioso, han creado, sobre todo en Transilvania, un mosaico socio-religioso complejo. Con paciencia, y sobre todo con la voluntad de practicar el arte de vivir juntos, gracias a la convivencia nacional y religiosa, podrán superarse las contraposiciones y los temores. «Es necesario pasar de una situación de antagonismo y de conflicto a un nivel en el que uno y otro se reconozcan recíprocamente como asociados» (Ut unum sint, 29). Como enseña la historia, sólo mediante el respeto de los derechos de las minorías y el diálogo, con la voluntad del perdón y de la reconciliación, los ciudadanos podrán sentirse hoy nuevamente compañeros e, incluso, aún más hermanos.

9. Por último, deseo mencionar la acogida que Rumanía brindó tan generosamente a mis compatriotas y al Gobierno polaco durante la segunda guerra mundial. También quisiera rendir homenaje a la gran generosidad que mostraron numerosas personas durante los acontecimientos de 1989. Son algunos de los muchos signos que pueden suscitar también hoy actitudes valientes y perseverantes que lleven a la sociedad a una convivencia armoniosa.

10. Le doy gracias, señor presidente, por haberme invitado a compartir durante algunas horas la historia de su país, permitiéndome encontrarme también con las comunidades católicas y realizar, en mis contactos con la Iglesia ortodoxa rumana, una etapa importante en el camino de la unidad cristiana. Invoco sobre usted, sobre su familia, sobre las personas presentes, así como sobre toda la población de Rumanía, la abundancia de las bendiciones divinas. ¡Muchas gracias!

 



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