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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A PROFESORES Y ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD "LUIGI BOCCONI " DE MILÁN
 

Sábado, 20 de noviembre de 1999

 

Ilustres señores y señoras:

1. Me alegra encontrarme con todos vosotros que, con diversas funciones, sois los representantes de la ilustre universidad comercial "Luigi Bocconi", de Milán. Agradezco, ante todo, al profesor Mario Monti las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Dirijo un cordial saludo a las autoridades académicas, a los profesores, al personal y a los alumnos de esa prestigiosa institución milanesa.

Vuestra grata visita cobra un significado particular al tener lugar precisamente en vísperas del año jubilar, y me brinda la ocasión de subrayar que el jubileo tiene un mensaje importante también para la vida social de los diversos Estados, así como para las relaciones entre los grandes bloques económicos mundiales.

No sólo en vuestras investigaciones, sino también en vuestra experiencia diaria, podéis constatar que la ciencia y la actividad económica hoy deben afrontar tanto el proceso de integración europea, cada vez más avanzado entre otras razones por la introducción de la moneda única, como el fenómeno más amplio de la globalización.

Estas dos realidades, íntimamente relacionadas, exigen una correcta interpretación, una aceptación crítica y una gestión adecuada. Se trata de un desafío que interpela a todos, pero de modo particular a quienes, como vosotros, se dedican con competencia a la economía.

2. Como se puso de relieve también durante la reciente II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, la introducción de la moneda única europea, por una parte, permite vislumbrar grandes oportunidades, dando mayor estabilidad a Europa y a su desarrollo económico, y produciendo un salto de calidad en la convivencia dentro del continente europeo; sin embargo, por otra, conlleva riesgos, porque podría favorecer la hegemonía de las finanzas y de la lógica del mercado sobre los aspectos sociales y culturales.

También pueden hacerse consideraciones análogas acerca del complejo fenómeno de la globalización. No cabe duda de que existen elementos positivos y oportunidades, sobre todo con respecto a la eficiencia y al incremento de la producción, así como en lo que atañe al proceso de interdependencia y unidad entre los pueblos. Sin embargo, a la vez, no se pueden subestimar los riesgos, dado que el fenómeno de la globalización, dominado a menudo sólo o principalmente por lógicas mercantilistas en beneficio de los poderosos, podría causar ulteriores desigualdades, injusticias y marginaciones.

3. Por tanto, es muy importante vigilar y trabajar para que se desarrollen las potencialidades que entrañan esos fenómenos, y para que sean controlados y neutralizados cada vez más, en la medida de lo posible, los riesgos que conllevan y que, por desgracia, a menudo dan la impresión de prevalecer. En esta ardua tarea, es grande la responsabilidad de cuantos se dedican a la investigación y al estudio, pues pueden y deben poner las bases científicas para una actividad económica que cree perspectivas duraderas de crecimiento y empleo.

Para que esto, en vez de quedarse en mero proyecto, se haga realidad, es preciso interpretar y organizar la economía, reconociendo su valor y sus límites. En efecto, la actividad económica, al ser un aspecto y una dimensión esencial de la actividad humana, no sólo resulta necesaria, sino que también puede ser fuente de fraternidad y signo de la Providencia. Desde este punto de vista, afirmé en la encíclica Centesimus annus lo positivo que tiene un "sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía" (n. 42).

4. Es preciso armonizar las exigencias de la economía con las de la ética. En un nivel más profundo y radical, es urgente y necesario reconocer, tutelar y promover el primado indiscutible de la persona humana. Una economía verdaderamente digna de este nombre debe plantearse y actuarse respetando la totalidad de los valores y de las exigencias de cada persona humana y desde la perspectiva de la solidaridad. En este sentido, como ya he recordado muchas veces, es urgente tratar de que la economía, aun dentro de su legítima autonomía, se armonice con las exigencias propias de la política, ordenada esencialmente al bien común. Esto implica también buscar instrumentos jurídicos idóneos para un eficaz "gobierno" supranacional de la economía:  a una comunidad económica internacional debe corresponder una sociedad civil internacional, capaz  de  expresar formas de subjetividad económica  y política inspiradas en la solidaridad y en la búsqueda del bien común, con una visión cada vez más amplia, hasta abarcar al mundo entero.

5. Espero de corazón que vuestro trabajo, en sintonía con la doctrina social de la Iglesia, dé una contribución fundamental al esfuerzo común por construir una sociedad más justa y fraterna, donde los bienes y los recursos estén al servicio de todos.

Deseándoos que viváis con empeño y alegría el Año santo, ya inminente, os encomiendo a la protección maternal de la santísima Virgen María, Sede de la sabiduría, y os bendigo a todos con afecto.



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