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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS PEREGRINOS PRESENTES EN LA BEATIFICACIÓN DE SEIS SIERVOS DE DIOS

Lunes 4 de octubre de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La solemne celebración litúrgica de ayer se prolonga, en cierto sentido, en este encuentro, durante el cual queremos renovar el cántico de alabanza y de acción de gracias al Señor por los nuevos beatos, que la Iglesia nos señala como ejemplos para imitar. Con gran afecto os saludo a cada uno de vosotros, que habéis venido en gran número para rendir honor a estos testigos fieles del Evangelio.

Al contemplar a don Fernando María Baccilieri, afable y celoso pastor, dirijo un saludo cordial a las religiosas Siervas de María de Galeazza, que lo veneran como su fundador y se sienten comprometidas a mantener vivo y operante su espíritu en las obras de su instituto.

Quiera Dios que las hijas espirituales de este nuevo beato, y cuantos lo invocan como protector, acepten su invitación a realizar una constante reflexión sobre el mensaje cristiano y a manifestar una tierna devoción a la Virgen de los Dolores. Es importante comprender que seguir a Cristo implica necesariamente el serio examen de vida que recomendaba a todos, especialmente con ocasión de las misiones parroquiales. Ojalá que, al imitar su ejemplo, crezca en cuantos prosiguen su acción apostólica el deseo de llegar a las familias y a todos los fieles, para ofrecerles la enseñanza luminosa del Evangelio.

2. Hermanos y hermanas que habéis venido, sobre todo desde Bélgica, para la beatificación del presbítero Eduardo Poppe, os saludo cordialmente. La Iglesia se alegra de contar con un nuevo beato. Os aliento a todos a considerarlo como modelo y guía a él, que fue testigo de la fe y la caridad. En la oración y en la Eucaristía encontraba la fuerza para su vida diaria y para su misión pastoral. Amaba totalmente a Cristo y se dedicaba a imitarlo en todas las cosas, haciendo la voluntad de nuestro Padre celestial y acogiendo a todas las personas. En su relación íntima con el Dueño de la mies, el presbítero Poppe ofrecía el mundo a Dios, para poder ofrecer a Dios al mundo.

Había hecho suyos el lema y el deseo de pobreza y humildad del beato Antoine Chevrier: «Mi vida es Jesucristo». Eso constituye en realidad el ideal de todo sacerdote y de todo cristiano, pues una vida vivida con amor al Señor y en su amor es una existencia que encuentra su auténtica realización. Invito en particular a las familias a ayudar a los jóvenes a escuchar la llamada de Dios a seguirlo en el sacerdocio con generosidad. En efecto, es en el seno de las familias donde pueden nacer las vocaciones, mediante la transmisión de la fe y de los valores morales.

3. «¿Queremos ir al cielo? ¡Ánimo!: la oración es la escalera para llegar a él». Con esta exhortación del beato Arcángel Tadini, muy actual, deseo saludar a las religiosas Obreras de la Santa Casa de Nazaret, así como a los peregrinos procedentes de la diócesis de Brescia y a cuantos hoy se alegran por la beatificación de este generoso e intrépido pastor del pueblo de Dios.

Él sentía fuertemente la responsabilidad por las personas que le habían confiado, y hacía todo lo posible para preservarlas de cualquier peligro. A la oración intensa y constante, a la predicación eficaz y popular el beato Tadini sabía unir una gran valentía en las iniciativas pastorales. De su espíritu emprendedor surgieron realidades eclesiales y sociales innovadoras para responder a los «signos de los tiempos»: la hilandería para dar trabajo a las jóvenes de la parroquia y la residencia para las obreras vecinas, así como la congregación de las religiosas Obreras de la Santa Casa de Nazaret, que prosiguen su rico y fecundo apostolado. Deseo de corazón que las religiosas Obreras y todos los que siguen su espiritualidad vivan y transmitan fielmente el mensaje de este beato, tan actual porque destaca la dignidad del trabajo y la vocación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad.

4. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos religiosos de la orden franciscana de los Frailes Menores, y a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que compartís la alegría por la beatificación de estos dos ilustres franciscanos: Mariano de Roccacasale y Diego Oddi.

El beato Mariano vivió desde su juventud el espíritu de pobreza, tan propio de la tradición franciscana. Habiendo vivido en tiempos difíciles a causa de las persecuciones y la supresión de muchas instituciones religiosas, encontró en el Retiro de Bellegra un lugar para redescubrir el silencio de la naturaleza y del corazón, a fin de vivir con mayor radicalismo el seguimiento de Cristo pobre y crucificado. Su vida sencilla, hecha de contemplación y acogida de los pobres y participación en sus sufrimientos, de unión con Dios y solidaridad con sus hermanos, constituye para todos los creyentes un luminoso ejemplo de fidelidad evangélica.

También fray Diego Oddi, durante cuarenta años ángel de paz y de bien en la región de Subiaco, lleva consigo el perfume de las Florecillas del Poverello de Asís. Su fe y su existencia en busca de lo esencial constituyen una significativa realización de la gran tradición espiritual franciscana, que lo orienta todo a la búsqueda de Dios, deseado y percibido como el «Sumo Bien».

Cuán útil es para todos nosotros conocer e imitar la experiencia espiritual de estos dos humildes franciscanos, que unieron sabiamente oración y trabajo, silencio y testimonio, paciencia y caridad. Que ellos nos ayuden con su intercesión a vivir también hoy el espíritu de auténtica conversión y acogida del Evangelio, que los caracterizó.

5. Saludo ahora con afecto a los religiosos capuchinos y a cuantos han venido a Roma, sobre todo desde Cerdeña, con ocasión de la beatificación de Nicolás de Gésturi. Fue humilde limosnero por las calles de Cagliari y, con su vida silenciosa, se transformó en un mensaje elocuente del amor misericordioso de Dios.

De religioso que «buscaba» limosnas para las necesidades del convento se convirtió en hermano «buscado» por muchas personas. Siguió de cerca el ejemplo de san Francisco, el cual, más con el ejemplo que con las palabras, solía invitar a todos a recorrer el camino del bien (cf. Vida Segunda de Tomás de Celano CLVII, en: Fuentes Franciscanas, 796), y deseaba que sus frailes hicieran lo mismo (cf. ib., 1674; 1738). Ojalá que sus devotos y cuantos forman parte de su familia religiosa atesoren la enseñanza que nos ha transmitido con el testimonio de su vida.

Amadísimos hermanos y hermanas, demos gracias juntos al Señor por el don valioso de estos nuevos beatos. Al volver a vuestra tierra y a vuestra casa, llevad el compromiso de seguir el ejemplo de los nuevos beatos. Os sostenga ahora y siempre la protección materna de María, Reina de todos los santos. Os consuele también la certeza de la intercesión de los nuevos beatos y os acompañe mi bendición, que os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestras comunidades y a vuestras familias.

 



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