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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
A PROFESORES Y ALUMNOS DEL SEMINARIO DE PARÍS

 
 Sala Clementina
Lunes, 25 de octubre de 1999

 

Señor cardenal;
queridos amigos:

1. Me alegra acogeros, profesores y seminaristas de París, con vuestro arzobispo, el señor cardenal Jean-Marie Lustiger, al que me uno en particular pocos días antes del vigésimo aniversario de su ordenación episcopal. Aprecio la atención que la archidiócesis de París presta a la formación sacerdotal, de importancia capital (cf. Optatam totius, preámbulo). Los conocimientos que se adquieren durante el período de formación, tiempo de discernimiento para la Iglesia, son para cada presbítero el bagaje de su vida sacerdotal. El año que pasáis en la casa "San Agustín" os permite profundizar vuestro bautismo gracias a una relación de intimidad con Cristo, sobre todo a través de la palabra de Dios y los sacramentos, para responder a su llamada. Así, recorréis decididamente el camino de su Pascua, viviendo la pobreza, la obediencia y la castidad, de acuerdo con su ejemplo. Vuestra formación en el seminario y la formación permanente os preparan para la misión. Lo que habéis comenzado a practicar con regularidad debe ser la regla de vuestra vida:  encuentro con el Señor en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, amor confiado a la Iglesia, oración litúrgica y personal, lectio divina, vida fraterna, que es como el alma del presbiterio, y solicitud hacia el pueblo de Dios, sobre todo hacia los pobres.

2. Habéis sido llamados a escrutar el misterio cristiano, para entrar en la inteligencia de la fe. No se trata de un simple conocimiento, sino de un camino de creyente, donde ante todo hay que dejarse modelar y unificar por el credo, para proclamar el Evangelio con palabras adecuadas a nuestro tiempo. El estudio de la Escritura, leída en la Tradición, debe ocupar el centro de vuestra vida; «es el alma de la teología» (Dei Verbum, 24), y, para responder a la crisis actual de sentido del hombre, «presupone e implica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva» (Fides et ratio, 66).

3. Mediante la ordenación sacerdotal, seréis configurados con Cristo, cabeza y pastor. Amad a la Iglesia con el mismo amor con que el Señor la amó, entregándose por ella (cf. Ef 5, 25). A tiempo y a destiempo, proclamad el misterio de la cruz con vuestra vida, con vuestra predicación y con el don de los sacramentos. De este modo, seréis para vuestros hermanos verdaderos pastores y verdaderos servidores, disponibles y preparados para responder a las exigencias del anuncio de la salvación, con el respeto y la obediencia debidos a vuestro obispo.

Encomiendo vuestra formación sacerdotal a la Virgen María, Madre de Cristo y Trono de la sabiduría. Que ella os enseñe a responder con alegría a la voluntad de Aquel que os llama.

 



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