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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE MALAWI EN VISITA "AD LIMINA"

Lunes, 6 de septiembre de 1999

 

Queridos hermanos en el episcopado:

1. Doy gracias al Padre de todas las misericordias por el don de este encuentro con vosotros, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para la visita ad limina Apostolorum. Con gran alegría os doy la bienvenida y abrazo a todos los fieles de Malawi, a los que recuerdo con afecto en el Señor y que están siempre presentes en mis oraciones. De modo especial, ahora que vuestra nación se está preparando para celebrar el centenario de la fundación de la primera misión católica en vuestra tierra, ruego por vosotros, pastores del pueblo santo de Dios, y por los sacerdotes, los religiosos y los laicos, con las palabras de san Pablo:  "Que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él" (2 Ts 1, 11-12).

2. Con la fundación de la misión en Nzama, en 1901, la fe cristiana arraigó en Malawi y ha seguido creciendo desde entonces. El número de los seguidores del Señor aumenta día tras día (cf. Hch 2, 47), y la Iglesia participa cada vez más en la vida de la nación, insistiendo en la necesidad de solidaridad y responsabilidad civil, y exhortando al diálogo y a la reconciliación como camino para aliviar las tensiones. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado son buenas, y la Iglesia puede seguir cumpliendo con libertad su misión espiritual en los campos del ministerio pastoral, la educación, la asistencia sanitaria y el desarrollo humano y social.

En general se reconoce que la Iglesia ha desempeñado un papel importante en la transición de Malawi hacia un régimen democrático. Pero el proceso de transición aún no se ha completado, y la Iglesia debe seguir colaborando con todos los sectores de la sociedad, para asegurar que la nación no desfallezca en su esfuerzo por construir una democracia justa, estable y duradera. Esto dependerá de la calidad de los cimientos; y la única base segura para una sociedad democrática es una correcta concepción de la persona humana y del bien común. Si una sociedad no construye sobre esta verdad, será como una casa edificada sobre arena:  se derrumbará (cf. Mt 7, 26-27). La Iglesia tiene el solemne deber de proclamar esta verdad, identificar los valores humanos que surgen de ella y recordar a todos el deber de obrar en consecuencia.

3. Los desafíos planteados a la vida y al servicio cristianos son muchos y exigentes en una situación de pobreza extendida, a menudo extrema, y de debilitamiento de las convicciones morales y éticas, que provocan un gran número de males sociales, entre ellos la corrupción y los ataques contra la santidad de la vida humana. Teniendo esto en cuenta, es necesario ofrecer a los fieles sólidos programas de evangelización y catequesis, ordenados a profundizar su fe y su visión cristiana, para que puedan ocupar su lugar en la Iglesia y en la sociedad. Como nos recuerda el concilio Vaticano II:  los laicos "están llamados por Dios a realizar su función propia, dejándose guiar por el espíritu evangélico, para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo" (Lumen gentium, 31).

Los padres conciliares prosiguen diciendo que "todos los cristianos (...) están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor. (...) Todos los cristianos, por tanto, están llamados y obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado de vida" (ib., 40 y 42). Para que esto suceda, es preciso tener siempre presentes las palabras que el Concilio dirigió a los obispos:  "han de ser (...) buenos pastores, que conocen a sus ovejas y a quienes estas los conocen también; y verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud por todos. (...) Deben reunir y formar a toda la familia de su grey, de tal manera que todos, conscientes de sus deberes, vivan y actúen en comunión de amor" (Christus Dominus, 16).

Desde esta perspectiva, apoyo de buen grado las iniciativas que habéis tomado con vistas a la preparación para el gran jubileo del año 2000 y la celebración, en el 2001, del centenario de la Iglesia católica en Malawi; ambos aniversarios implican una llamada a fortalecer la fe y el compromiso cristiano. En vuestra carta pastoral de 1996, "Caminar juntos en la fe", hicisteis un oportuno llamamiento a la conversión y a la renovación de la vida cristiana. Considerando estos dos momentos de gracia especial, habéis seguido las indicaciones de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, y habéis abierto vuestro corazón a las inspiraciones del Espíritu, que seguramente moverá los corazones para que se dispongan a celebrar con fe renovada y generosa participación el gran acontecimiento jubilar (cf. n. 59). Siguiendo las recomendaciones de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos y las contenidas en la Tertio millennio adveniente, habéis elaborado un programa de preparación, a fin de ayudar a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de vuestras diócesis a "obtener luces y ayudas necesarias para la preparación y celebración del jubileo ya próximo" (ib.). Esta iniciativa ha sido corroborada por vuestra carta pastoral "Volved a mí y viviréis", en la que acertadamente habéis subrayado la necesidad de recuperar el sentido del pecado para recuperar el sentido de la misericordia de Dios, que es el corazón del gran jubileo. En efecto, esta visión de la vida constituye el núcleo del Evangelio y la Iglesia está llamada a predicarla en todo tiempo y lugar.

4. Cuando el anuncio de la buena nueva se completa con la catequesis, la fe alcanza su madurez y los discípulos de Cristo se forman en un conocimiento profundo y sistemático de la persona y del mensaje del Señor (cf. Catechesi tradendae, 19). El estudio de la Biblia, es decir, el contacto directo con el texto sagrado de la palabra de Dios, acompañado por la oración ferviente (cf. Dei Verbum, 25) y sostenido por una clara exposición de la doctrina, como se halla en el Catecismo de la Iglesia católica, afianzará la fe de los laicos y los preparará para responder a sus exigencias en todas las circunstancias, particularmente en los importantes ámbitos del matrimonio y la vida familiar cristiana. Indudablemente, uno de los signos más claros de la "novedad" de vida en Cristo es el vínculo del matrimonio y la familia vivido de acuerdo con la invitación del Salvador a restablecer el plan originario de Dios (cf. Mc 10, 6-9). Una buena catequesis es especialmente importante para los jóvenes, para quienes una fe formada constituye la luz que guiará su camino hacia el futuro. Será su fuente de fuerza cuando afronten las incertidumbres de una situación económica y social difícil.

Los católicos, fortalecidos en la verdad revelada, podrán responder también a las objeciones que cada vez con mayor frecuencia plantean los seguidores de las sectas y los nuevos movimientos religiosos. Además, la obediencia firme y humilde a la palabra de Cristo, tal como la proclama auténticamente la Iglesia, constituye la base para el diálogo con los seguidores de la religión tradicional africana y del islam, y para vuestras relaciones con las demás Iglesias y comunidades eclesiales, que es tan importante para evitar que la misión cristiana se vea perjudicada en el futuro por las divisiones, como sucedió en el pasado (cf. Tertio millennio adveniente, 34).

5. Teniendo en cuenta la importancia vital de que la Iglesia cuente con buenos guías, especialmente en un tiempo como éste, deseo estimularos en vuestro esfuerzo por garantizar una formación más eficaz a vuestros seminaristas y sacerdotes. Esta cuestión sigue siendo fundamental para vuestras Iglesias particulares, y requiere vuestra orientación, ya que sin una sólida formación los sacerdotes no estarán preparados para vivir su vocación y desempeñar su ministerio, entregándose diariamente "por el crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad en el corazón y en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo" (Pastores dabo vobis, 82).

Habéis puesto gran empeño por mejorar los programas de formación y proporcionar una sólida preparación espiritual, intelectual y pastoral a vuestros seminaristas; y sus frutos ya comienzan a verse. La Ratio institutionis sacerdotalis, la Ratio studiorum y las normas para la vida en el seminario han sido aprobadas para los seminarios mayores de Kachebere, Zomba y Mangochi. Además, la introducción de un programa de espiritualidad y de un año propedéutico para los seminaristas antes de comenzar los estudios de filosofía, así como la creación de un consejo de supervisores para la formación y los problemas relacionados con la vida y la disciplina en el seminario, son iniciativas muy positivas.

Tan importante como la formación de los futuros sacerdotes es la formación permanente de los que ya han recibido las órdenes sagradas. La dedicación pastoral y el celo por el ministerio, la disciplina moral y el comportamiento irreprochable, el desapego de los bienes y las actitudes mundanas, y la disponibilidad a entregarse completamente al servicio de los demás, son los rasgos que deben cultivar vuestros sacerdotes y se han de convertir en el sello distintivo de su vida. De este modo, llegarán a ser, como afirma san Juan Crisóstomo:  "Dignos, pero modestos, solemnes pero amables, autoritarios pero accesibles, imparciales pero afables, humildes pero no serviles, enérgicos pero cordiales" (De sacerdotio 3, 15), teniendo en cuenta "una sola cosa:  la edificación de la Iglesia, sin actuar nunca por hostilidad o parcialidad" (ib.). Para ello es necesario disponer de programas eficaces de formación permanente para el clero. Deben constituir una prioridad para la Iglesia en Malawi, mientras se prepara para entrar en el tercer milenio, pues los obispos tienen la gran responsabilidad de brindar oportunidades de renovación espiritual y crecimiento a sus sacerdotes (cf. Optatam totius, 22).

6. Los religiosos y las religiosas también necesitan una formación permanente. Su consagración especial requiere una profundización constante para poder permanecer firmemente arraigados en Cristo y para que los nobles ideales de su vocación sigan resplandeciendo en su corazón y a los ojos de los hombres, para quienes son un signo especial de la solicitud amorosa de Dios. A través de la profesión de los consejos evangélicos, dan testimonio del Reino y construyen el Cuerpo de Cristo, impulsando a los demás a la conversión y a una vida de santidad. Tenéis que ayudarles a permanecer fieles al carisma de sus institutos y a trabajar en estrecha colaboración y armonía con vosotros, los pastores de la Iglesia, en la realización de su apostolado (cf. Mutuae relationes, 8).

Una vida de castidad, pobreza y obediencia, abrazada voluntariamente y vivida fielmente confuta la sabiduría convencional del mundo, pues es una proclamación de la cruz de Cristo (cf. 1 Co 1, 20-30). El testimonio que dan los consagrados puede transformar la sociedad y su modo de pensar y actuar, precisamente con el amor que muestran a todos los hombres, especialmente a los que no tienen voz, concentrando su atención en las cosas espirituales más que en las materiales, y con su oración, su entrega y su ejemplo. No podemos por menos de expresar aquí nuestro aprecio por la magnífica obra realizada por los religiosos y religiosas en Malawi en las áreas del desarrollo humano, la educación y la asistencia sanitaria. Se trata de una contribución única, de la que ni la Iglesia ni la nación podrían prescindir.

7. Queridos hermanos en el episcopado, como pastores del pueblo santo de Dios tenéis la triple misión de guiar, impulsar y unir a todos los que trabajan en el "campo de Dios" (1 Co 3, 9). Esta misión es más urgente que nunca ahora que comienza a vislumbrarse el alba del tercer milenio y os preparáis para la celebración del centenario de la Iglesia católica en Malawi, recordando las palabras del Señor acerca de la abundancia de la mies que debemos cosechar con nuestro servicio al Evangelio (cf. Mt 9, 37). En vísperas del gran jubileo, estamos llamados a dedicarnos con nuevo vigor a la misión de compartir la luz de la verdad de Cristo con todos los hombres. Pido al Señor que, mediante vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, el Espíritu Santo os fortalezca para la tarea de la nueva evangelización. En el amor de la santísima Trinidad, os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a la gloriosa intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo divino.

 



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