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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL UNIV 2000


Lunes 17 de abril de 2000

 

1. Queridos jóvenes que participáis en el congreso universitario internacional UNIV 2000,  os  saludo  a todos con afecto.

Bienvenidos a este encuentro, que también este año tiene lugar en vísperas de las fiestas de Pascua. Mi saludo, en esta Semana santa del Año jubilar, reviste un significado particular:  es una invitación cordial a dejaros conquistar cada vez con más totalidad por Cristo, Redentor del hombre. Y quisiera que esta invitación llegara, a través de vosotros, a los jóvenes del mundo entero. Estad profundamente convencidos de que la sociedad necesita encontrar, en vuestro testimonio coherente de jóvenes cristianos, un estímulo importante para una sólida renovación espiritual y social.

2. El tema del congreso os invita a tomar mayor conciencia de vuestra misión de creyentes en el umbral del tercer milenio. Reza así: "La imagen del hombre dos mil años después". En efecto, os invita a repasar dos mil años de historia. De hecho, el acontecimiento central de la historia humana, la venida de Cristo al mundo, divide en dos el curso de la historia: antes y después de Cristo. Sin embargo, para los cristianos el carácter central de Jesús no es meramente cuestión de medir el paso del tiempo. El Verbo hecho carne es el auténtico protagonista de la historia, y la redención, siempre operante en el devenir, a menudo intrincado, de los acontecimientos humanos, es la clave hermenéutica definitiva de la historia.

Podríamos decir que los dos mil años que acaban de finalizar no son sólo dos milenios después de Cristo, sino, en un sentido  más real, dos milenios de Cristo. Esta es la verdad que expresa el tema del gran jubileo:  "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). A pesar de la experiencia humana, a menudo  llena de fracaso, guerra, violencia e injusticia, Cristo ha vencido al mal de una vez para siempre, clavando en la cruz el juicio de nuestra condena (cf. Col 2, 14).  Como  dice el apóstol san Pedro:  "Sus heridas nos han curado" (1 P 2, 25). Por eso cada momento del  tiempo  le  pertenece completamente a él.

El Año santo que estamos celebrando subraya de modo especial el hecho de que Cristo es el centro y el sentido de todo lo que sucede, incluso cuando, humanamente hablando, da la impresión de que los acontecimientos escapan al control de su providencia. Él mismo prometió:  "Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación de los siglos" (Mt 28, 20). La seguridad de esta promesa nos impulsa a obrar siempre con gran confianza, porque es Cristo quien actúa en nosotros, y porque reconocemos que en él Dios cumple su plan eterno de salvación (cf. Ef 3, 11).

3. El "hecho" de la Redención, queridos jóvenes, abre de par en par ante nosotros, en nuestro compromiso cotidiano, un horizonte lleno de perspectivas:  incluso en las contradicciones que a menudo experimentamos en el presente, sabemos que avanzamos constantemente hacia una meta segura. El verdadero progreso tiende hacia Cristo, hacia aquella plena unión con él, la santidad, que es también perfección humana. Bien lo evidencia san Pablo en la carta a los Efesios, donde escribe que el Señor ha establecido todo "para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos (...) al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13). De este modo los creyentes leen e interpretan la historia:  es historia de Cristo y nosotros vivimos con él, inmersos en él y avanzando hacia él. Escribe el beato Josemaría Escrivá:  "En el orden religioso, el hombre continúa  siendo hombre y Dios continúa siendo Dios. En este campo el vértice del  progreso ya ha sido alcanzado: es Cristo, alfa y omega, principio y fin" (Es Cristo que pasa, 104).

Queridos jóvenes del UNIV, sacad de esta conciencia una firme confianza:  el esfuerzo del cristiano no es nunca en vano. El cristiano no obra nunca solo. ¡No lo olvidéis! Cada creyente es un instrumento de Dios y con él actúa Cristo mediante la fuerza del Espíritu Santo. Dejad que Dios actúe en vosotros y por medio vuestro. Y para que esto tenga lugar, sabéis bien a qué medios hay que recurrir:  se trata de los sacramentos, la oración, la práctica de las virtudes, la santificación del trabajo, así como la dirección espiritual.

Tenéis necesidad de Cristo, pero también Cristo tiene necesidad de vosotros para que lo deis a conocer a vuestros coetáneos, con los cuales compartís experiencias y esperanzas. La Iglesia os confía la misión de llevarles la luz de la verdad de Cristo y su anuncio universal de la salvación. Estad siempre dispuestos a pensar en los otros, olvidándoos de vosotros mismos para acercar a los hermanos a Dios. De ese modo podréis contribuir a la construcción de un mundo mejor y más solidario, porque la conversión y el compromiso de uno son un germen de salvación para todos.

4. Amadísimos jóvenes, os encomiendo a vosotros, así como vuestro compromiso diario, a María, Reina de los Apóstoles. Invocadla con frecuencia e imitad sus virtudes. Ella os ayudará a conocer más íntimamente a Jesús y a seguirlo cada vez con mayor fidelidad y alegría.

Formulo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos fervientes deseos de una feliz Pascua y, mientras aseguro a cada uno mi recuerdo en la oración, de corazón os bendigo.

 



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