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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO,
DEL AYUNTAMIENTO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA


Jueves, 13 de enero de 2000

 

Señor presidente de la región del Lacio;
señor alcalde de Roma;
señor presidente de la provincia de Roma;
ilustres señoras y señores: 

1. Este año tengo la alegría de recibiros juntos para el tradicional intercambio de felicitaciones que, al comienzo de cada año, refuerza los profundos vínculos que unen a la Sede de Pedro con la ciudad de Roma, con su provincia y con la región del Lacio.

Dirijo mi cordial saludo al presidente de la región del Lacio, honorable Piero Badaloni; al alcalde de Roma, honorable Francesco Rutelli; y al presidente de la provincia de Roma, honorable Silvano Moffa. Les agradezco de corazón las amables palabras que han querido dirigirme en nombre de las Administraciones que dirigen. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos consejos y a todos los aquí presentes.

Este encuentro tiene un carácter especial, puesto que el 2000, Año jubilar, es para Roma, para su provincia y para el Lacio un año extraordinario, que requiere aún mayor empeño y colaboración entre las diversas instituciones civiles, y mayor entendimiento entre vuestras administraciones y las comunidades eclesiales con vistas a la acción.

Esta comunión de intereses y la urgencia de una cooperación cada vez mayor se reflejan también en la modalidad de este encuentro, que une por primera vez, en el cordial homenaje al Sucesor de Pedro, a los miembros de las juntas y de los consejos municipales, provinciales y regionales. Todos y cada uno se sienten llamados a trabajar con las mismas finalidades, al servicio de los ciudadanos y del bien común, armonizando las diferentes competencias y los legítimos y diversos puntos de vista.

2. El gran Año santo del 2000 ha comenzado felizmente. Con ocasión de la apertura de la Puerta santa y de las otras primeras citas jubilares, recién celebradas, han acudido a Roma multitud de peregrinos que, junto con un gran número de romanos, han vivido en esta ciudad, única en el mundo, la alegría de celebrar el bimilenario del nacimiento de Jesucristo.

Al elevar al Señor mi ferviente acción de gracias por este prometedor comienzo, deseo expresar mi profunda gratitud a todas las instituciones que representáis y a cuantos han contribuido eficazmente a devolver a la ciudad eterna, a su provincia y a toda la región del Lacio belleza y funcionalidad, haciéndolas más idóneas para acoger a los peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.

Además de expresaros mi aprecio por los esfuerzos realizados, deseo impulsaros a proseguir esa labor, para que Roma, su provincia y la región logren una mejor calidad de vida, prestando cada vez mayor atención a los numerosos y prestigiosos signos de fe y cultura que conservan.

3. El gran jubileo se celebra simultáneamente en Tierra Santa y en todas las diócesis del mundo, pero tiene como sede privilegiada la ciudad en la que se custodian las gloriosas memorias de los apóstoles san Pedro y san Pablo y de otros innumerables santos y mártires. Roma posee una vocación histórica y universal única, con respecto a la cual los administradores y las poblaciones de la ciudad y del territorio circunstante tienen una responsabilidad singular.

Por tanto, deseo saludar y dar las gracias, en particular, a los romanos por la generosa disponibilidad con que han aceptado sacrificios y molestias, relacionados con la preparación inmediata del jubileo. Espero que, conscientes del privilegio secular que los une a la misión del Sucesor de Pedro, vean en el acontecimiento jubilar una magnífica ocasión de gracia y de desarrollo civil, social y económico. Espero, asimismo, que pongan sus tradicionales cualidades de acogida al servicio de los peregrinos y de cuantos estén presentes en la ciudad eterna y en el área circunstante durante todo el Año santo.

4. Con su mirada dirigida al misterio de la encarnación del Verbo, la Iglesia, recordando el camino de gracia, santidad y civilización que ha recorrido la humanidad durante estos dos mil años, ofrece a los creyentes el jubileo como un tiempo de conversión, de renovada fidelidad al don recibido, y como prometedora oportunidad para entrar en el tercer milenio conscientes de los errores del pasado y más disponibles al proyecto divino.

La Iglesia propone a todos los hombres de buena voluntad este extraordinario compromiso de purificación de la memoria y revalorización de los dones recibidos. Los invita a recuperar los valores del hombre y a restablecer en la sociedad civil las exigencias de la verdad, de la justicia y de la solidaridad, las únicas que garantizan la paz y el bienestar entre los pueblos.

En sus intervenciones, el alcalde de Roma y los presidentes de la provincia y de la región han aludido a cuanto, en sintonía con dichas celebraciones jubilares, están promoviendo en sus respectivos ámbitos de competencia. Al expresaros mi gran satisfacción por cuanto se ha realizado, deseo recordaros algunos aspectos que pueden enriquecer y dar nuevas perspectivas a los objetivos ya conseguidos.

En primer lugar, os invito a prestar una atención constante a la familia, que la misma Constitución de la República italiana califica como "sociedad natural fundada en el matrimonio" (art. 29), confiando a los poderes públicos la tarea de "favorecer su formación con medidas económicas y otros procedimientos" (art. 31).

Conozco las múltiples dificultades, atribuibles en parte a causas de orden espiritual y cultural, que, también en Roma y en el Lacio, amenazan la institución familiar. A menudo dependen igualmente de situaciones sociales y económicas concretas, que constituyen su marco humano. Precisamente para tutelar a la familia, célula fundamental de la sociedad, pido a los responsables que eviten toda iniciativa que pueda favorecer o apoyar la equiparación entre la familia y otras formas de convivencia. Les pido, asimismo, que trabajen en armonía y con determinación para eliminar los obstáculos, como la carencia de viviendas a precios accesibles o la insuficiencia de instituciones de acogida para los niños más pequeños, que hacen difícil, y a veces casi imposible, la formación de nuevos núcleos familiares y su apertura al don de la vida.

5. Además del esfuerzo en favor de la familia, me permito pediros, ilustres señoras y señores, opciones valientes en el sector de la escuela y la educación, para valorar las múltiples energías e iniciativas presentes en Roma y en el territorio del Lacio. Del mismo modo, es importante conjugar en el ámbito de la sanidad el progreso técnico y la limitación de los costes con la atención al enfermo, que es lo principal. Y ¿qué decir de la multitud de ancianos necesitados de mayor estima y aprecio, así como de una asistencia más eficaz y cordial?

En este año 2000, que nos invita a mirar con mayor responsabilidad y confianza al futuro, siento el deber de hacerme intérprete, una vez más, de los numerosísimos jóvenes y de los desempleados para pediros un esfuerzo suplementario, encaminado a la creación de nuevas posibilidades de trabajo y empleo. Ojalá que el gran jubileo favorezca un cambio moral y civil, capaz de desarrollar una cultura de la solidaridad, de la acogida y de la participación. Que en la ciudad de Roma, en su provincia y en toda la región cada uno se sienta como en su casa y se inserte de manera positiva en la sociedad, compartiendo sus derechos y deberes.

6. El gran jubileo pone ante vosotros, honorables representantes de las Administraciones regional, municipal y provincial, una buena serie de tareas y compromisos, pero, al mismo tiempo, os impulsa eficazmente a afrontarlas con entusiasmo. Un punto de referencia y de unificación para vosotros ha de ser el bien de las poblaciones, que se identifica de modo significativo con la historia, los valores y la promesa de futuro que el jubileo mismo entraña y propone.

Asegurándoos la contribución sincera y desinteresada de las comunidades cristianas de Roma y del Lacio al crecimiento de la ciudad, de la provincia y de la región, encomiendo al Señor en la oración todos vuestros proyectos y buenos propósitos. María, Madre del Redentor, os proteja y acompañe con su constante ayuda desde el cielo.

Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a las personas que viven en Roma, en la provincia y en el Lacio, una especial bendición apostólica.

 



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