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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE RESPONSABLES DE PASTORAL JUVENIL


Sábado, 15 de enero de 2000

 

Queridos amigos: 

1. ¡Sed bienvenidos! Os saludo cordialmente y os acojo con alegría mientras, en representación de las Conferencias episcopales y de los movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales, estáis celebrando el II Encuentro internacional con vistas a la próxima Jornada mundial de la juventud. Agradezco al Consejo pontificio para los laicos y al Comité italiano para la XV Jornada mundial de la juventud el trabajo de organización y coordinación que están realizando para preparar ese gran acontecimiento jubilar.

Vosotros representáis, en cierto sentido, a las multitudes de jóvenes que, desde todas las partes del mundo y ya desde hace tiempo, idealmente se han puesto en camino hacia Roma. Quisiera saludarlos, por medio de vosotros, uno a uno y decirles:  "El Papa os ama, cuenta con vosotros y os espera para la gran fiesta de fe y testimonio que celebraremos juntos el próximo mes de agosto". Hará mucho calor, tal vez más calor que en París.

2. Las Jornadas mundiales de la juventud constituyen ya una cita significativa en la peregrinación de las jóvenes generaciones, que dura desde 1985. Son ocasiones providenciales para proclamar y celebrar el misterio de Cristo, Salvador y Redentor del hombre, propuesto a los jóvenes de nuestro tiempo como fundamento de su vida de fe y de compromiso al servicio de sus hermanos

Este año, además, la Jornada mundial se sitúa en el itinerario espiritual del jubileo y se convierte así en el "jubileo de los jóvenes":  una circunstancia privilegiada para contemplar juntos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, adorar y alabar al Emmanuel, el Dios con nosotros, y descubrir las consecuencias que una experiencia espiritual tan fuerte tiene para nuestra vida diaria.

3. Pido al Señor que la próxima Jornada mundial de la juventud se convierta para todos los participantes en un estímulo para profesar a una sola voz la fe, al comienzo del tercer milenio. En esta ciudad y en esta Iglesia de Roma, fecundadas por la sangre de los Apóstoles y de los mártires, los jóvenes del mundo se encontrarán para contemplar a Jesús, autor y consumador de la fe (cf. Hb 12, 2), y darle la respuesta de su compromiso cristiano.

Estoy seguro de que volverán al camino de su vida para ser obreros de la nueva evangelización y constructores de la civilización del amor. En efecto, a ellos les corresponde principalmente la tarea de "llevar" el Evangelio al primer siglo del nuevo milenio (cf. Tertio millennio adveniente, 58), modelando la existencia diaria de acuerdo con los valores perennes contenidos en este eterno e inmutable "Libro de la vida".

Invocando sobre vuestro trabajo la protección materna de la Virgen santísima, os expreso mis mejores deseos de un feliz año 2000, y os imparto a todos mi bendición.

 



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