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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS FIELES DE LA IGLESIA MARONITA

 
Jueves 10 de febrero de 2000

 

Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas de la Iglesia maronita:

1. Os doy la bienvenida a la casa del Sucesor de Pedro y a la ciudad eterna, que conserva las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de tantos otros santos mártires y confesores.

Habéis venido del Líbano, de otros países de Oriente Próximo y de la diáspora, para celebrar durante estos días el gran jubileo con Su Beatitud el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, patriarca de Antioquía, "Padre y cabeza" (cf. Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 55) de la Iglesia maronita. Vuestra peregrinación a Roma inaugura la de las Iglesias católicas orientales. En efecto, durante los próximos meses llegarán a Roma los patriarcas, los obispos y los fieles de las demás tradiciones orientales.

2. Queriendo dar una nueva prueba de vuestra adhesión indefectible y plurisecular a la Sede apostólica romana, habéis venido a Roma para la fiesta de san Marón, piedra miliar de vuestra Iglesia, cuya memoria se celebra, según vuestro calendario litúrgico, el 9 de febrero. Ayer, en la basílica de Santa María la Mayor, habéis participado en una solemne celebración eucarística, presidida por vuestro amado patriarca. La celebración de ayer, así como la audiencia de hoy, refuerza el estrecho vínculo que existe entre la Sede de Roma y la de Antioquía, ciudad muy antigua donde "por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11, 26) y donde vivió san Pedro. Por tanto, atraídos por "un imperativo interior", que proviene de vuestra fe, habéis venido a "visitar a Pedro" (cf. Ga 1, 18) para vivir con él la comunión eclesial. En efecto, vuestra comunión plena con la Iglesia de Roma es una manifestación tangible de la conciencia que tenéis de la unidad:  "La unidad es una característica primordial de la Iglesia, y la exige su naturaleza profunda" (Exhortación apostólica postsinodal Una esperanza nueva para el Líbano, 84; cf. Orientale lumen, 19). A su vez, esta unidad eclesial, que sentís con fuerza en estos días, os ayudará a  comprometeros cada vez más en la  evangelización del mundo, dado que la tradición maronita es también "una ocasión privilegiada para reavivar el dinamismo y el impulso misioneros que deben compartir todos los fieles" (Una esperanza nueva para el Líbano, 84).

3. Vuestra Iglesia, hija espiritual de san Marón, consciente y orgullosa de la importancia de su unidad con Roma, ha visto florecer numerosos santos y santas a lo largo de los siglos. El 9 de octubre de 1977, mi predecesor el Papa Pablo VI canonizó a Charbel Maklouf, monje eremita y sacerdote de la Orden libanesa maronita, y yo mismo tuve la alegría de realizar, el 17 de noviembre de 1985, la beatificación de Rafqa (Rebeca), monja maronita de la Orden libanesa maronita, y el 10 de mayo de 1998, la de Nimatullah Al-Hardini, monje y sacerdote de la misma Orden y padre espiritual de san Charbel.

4. La beatificación de Nimatullah Al-Hardini tuvo lugar exactamente un año después de mi peregrinación de 1997 a tierra libanesa. Por eso, me complace evocar aquí las horas que pasé en el Líbano, donde la Iglesia maronita tiene sus raíces y su centro efectivo.

La esperanza nueva para el Líbano, expresada en la exhortación postsinodal, documento fruto de los trabajos de la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los obispos, fue "mi grito de resurrección y paz" con el que "presenté de nuevo la tierra bíblica de los cedros a la conciencia del mundo". Animo a todos los pastores y fieles de las comunidades católicas del Líbano a acoger y asimilar cada vez más las propuestas y sugerencias de esa exhortación. Me alegra saber que ya se han visto los primeros signos esperanzadores de una aplicación concreta, como resulta también de los trabajos de la última Asamblea de los patriarcas y los obispos católicos del Líbano (A.P.E.C.L.), que se celebró en noviembre del año pasado en Bkerké.

5. Me complace, asimismo, anunciar que ayer, después de un bloqueo muy largo, debido a la segunda guerra mundial y también a la difícil situación del Líbano, el Colegio pontificio maronita ha vuelto a abrir oficialmente sus puertas, sobre todo gracias a los esfuerzos incansables de su excelencia monseñor Emile Eid, procurador patriarcal en Roma. Esta institución, impulsada por el Papa Gregorio XIII, se remonta al siglo XVI. Ha tenido innumerables e ilustres alumnos, entre los cuales los más renombrados fueron el futuro patriarca maronita Stéphane Douaihi y el gran sabio Joseph S. Assemani, primer custodio de la Biblioteca vaticana, célebre orientalista y canonista, que desempeñó, entre otras cosas, un papel importante en el Sínodo libanés maronita de 1736.

Quiera Dios que los jóvenes maronitas que vivan a partir de ahora en ese Colegio histórico contribuyan eficazmente, como sus predecesores, a la vida eclesial maronita, con fidelidad al espíritu de la Iglesia universal.

6. En cuanto a la amada tierra del Líbano, a la que se dirige con nostalgia el corazón de los creyentes, le deseo que siga siendo fiel a su vocación de "mensaje":  un lugar donde los cristianos puedan vivir en paz y fraternidad con los seguidores  de  otras creencias y sean capaces de promover esa convivencia (cf. Una esperanza nueva para el Líbano, 92). También quiero deciros hoy, con la fuerza del amor:  "El Papa está siempre cerca de todos vosotros". Os acompaño como un padre y un hermano en este período en que la intolerancia lleva a veces a reavivar los fantasmas del odio, que creíamos desaparecidos para siempre.

Por intercesión de la Madre de Dios, de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Marón, de san Charbel, de la beata Rafqa, del beato Nimatullah Al-Hardini y de todos los santos de vuestra tierra, pido al Señor que brote allí el primer fruto del gran jubileo que celebráis en Roma. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica.

 



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