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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

 Sábado 9 de septiembre de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas

1. Me alegra encontrarme con vosotros, y os saludo a todos con alegría. Vuestro encuentro tiene lugar en el día dedicado a la memoria de san Pedro Claver, sacerdote jesuita, apóstol entre los negros deportados y modelo para cuantos también hoy se prodigan para aliviar las condiciones de quien sufre. Con el espíritu del jubileo, su ejemplo nos ayuda a comprender uno de los compromisos que brotan de este acontecimiento fundamental:  la atención a cuantos, obligados por las circunstancias, abandonan su país y soportan las vejaciones de quienes se aprovechan de la pobreza de los demás.

Quiera Dios que este espíritu, el auténtico espíritu del jubileo que estamos celebrando, impregne la vida de nuestras comunidades cristianas y anime todas las actividades de las Iglesias diocesanas. Celebramos a Cristo en el bimilenario de su nacimiento y lo contemplamos en el misterio de su encarnación. Se nos manifiesta como auténtica fuente de salvación para el mundo y para toda persona humana. Los acontecimientos humanos constituyen la historia del encuentro entre la pobreza espiritual de cada uno y la grandeza salvífica de un Dios que ama infinitamente a su criatura.

2. A este amor debe corresponder el testimonio de una vida orientada a configurar al discípulo con su Maestro. A través de la confesión individual y las celebraciones penitenciales propias del jubileo, así como por medio de la celebración de los otros sacramentos, el creyente realiza un camino de configuración con Cristo.

Este camino está representado simbólicamente por la peregrinación y por el acto de cruzar la Puerta santa. Por eso, con razón, "el término "jubileo" expresa alegría; no sólo alegría interior, sino un júbilo que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también  un  suceso  exterior, visible, audible y tangible, como recuerda san Juan (cf. 1 Jn 1, 1)" (Tertio millennio adveniente, 16; cf. 32). Y es también la alegría por el perdón de los pecados, la alegría de la conversión.

3. Con estos sentimientos, os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, queridos peregrinos procedentes de la diócesis de Lucera-Troia, acompañados por vuestro obispo, monseñor Francesco Zerrillo, y también a vosotros, peregrinos de la diócesis de Caserta. Os deseo que al cruzar la Puerta santa experimentéis la riqueza que Dios prodiga en las celebraciones jubilares, para que vuestro corazón y vuestras comunidades se abran a la vida nueva que es Cristo.

A vosotros, amadísimos hermanos y hermanas procedentes de varias parroquias, y a vosotros, participantes en la Carrera de relevos de los deportistas boloñeses, os deseo que esta peregrinación os deje en el corazón signos eficaces de justicia y caridad. En el itinerario jubilar tenéis la oportunidad de acercaros al sacramento de la penitencia y de la reconciliación; de alimentaros en la mesa de la Eucaristía; y de visitar las memorias de los Apóstoles. Ojalá que sean momentos intensos de comunión con Dios. Al volver a vuestras comunidades, os sentiréis fortalecidos en la fe y estimulados a practicar el bien y la caridad, según vuestro estado de vida y el compromiso al que el Señor os llama.

4. Me alegra acoger al grupo de ex alumnos del seminario francés de Roma. Sed bienvenidos, queridos hermanos en el sacerdocio y en el episcopado. Vuestra presencia, esta mañana, es un signo de la gratitud que, jóvenes o ancianos, sentís siempre por vuestro seminario. Podéis testimoniar la calidad de su formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral. Encarezco a los responsables del seminario a proseguir su misión, tan importante para la vida de la Iglesia, deseando que el seminario francés siga siendo, especialmente para el mundo francófono, un lugar privilegiado donde florezcan aún numerosas generaciones de sacerdotes llamados a ser "heraldos del Evangelio" en el nuevo milenio. De corazón imparto complacido a todos la bendición apostólica.

5. Me alegra saludar a los peregrinos de la diócesis de Saint Catharines, en Canadá, encabezados por su vicario general. En este año del gran jubileo habéis venido a visitar estos lugares santificados por la sangre de los mártires. Ruego a Dios que vuestra estancia en Roma os permita vivir una experiencia nueva y más profunda de la misericordia de Dios, para que, al volver a Canadá, deis un testimonio más intenso del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Por medio de vosotros envío mi afectuoso saludo a monseñor O'Mara, a monseñor Fulton y a todos los fieles de Cristo de esa diócesis. Que la bienaventurada Virgen María y santa Catalina os protejan siempre, y Dios todopoderoso os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestras familias con el don de su paz.

6. Sobre todos invoco la protección materna de María santísima, cuya Natividad celebramos ayer. La Madre del Salvador os obtenga a cada uno paz y serenidad. Con este deseo, os imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.

 



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