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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN "PRO PETRI SEDE" DE BENELUX

Jueves 12 de octubre de 2000

 

Señoras y señores: 

Os saludo cordialmente con ocasión de la peregrinación de la asociación Pro Petri Sede. En este Año jubilar, proseguís vuestra tradición de venir a entregar al Santo Padre las ofertas de los generosos donantes de Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, que cooperan así, de manera más íntima, en la caridad de la Iglesia universal y del Sucesor de Pedro.

El jubileo es una invitación a la conversión del corazón, para volver a Dios y hacer una profunda experiencia del amor de nuestro Padre celestial, que nos acoge y quiere convertirnos en un pueblo santo. Estamos llamados a difundir en nuestro entorno ese amor que el Señor nos tiene, dando así un testimonio de nuestra fe, que es un signo elocuente a los ojos del mundo.

Desde este punto de vista, vuestro gesto es particularmente importante y necesario para manifestar la misericordia de Dios; procede de "la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación" (Incarnationis mysterium, 12), y nos impulsa a vivir como hermanos, por encima de las diferencias de raza, cultura y religión. Vuestra iniciativa se inscribe en este marco, y estoy seguro de que los generosos donantes de vuestra asociación son conscientes de que, con este gesto, tienden la mano a los más pobres para que mejoren su situación, puedan vivir con la dignidad propia de su naturaleza, sean cada día más protagonistas de su desarrollo y creen una fraternidad y una solidaridad cada vez mayores entre todos los hombres

Compartir lo propio con los demás es también una obra importante en favor de la justicia y de la paz. Por eso, os pido que expreséis mi más profunda gratitud a todos los miembros de la asociación Pro Petri Sede y a los fieles de Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, que, mediante la acogida de los pobres y los extranjeros, viven el ideal evangélico de recíproca ayuda espiritual y material.

Encomendándolos a la intercesión de la Virgen María, a la que honramos particularmente en este mes del rosario, les imparto de corazón a todos mi bendición apostólica.

 



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