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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA

 

Al señor cardenal MILOSLAV VLK
Arzobispo de Praga
Presidente del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa

1. La asamblea plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, que se celebra en Bruselas del 19 al 23 de octubre de 2000, reviste una importancia particular durante este año del gran jubileo en el que toda la Iglesia conmemora el bimilenario del nacimiento del Salvador. Ese encuentro es una nueva manifestación de los vínculos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro y una expresión particularmente significativa de la colegialidad entre los obispos del continente para anunciar juntos, con audacia y fidelidad, el nombre de Jesucristo.

A lo largo de su historia, Europa ha recibido el tesoro de la fe cristiana, fundando su vida social en los principios tomados del Evangelio. Así, el cristianismo se descubre de manera permanente en las artes, en la literatura, en el pensamiento y en la cultura de las naciones europeas. Esta herencia no pertenece sólo al pasado y es importante transmitirla a las generaciones futuras, puesto que es la matriz de la vida de las personas y de los pueblos que han forjado juntos el continente europeo.

2. Vuestro encuentro constituye una ocasión para desarrollar el intercambio de dones entre las Iglesias particulares y para poner en común las experiencias pastorales del oeste y del este de Europa, del norte y del sur, a fin de enriqueceros e iluminaros mutuamente y fortalecer las diferentes comunidades locales. También os permite experimentar la comunión eclesial, que es siempre un don de Dios, pero también una tarea por realizar. Para que las Iglesias católicas en Europa cumplan su misión, que es siempre la misma y siempre nueva, dado que "la Iglesia existe para evangelizar" (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14), es importante que todos sus miembros estén abiertos a las inspiraciones del Espíritu, para trabajar intensamente en favor de la nueva evangelización.

Desde esta perspectiva, os animo a prestar una atención cada vez mayor a la educación de los jóvenes y los adultos en la fe. La experiencia de las catequesis durante los dos últimos encuentros de la Jornada mundial de la juventud, en el curso de los cuales los jóvenes manifestaron su profundo deseo de conocer a Cristo y vivir de su palabra, nos recuerda la urgencia de ofrecer a los fieles una sólida formación cristiana, moral, espiritual y humana. Como señaló el concilio ecuménico Vaticano II, es una de las tareas primordiales del obispo, que tiene el oficio de enseñar y guiar al pueblo cristiano hacia la perfección (cf. Christus Dominus, 12 y 15). En todas vuestras Iglesias se está llevando a cabo una amplia obra de formación doctrinal, espiritual y pastoral para ayudar a los fieles laicos a cumplir su misión bautismal en la Iglesia, en comunión con los pastores, y a anunciar sin confusión la salvación realizada por Cristo. En un mundo marcado por el desarrollo de la ciencia y de la técnica, una verdadera inteligencia de la fe proporcionará a los cristianos los medios para dar "razón de su esperanza" (cf. 1 P 3, 15) y proponer a sus contemporáneos el Evangelio como camino de vida y como base de acción moral personal y colectiva.

Asimismo, quiero subrayar la importancia decisiva de la formación de los sacerdotes y los diáconos, llamados a ser ministros de Jesucristo y vuestros colaboradores. De ese modo, formarán una "valiosa corona espiritual" en torno a vosotros (cf. san Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, 1, 13) y, con sus palabras y sus obras, serán testigos del Señor, Esposo y Cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. ¿Cómo podrían ser signos de este don de Cristo, que se entregó por la Iglesia (cf. Ef 5, 25), sin entregarse totalmente a su misión y avanzar por el camino de la santidad?

3. En todo el continente se observan muchas diferencias por lo que concierne a las vocaciones sacerdotales. Mientras algunos países sufren una preocupante carencia de seminaristas y de sacerdotes jóvenes, otros, sobre todo en el este, cuentan con un número cada vez mayor de jóvenes que se comprometen en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada. Debemos orar con insistencia, pidiendo "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37). Al mismo tiempo, conviene desarrollar en cada diócesis, y de forma conjunta, una vigorosa pastoral vocacional, que proponga a los jóvenes un camino de fe, un itinerario espiritual y una experiencia eclesial, así como una formación filosófica y teológica cualificada. Sé que algunos países y algunas regiones han decidido compartir sus fuerzas, con vistas a una mejor distribución del clero. Os invito de buen grado a proseguir la reflexión en este sentido.

4. Europa se está construyendo como "unión". La Iglesia tiene una contribución específica que darle. Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena. Por tanto, no se puede considerar a Europa exclusivamente como un mercado de intercambios económicos o un espacio de libre circulación de ideas; es, también y sobre todo, una verdadera comunidad de naciones que quieren unir sus destinos para vivir como hermanos, respetando las culturas y los itinerarios espirituales que, sin embargo, no pueden ser excluidos del proyecto común o estar en contradicción con él. Al mismo tiempo, la consolidación de la unión en el continente recuerda a las Iglesias y a las comunidades eclesiales que también ellas deben seguir avanzando por el camino de la unidad.

5. Corresponde a las autoridades civiles velar para que las estructuras y las instituciones europeas estén cada vez más al servicio del hombre, que jamás debe ser considerado un objeto que se puede comprar o vender, explotar o manipular. Es una persona, creada a imagen de Dios, en la que se refleja el amor misericordioso del Creador y Padre de todos. Todo hombre, cualesquiera que sean su origen o sus condiciones de vida, merece absoluto respeto. La Iglesia no cesa de recordar estos principios fundamentales de la vida social. Hoy, frente a las perspectivas abiertas por la ciencia, principalmente por la genética y la biología, frente a la evolución prodigiosa de los medios de comunicación y a los intercambios a escala planetaria, Europa puede y debe promover, en todas partes, la defensa de la dignidad de la persona, desde su concepción, para mejorar aún más sus condiciones de vida, favoreciendo una justa distribución de la riqueza y ofreciendo a todos los hombres una educación que les ayude a convertirse en protagonistas de la vida social, y un trabajo que les permita vivir y proveer a las necesidades de los suyos. A este propósito, también es importante recordar, a tiempo y a destiempo, el lugar y el valor inestimable del vínculo conyugal y de la familia, que no pueden ser situados en condiciones de paridad con otros tipos de relación, so pena de dañar fuertemente el entramado social y perjudicar cada vez más a los niños y a los jóvenes.

6. Por este camino de servicio al hombre, todos los europeos deben comprometerse incansablemente en favor de la causa de la paz. En el siglo que acaba de terminar, el viejo continente llevó dos veces al mundo entero a la tragedia y a la desolación de la guerra. Hoy comienza a aprender las exigencias de la reconciliación y del entendimiento entre los pueblos. Los nuevos puentes, construidos entre las naciones europeas, son aún inestables y poco seguros. El conflicto de los Balcanes ha recordado a todos los países de Europa la fragilidad de la paz y la necesidad de trabajar para consolidarla día a día. Asimismo, ha mostrado el peligro de los nacionalismos exacerbados y la necesidad de abrir nuevas perspectivas de acogida y de intercambio, pero también de reconciliación, entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones europeas.

7. La historia del continente europeo va unida, desde hace siglos, a la historia de la evangelización. En realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones. Esta historia indica una exigencia: Europa no puede encerrarse en sí misma. No puede ni debe desinteresarse del resto del mundo; por el contrario, debe ser plenamente consciente de que otros países y otros continentes esperan de ella iniciativas audaces, para ofrecer a los pueblos más pobres los medios para su desarrollo y su organización social, y para construir un mundo más justo y más fraterno.

8. Al principio de mi pontificado escribí que "el hombre es el camino de la Iglesia, camino de su vida y experiencia cotidianas, de su misión y de su fatiga" (Redemptor hominis, 14). Que vuestras reflexiones y los trabajos de vuestra asamblea contribuyan a modelar al hombre europeo. Rogando a la santísima Virgen María que os acompañe con su protección materna, le imparto de todo corazón la bendición apostólica a usted, así como a todos los miembros del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y a sus colaboradores.

Vaticano, 16 de octubre de 2000

JUAN PABLO II



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