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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE
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Sábado 7 de abril de 2001

 

Señor embajador: 

1. Con gran satisfacción le doy la bienvenida al acoger a su excelencia aquí, en el Vaticano, en el acto de presentación de sus cartas credenciales como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me brinda la oportunidad de constatar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo, me ofrece la ocasión de reiterar mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, agradezco los pensamientos deferentes y el saludo que el presidente de la República, señor Fernando Henrique Cardoso, ha querido enviarme. Ruego a su excelencia tenga la amabilidad de agradecerle de mi parte su saludo, con mis mejores deseos de bien.

2. Señor embajador, se ha referido usted al momento singular de la historia que han vivido la Iglesia universal y la nación brasileña, después de la celebración del gran jubileo, con la feliz coincidencia de los festejos por la conmemoración del V centenario del descubrimiento y de la evangelización del pueblo de la Tierra de la Santa Cruz. Pido a Dios que Brasil sepa conservar ese patrimonio tan rico en bienes espirituales y morales, no sólo para las generaciones presentes, sino también para las futuras, deseosas de conocer las razones de la verdadera esperanza (cf. 1 P 3, 15), como semilla sembrada en tierra fértil junto con los responsables del destino de la nación.

3. Desde ahora deseo corroborar su clarividencia al recalcar la necesidad de una ética auténticamente universal, superior a las ideologías, que devuelva la confianza al mundo y dé sentido a la vida.

En la actualidad, Brasil está asumiendo un liderazgo cada vez mayor en el concierto de las naciones latinoamericanas, y es preciso destacar su contribución al progreso de sus vecinos, no sólo en el campo económico, sino también en el sociopolítico. Por eso, no puedo dejar de poner de relieve aquí las iniciativas destinadas a la promoción de la paz, que influyen notablemente en la consolidación de la democracia en aquellas regiones.

A su vez, esa influencia deberá ser el reflejo de un liderazgo profundo en el ámbito de su país, unido necesariamente a los principios de justicia y libertad que testimonien continuamente los valores de la dignidad humana. El esfuerzo por superar los desequilibrios sociales, la salvaguardia del medio ambiente, la promoción y la defensa de los derechos de la infancia y de la mujer, la creación -que recientemente se ha vuelto tan urgente- de mejores condiciones de vida en las cárceles y, no por último, lógicamente, el respeto a la enseñanza religiosa en los centros educativos son, sin duda alguna, objetivos que hay que ponderar y que exigen de los representantes de la nación una dedicación constante al bien común de la patria.

Con todo, estoy seguro de que su excelencia coincidirá conmigo en que estos y otros temas, al ser preocupaciones prioritarias del Gobierno brasileño, necesitan una atención particular con respecto a los valores fundamentales de la vida de las personas, en todos los sectores de la sociedad. Hoy en día existe una masa inerte de personas sujeta a los medios de comunicación social, que se deja arrastrar por la influencia de una cultura globalizadora hacia una visión individualista de la libertad personal, y con ciertos atentados contra los valores de la vida, de la familia y de la unión matrimonial, entre un hombre y una mujer, una e indisoluble. Lo que más preocupa es la falacia que considera "normales" ciertas situaciones, ya aceptadas por todas las sociedades más desarrolladas; no incorporarlas a la cultura de la misma sociedad supondría dar un paso atrás en el progreso y en el bienestar de las personas.

4. Señor embajador, la Iglesia, en su función de madre y maestra, no dejará de insistir en los principios básicos de la convivencia humana establecidos por nuestro Creador. No sólo está en juego la pérdida de la fe o su ineficacia en la vida, sino también el relajamiento o incluso el oscurecimiento del sentido moral, debido a la disipación de la conciencia con respecto a la originalidad de la moral evangélica. En la encíclica Veritatis splendor afirmé que "las tendencias subjetivistas, utilitaristas y relativistas, hoy ampliamente difundidas, se presentan no simplemente como posiciones pragmáticas, como usanzas, sino como concepciones consolidadas desde el punto de vista teórico, que reivindican una plena legitimidad cultural y social" (n. 106).

Brasil, en su condición de país predominantemente católico, cuya marcada influencia se destacó en las conmemoraciones del V centenario de su descubrimiento, manifiesta la identidad espiritual, cultural y moral de su pueblo. Nunca se insistirá demasiado en este aspecto, considerando que la formación cristiana ha sido decisiva entre los factores que han contribuido a la paz y a la estabilidad de la vida nacional, sin perturbaciones de mayor relieve, a lo largo de estos cinco siglos de historia. Por eso la Iglesia, al recordar los principios básicos del Evangelio en la vida de cada ciudadano y de cada comunidad, no hace más que mostrar su celo por ese patrimonio espiritual y moral, conservado muchas veces a costa del derramamiento de la sangre de los mártires del presente y del pasado, como sucedió en el caso de los "protomártires de Brasil", en Río Grande del Norte, a los que tuve la alegría de proclamar beatos el año pasado.

Ciertamente, dar continuidad a esta empresa, obedeciendo al mandato divino de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19), es competencia de la Iglesia. Sin embargo, esta, respetando los principios tradicionales de independencia entre ambas instituciones, agradece al Estado la colaboración que le presta en su ardua misión. En este sentido, hago votos para que se agilice el proceso migratorio de misioneros, tanto dentro como fuera de la nación. Se trata de una forma de contar con nuevos obreros para la mies del Señor, que hoy es indispensable.

5. He podido mantener un diálogo franco y sincero con los representantes del Gobierno brasileño, en primer lugar con su más alto mandatario, incluso a través de mis colaboradores directos en la Sede apostólica. Los viajes pastorales realizados a vuestra patria me marcaron profundamente, consolidando mi esperanza de que Brasil prosiga como guía de muchas naciones latinoamericanas.

Como he dicho antes, la presencia brasileña en las Naciones Unidas y en las organizaciones internacionales de comercio, desarrollo y cooperación es cada vez más importante e influyente. Ojalá que los principios que inspiran esta participación en la sociedad de las naciones estén orientados por criterios cuyo norte fundamental consista en el respeto a la dignidad humana, sobre todo cuando se trata de la vida de los niños por nacer, hoy en día seriamente amenazada por técnicas de reproducción que atentan contra la dignidad humana.

Pero no sólo eso: el comercio de drogas, la corrupción en cualquier nivel, la desigualdad entre los grupos sociales y la destrucción irracional de la naturaleza, como ya afirmé en otra ocasión, testimonian que, "sin una referencia moral, se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social" (Ecclesia in America, 56).

6. Por consiguiente, compartiendo las esperanzas de todos los brasileños, deseo confirmarle, señor embajador, la decidida voluntad de la Iglesia de colaborar, dentro de su misión propia, en todas las iniciativas encaminadas a servir a la causa de "todo el hombre y de todos los hombres". Así, proseguirá decididamente en su compromiso de promover la conciencia de que los valores de la paz, la libertad, la solidaridad y la defensa de las personas más necesitadas deben inspirar la vida privada y pública. La fe y la adhesión a Jesucristo exigen a los fieles católicos, también en Brasil, convertirse en instrumentos de reconciliación y fraternidad, en la verdad, la justicia y el amor.

Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le ruego que transmita al señor presidente de la República mis mejores deseos de felicidad y paz. Y quiero decir a su excelencia que puede contar con la estima, la cordial acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el cumplimiento de su misión, que espero sea feliz y fecunda en frutos y alegrías.

Mi pensamiento va, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían su destino. A todos les deseo felicidad, con mayor progreso y armonía. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas ante su más alto mandatario. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro copiosas bendiciones de Dios todopoderoso para su persona, su mandato y sus familiares, así como para todos los amados hijos de la noble nación brasileña.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.16, p.6 (p.206).



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