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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DEL CENTRO CULTURAL "JUAN XXIII"


Sábado 7 de abril de 2001

 

Amadísimos estudiantes: 

1. ¡Bienvenidos a este encuentro, que tanto habéis deseado! Os saludo con afecto y os agradezco esta visita, que me permite conocer mejor vuestras expectativas y esperanzas de jóvenes de diversos países del mundo, que habéis venido a Roma para estudiar. Saludo a mons. Remigio Musaragno, director del Centro cultural internacional "Juan XXIII", en el que trabaja desde hace cuarenta años. Al agradecerle las cordiales palabras que ha querido dirigirme, le expreso mis mejores deseos de que el jubileo sacerdotal, que ha celebrado recientemente, constituya una ocasión de renovada entrega a Cristo y de servicio cada vez más generoso a los hermanos.

Saludo asimismo a quien se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos y a cuantos colaboran generosamente en la vida de vuestra comunidad. Extiendo mi saludo a todos los estudiantes de las naciones menos ricas del mundo y a los organismos eclesiales que se ocupan de ellos. Además de vuestro benemérito Centro, recuerdo en particular los que hoy están representados aquí:  la Oficina central de estudiantes extranjeros en Italia (UCSEI), de Roma y Perusa, y el Centro internacional "La Pira", de Florencia.

2. Procedéis de cincuenta países y pasáis en Roma un período significativo de vuestra juventud. Se trata de una valiosa oportunidad cultural y formativa, que os enriquece con competencias científicas y nuevas experiencias humanas, las cuales os permiten prepararos para ser protagonistas generosos y atentos del desarrollo de vuestras respectivas naciones. Es seguramente un privilegio singular para vosotros vivir en la ciudad eterna, corazón de la Iglesia católica. Aquí podéis admirar importantes y prestigiosos vestigios de la antigua civilización romana, así como testimonios elocuentes de la fe cristiana. Aquí tenéis la posibilidad de abrir vuestra mente y vuestro corazón al saber y a los valores de la fraternidad, de la acogida y del respeto a las riquezas de cada pueblo.

En vuestro Centro, donde conviven jóvenes de culturas, razas y naciones diversas, es posible realizar una singular y enriquecedora experiencia de comunión humana y espiritual. La multiforme proveniencia de los estudiantes residentes hace que el Centro sea una escuela de convivencia fraterna, donde resulta actual y fecunda la invitación al diálogo entre las culturas, que en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año propuse como camino privilegiado para la construcción de la civilización del amor y de la paz. En efecto, el diálogo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los corazones a la aceptación recíproca, con la perspectiva de una auténtica colaboración, que responde a la vocación originaria de toda la familia humana a la unidad.

3. Amadísimos estudiantes, a vosotros, que en el día de mañana, si Dios quiere, podréis ser protagonistas de la historia de vuestros países, desearía confiaros la tarea de aprovechar al máximo estos años de formación para crecer desde el punto de vista humano, cultural y espiritual. Sólo así podréis ser artífices de sociedades nuevas, donde cada uno se sienta acogido como miembro de la misma familia, llamada a vivir en un clima de solidaridad y de paz.

Para realizar esto, además de la indispensable preparación científica y profesional, es preciso en primer lugar que fomentéis vuestra relación personal con Dios. En un mundo donde los intereses dominantes parecen ser los materiales, os exhorto a buscar "primero el reino de Dios y su justicia", porque el resto, como asegura Jesús mismo, se os dará "por añadidura" (cf. Mt 6, 33). Además, la experiencia de fe, en un ambiente multicultural, os ayudará a no dejaros arrastrar por la corriente y a no seguir modelos culturales inspirados en una concepción laicista y prácticamente atea de la vida, así como formas de individualismo radical. Más bien os impulsará a adquirir una relación más madura con los valores de vuestra cultura, a enriquecerlos en la confrontación con las otras tradiciones, y a verificarlos a través de la experiencia vivida del encuentro con Cristo.

4. Amadísimos jóvenes, estas son las condiciones que pueden hacer de vuestro Centro un lugar de esperanza, una familia en la que os respetáis y os amáis, y un gimnasio de la "civilización del amor". Al venir de numerosos países, podéis reflexionar juntos en las causas que, por desgracia, producen divisiones y odios en algunos de los pueblos a los que pertenecéis. Juntos podéis madurar en el conocimiento recíproco, buscando lo que une y superando los contrastes atávicos que degradan a veces la dignidad del hombre. La experiencia de la acogida, de la comprensión mutua y, cuando sea necesario, del perdón, constituye un entrenamiento diario a fin de prepararos para vuestras futuras responsabilidades, cuando se os exija ser constructores de solidaridad y de paz, sanando las heridas y restableciendo en las mentes y en los corazones la positiva condición de la fraternidad.

5. Vuestro Centro está dedicado a mi venerado predecesor, el beato Juan XXIII. Fue el Papa del diálogo y de la paz, de la bondad y del cariño hacia todos. Durante su breve pero intenso pontificado, puso en marcha un proceso de "actualización" capaz de imprimir en la Iglesia una vasta y significativa renovación. Además, con el concilio Vaticano II preparó a la Iglesia para los desafíos del tercer milenio. En los diversos cargos a los que lo llamó la Providencia conservó su fe sencilla y un apego constante a sus raíces populares.

Os encomiendo a cada uno a la intercesión de este beato, particularmente cercano a vosotros. Que él os ayude a conservar con fidelidad vuestra identidad humana y cristiana, y os disponga a abriros con audacia a las exigencias de vuestros hermanos.

Asimismo, invoco sobre vosotros la protección materna de María, Madre del Señor, y os bendigo de todo corazón a vosotros, con vuestras esperanzas, así como a vuestras familias, a vuestros seres queridos y a los países de los que procedéis.

 



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