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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL
DE OBSTETRAS Y GINECÓLOGOS CATÓLICOS


Lunes 18 de junio de 2001

 

Distinguidas señoras y señores: 

1. Os acojo cordialmente en vuestra visita con ocasión del Congreso internacional de obstetras y ginecólogos católicos, en el que estáis reflexionando sobre vuestro futuro a la luz del derecho fundamental a la formación y a la práctica médica según la conciencia. Por medio de vosotros, saludo a todos los profesionales de la salud que, como servidores y custodios de la vida, dan en todo el mundo un testimonio incesante de la presencia de la Iglesia de Cristo en este campo vital, especialmente cuando la vida humana se ve amenazada por la creciente cultura de la muerte. En particular, agradezco al profesor Gian Luigi Gigli las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y saludo al profesor Robert Walley, que colaboró en la organización de vuestro congreso.

2. Los obstetras, los ginecólogos y las enfermeras obstétricas cristianos están llamados siempre a ser servidores y custodios de la vida, porque "el evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas" (Evangelium vitae, 1). Sin embargo, vuestra profesión ha llegado a ser aún más importante y vuestra responsabilidad mayor "en el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder su dimensión ética original, (y los profesionales de la salud) pueden estar a veces fuertemente tentados de convertirse en manipuladores de la vida o incluso en agentes de muerte" (ib., 89).

Hasta hace poco, la ética médica en general y la moral católica raramente estaban en desacuerdo. Por lo general, los médicos católicos podían ofrecer sin problemas de conciencia a los pacientes todo lo que la ciencia médica proporcionaba. Pero ahora esto ha cambiado profundamente. La disponibilidad de medicamentos anticonceptivos y abortivos, nuevas amenazas contra la vida en la legislación de algunos países, ciertas aplicaciones del diagnóstico prenatal, la difusión de técnicas de fertilización in vitro, la consiguiente producción de embriones para tratar la esterilidad, pero también para su destinación a la investigación científica, el uso de células estaminales embrionarias para el desarrollo de tejido para trasplantes con el fin de curar enfermedades degenerativas, y proyectos de clonación total o parcial, ya realizados con animales:  todo esto ha modificado radicalmente la situación.

Además, la concepción, el embarazo y el nacimiento ya no se ven como medios de cooperación con el Creador en la maravillosa tarea de dar la vida a un nuevo ser humano. Por el contrario, a menudo se consideran como un peso, e incluso como una enfermedad que hay que curar, más que como un don de Dios.

3. Los obstetras, los ginecólogos y las enfermeras católicos se ven inevitablemente afectados por estas tensiones y estos cambios. Están expuestos a una ideología social que les exige ser agentes de una concepción de "salud reproductiva" basada en nuevas técnicas reproductivas. Sin embargo, a pesar de la presión que se ejerce sobre su conciencia, muchos reconocen aún la responsabilidad que tienen como médicos especialistas de cuidar de los seres humanos más indefensos y débiles, y proteger a los que no tienen poder económico o social, o no pueden hacer oír su voz.

El conflicto entre la presión social y las exigencias de la conciencia recta puede llevar al dilema de abandonar la profesión médica o ir contra las propias convicciones. Frente a esta tensión, debemos recordar que existe un camino intermedio que se abre ante los profesionales católicos de la salud que son fieles a su conciencia. Es el camino de la objeción de conciencia, que debe ser respetado por todos y, de modo especial, por los legisladores.

4. Al esforzarnos por servir a la vida, debemos trabajar para asegurar que en la legislación y en la práctica se garantice el derecho a una formación y a un ejercicio profesional que respeten la conciencia. Como observé en mi encíclica Evangelium vitae, es evidente que "los cristianos, como todos los hombres de buena voluntad, están llamados, por un grave deber de conciencia, a no prestar su colaboración formal a aquellas prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, se oponen a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal" (n. 74). Dondequiera que se viole el derecho de las personas a formarse en la medicina y a practicarla respetando las convicciones morales de cada uno, los católicos deben trabajar con ahínco para restablecerlo.

En particular, las universidades y los hospitales católicos están llamados a seguir las directrices del Magisterio de la Iglesia en todos los aspectos de la práctica obstétrica y ginecológica, incluida la investigación sobre embriones. También deberían ofrecer una red de enseñanza cualificada y reconocida internacionalmente, a fin de ayudar a los médicos que, a causa de sus convicciones morales, sufren discriminación o presiones inaceptables para especializarse en obstetricia y ginecología.

5. Espero fervientemente que, al comienzo de este nuevo milenio, todo el personal médico y sanitario, tanto en la investigación como en el ejercicio de la medicina, se comprometan incondicionalmente al servicio de la vida humana. Confío en que las Iglesias particulares prestarán la debida atención a la profesión médica, promoviendo el ideal de un servicio inequívoco al gran milagro de la vida, y sostengan a los obstetras, a los ginecólogos y a los profesionales de la salud que respetan el derecho a la vida, ayudándoles a unirse para que se apoyen recíprocamente e intercambien ideas y experiencias.

Encomendándoos a vosotros y vuestra misión de custodios y servidores de la vida a la protección de la santísima Virgen María, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a todos los que colaboran con vosotros testimoniando el evangelio de la vida.

 



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