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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TAILANDIA EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 16 de noviembre de 2001

 

Querido cardenal Kitbunchu;
queridos hermanos en el episcopado:
 

1. Con gran alegría os doy la bienvenida, obispos de Tailandia, con ocasión de vuestra visita ad limina. Habéis venido a Roma para confirmar vuestra fe ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y para buscar guía y fuerza para el servicio al Evangelio que se os ha confiado. Vuestra visita es un signo de la comunión de corazón y mente (cf. Hch 4, 32) que os une al Sucesor de Pedro en el Colegio apostólico. Os aseguro mis oraciones durante estos días, para que seáis colmados del conocimiento de la voluntad de Dios con toda sabiduría e inteligencia espiritual (cf. Col 1, 9), de modo que a través de vuestro ministerio el reino de Dios siga creciendo y progresando en medio de vuestro pueblo. Mi pensamiento se dirige también a los sacerdotes, a los hombres y mujeres consagrados, y a los laicos de la Iglesia en Tailandia, y por medio de vosotros los animo a permanecer firmes en la fe y en el amor al Señor.

El gran jubileo de la encarnación de Jesucristo, que celebramos el año pasado, ha infundido nuevas energías y suscitado nuevo entusiasmo en la comunidad cristiana en todo el mundo, también en vuestro país. No podemos conocer todos los modos como Dios ha tocado la vida de las personas durante el año, pero sabemos que muchos cristianos han experimentado su amor misericordioso, especialmente en los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía. Las innumerables gracias y bendiciones del jubileo nos impulsan a dar gracias de corazón  al  Señor, "porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1). Ahora tenemos la responsabilidad de pensar en el futuro y aprovechar la gracia recibida, elaborando un programa concreto de renovación pastoral capaz de responder a las necesidades de la Iglesia al comienzo de este nuevo milenio.

2. Vuestra  vista  ad limina tiene lugar casi inmediatamente después de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que centró su atención una vez más en la figura del obispo como hombre de Dios, cuya primera preocupación es su santidad personal y la santidad del pueblo de Dios. Los padres sinodales subrayaron muchas veces que el obispo debe ser hombre de oración y crecimiento en la gracia mediante los sacramentos; hombre de vida ejemplar, entregado totalmente a la tarea de enseñar, santificar y gobernar la porción de la grey confiada a su cuidado.

Hoy deseo alentaros a poner toda vuestra confianza en Jesucristo, que os ha llamado y consagrado para esta misión. No os abandonará mientras os esforzáis por responder a esta llamada y tratáis de cumplir en vuestro país el gran mandamiento que el Señor dio a sus Apóstoles en el momento de su Ascensión:  la evangelización de todas las naciones.

En este sentido, ya tenéis un programa pastoral, centrado en Cristo mismo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte, 29). Debéis preocuparos siempre por discernir lo que hay que hacer en vuestras Iglesias particulares para lograr que la proclamación de Cristo llegue al corazón de la gente, para construir y formar comunidades cristianas fervorosas, y para ejercer un influjo profundo y decisivo al difundir los valores del Evangelio en la sociedad y la cultura.

El compromiso y la abnegación de innumerables misioneros extranjeros han contribuido en gran media al crecimiento de la Iglesia en toda Asia, y el ejemplo de su celo debería recordarse e imitarse con profunda gratitud. Sin embargo, hoy corresponde en primer lugar a los mismos asiáticos realizar el esfuerzo misionero. La urgente obra de evangelización en vuestro país dependerá del testimonio convincente de vida, de la entrega celosa y de un despliegue de nuevas energías por parte de los católicos tailandeses. Asimismo, la Sociedad misionera tailandesa, fundada en los últimos años, es fruto maduro de vuestra Iglesia local, que merece vuestro apoyo, porque dando a los demás recibiréis también vosotros del Señor todo lo que necesitáis.

3. Dado que no puede haber verdadera evangelización "mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (Evangelii nuntiandi, 22), los pastores deben garantizar que su pueblo reciba un conocimiento cabal y sistemático de la persona y el mensaje de Jesucristo, un conocimiento que les permita a su vez comunicar a los demás el mensaje salvífico del Evangelio con alegría y convicción. Como primeros maestros de la fe en vuestras diócesis, vuestra tarea consiste en hacer accesible el mensaje cristiano a vuestro pueblo, explicando cómo el Evangelio ilumina el sentido de la vida frente a los interrogantes planteados por la sociedad contemporánea.

La comunidad católica en Tailandia, aunque constituye una pequeña minoría, goza de gran estima por la gran labor que está realizando en los campos de la sanidad y la educación. Vuestras escuelas católicas proporcionan una instrucción muy cualificada, dando así una notable contribución a la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por su misma naturaleza la  educación  católica  no  sólo aspira a proporcionar conocimientos y formación, sino también —y esto es lo más importante— a transmitir una visión coherente  de la vida, modelada por el Evangelio, que permita a los jóvenes crecer en sabiduría y libertad verdaderas.

La sociedad contemporánea necesita urgentemente estas instituciones educativas para proporcionar una sólida formación moral y ayudar a los estudiantes a adquirir las virtudes y las capacidades requeridas para el servicio a Dios y al prójimo. Es preciso impulsar a los estudiantes a comprometerse en formas de servicio y obras de voluntariado para que se sientan cada vez más implicados en la misión de la Iglesia y aprendan a contribuir de modo concreto a la renovación de la sociedad. Confío en que haréis todo lo posible por mantener y fortalecer el carácter católico de vuestras escuelas y encontrar nuevas maneras de garantizar a los pobres y marginados mayor acceso a la educación, pues de otro modo no tendrían la oportunidad.

4. Dado que la familia es el fundamento de la sociedad y el primer lugar donde las personas aprenden los valores que las guiarán durante la vida, ha de ocupar un lugar especial en vuestra solicitud pastoral. En cada diócesis, un apostolado familiar activo debería tratar de garantizar que se ayude a padres e hijos a vivir su vocación según la mente de Cristo, y que los cónyuges de matrimonios interreligiosos reciban el apoyo necesario para evitar cualquier debilitamiento de la fe.
La familia está amenazada por diversas formas de materialismo y por ofensas generalizadas contra la dignidad humana, como la plaga del aborto y la explotación sexual de mujeres y niños. En vuestras comunidades locales se deberían realizar siempre nuevos esfuerzos para afrontar estas dificultades y formar a los fieles laicos a fin de que cumplan su misión específica en el orden temporal, en todos los sectores de la vida política, económica, social y cultural.

Por consiguiente, es esencial que los catequistas laicos y religiosos, que desempeñan un papel muy importante en vuestras comunidades, sigan estando "preparados para toda obra buena" (2 Tm 3, 17) mediante una formación sistemática, jornadas de oración y cursos de renovación. En la transmisión de la fe, el Catecismo de la Iglesia católica es una fuente inestimable.

Los hombres y mujeres consagrados, cuyo estilo de vida les permite dar un testimonio particularmente eficaz del amor de Dios a su pueblo, dan una contribución significativa a la vida de la Iglesia en Tailandia. Su carisma peculiar los capacita para responder a la exigencia difundida de espiritualidad auténtica y de dirección espiritual entre los fieles. El apostolado de la oración es el secreto de un cristianismo verdaderamente vital en todos los tiempos (cf. Novo millennio ineunte, 32); por esta razón, los hombres y mujeres consagrados, particularmente los contemplativos, no sólo deberían dar un claro ejemplo de una vida dedicada a la oración y la meditación, sino que también han de convertirse en verdaderos maestros de oración para los demás. Es significativo que el concilio Vaticano II nos recuerde que los contemplativos "multiplican el pueblo de Dios con su misteriosa fecundidad apostólica" (Perfectae caritatis, 7).

5. Sobre todo prestando atención a la formación y a la situación personal de los sacerdotes el obispo demuestra ser un verdadero pastor y un auténtico padre, hermano y amigo de sus más estrechos colaboradores en el ministerio. La Iglesia en Tailandia sigue siendo bendecida con numerosas vocaciones. Es importante que vigiléis atentamente los diversos elementos de la formación en el seminario para asegurar que vuestras Iglesias particulares cuenten siempre con los sacerdotes ejemplares que vuestras comunidades tienen derecho a esperar.

Los candidatos necesitan una sólida preparación en las ciencias eclesiales y una formación espiritual bien estructurada, para que comprendan de modo adecuado y profundo su ministerio, expresión de una especial configuración sacramental con Cristo, que no puede reducirse a un papel modelado según las carreras civiles.

Durante el Año jubilar tuve la alegría de beatificar al sacerdote tailandés padre Nicolás Bunkerd Kitbamrung, que "sobresalió en la enseñanza de la fe, en la búsqueda de los alejados y en su amor a los pobres" (Homilía, 5 de marzo de 2000, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de marzo de 2000, p. 6). El beato Nicolás es un auténtico modelo para los sacerdotes tailandeses, y confío en que su ejemplo impulse a los seminaristas y sacerdotes a comprender que, lejos de ser un mero custodio de las instituciones eclesiásticas, el sacerdote debería considerarse siempre a sí mismo como un instrumento vivo de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (cf. Presbyterorum ordinis, 12). Su vida "es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo y de la Iglesia de un modo nuevo y específico", el cual "lo compromete totalmente en la actividad pastoral" (Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros, 6). En su sentido auténtico, el sacerdote, con su identidad y sus actividades de predicar la palabra, celebrar los sacramentos y difundir el reino de Dios, debe ser Cristo para los demás; debe tener la "misma mente de Cristo" (cf. 1 Co 2, 16). En un tiempo en que existe un anhelo profundo de espiritualidad auténtica, el sacerdote debe ser hombre de oración, familiarizado con la palabra de Dios y muy unido al Señor. Dado que el mensaje que predicamos es la verdad sobre Dios y el hombre, los sacerdotes deben prestar especial atención a la preparación de la homilía dominical, para que los fieles puedan conocer cómo el Evangelio ilumina el camino de las personas y de la sociedad. Una estrecha relación entre el obispo y sus sacerdotes, y una cooperación fraterna entre estos, contribuyen a construir la diócesis como una familia en la que todos sus miembros —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— pueden poner sus dones y talentos al servicio del Cuerpo de Cristo.

6. Como vuestra experiencia diaria os enseña, la evangelización en Asia, un continente forjado por antiguas culturas y tradiciones religiosas, presenta desafíos particulares. La Iglesia realiza su obra misionera en obediencia al mandato de Cristo, sabiendo que cada persona tiene derecho a escuchar su mensaje de salvación en toda su plenitud. Debe hacerlo con respeto y estima por sus oyentes, teniendo en cuenta sus valores filosóficos, culturales y espirituales, y comprometiéndose en un diálogo con ellos. En vuestro país, como en el resto de Asia, la cuestión del diálogo interreligioso es urgente. El contacto, el diálogo y la cooperación con los seguidores de otras religiones representan para vosotros un deber y un desafío. La antigua tradición monástica de Tailandia debería brindar un punto de contacto y de fraternidad para promover un diálogo fecundo entre budistas y cristianos. Esta tradición recuerda la primacía de las cosas del espíritu, y debería servir como contrapeso al materialismo y al consumismo, que afectan a un amplio sector de la sociedad.

Las verdades de la fe que forman el contenido y el contexto de esta tarea misionera son la doctrina de Jesús como único Salvador del mundo, y la Iglesia como instrumento necesario del plan redentor de Dios. Se trata de verdades que deben proclamarse de una manera razonable y convincente, para invitar a quienes las oyen a ponderarlas con corazón abierto. Al comienzo de un nuevo milenio la Iglesia en Tailandia tiene el desafío de presentar el misterio de Cristo de una manera que corresponda a los modelos culturales y a las formas de pensamiento de vuestro pueblo, aprovechando los elementos positivos del gran patrimonio humano de Tailandia. Por otra parte, el proceso de inculturación requiere vuestro cuidadoso discernimiento para asegurar que se respeten plenamente los principios de compatibilidad con el Evangelio y comunión con la Iglesia universal. Desde luego, la inculturación es más que una adaptación externa, porque implica "una íntima transformación de los auténticos valores culturales  mediante  su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas" (Redemptoris missio, 52). Os exhorto a realizar esfuerzos continuos en este campo, para que las verdades y los valores del Evangelio se vean cada vez más claramente como respuesta a las auténticas necesidades y aspiraciones espirituales y humanas de vuestro pueblo.

7. Queridos hermanos en el episcopado, pienso a menudo en vuestra tierra y en vuestro pueblo.

Con afecto, pido a Dios que las gracias del gran jubileo sigan fortaleciendo vuestra adhesión a Cristo y vuestro compromiso en favor de la evangelización. Pido a María, Estrella luminosa de la evangelización en todos los tiempos, que interceda por el pueblo al que servís y os lleve a todos al encuentro salvífico con su Hijo, nuestro Redentor. A ella le encomiendo las necesidades y las esperanzas de vuestras Iglesias particulares, así como las dificultades y las alegrías de vuestro ministerio episcopal. A vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis, imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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