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DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LA "FUNDACIÓN JUAN PABLO II"


Martes 23 de octubre de 2001

 

Ilustres señores: 

Os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis venido a Roma para celebrar solemnemente el vigésimo aniversario de la Fundación Juan Pablo II. Saludo al Consejo de la Fundación, encabezado por su presidente, arzobispo Szczepan Wesoly, y a los directores de cada una de las instituciones de la Fundación, así como a los presidentes y a los miembros de los Círculos de amigos de la Fundación, que vienen de Bélgica, Dinamarca, Francia, Indonesia, España, Canadá, México, Alemania, Polonia, Singapur, Estados Unidos, Suecia, Venezuela y Gran Bretaña. Me alegra poder acogeros hoy.

Hace veinte años, cuando instituí la Fundación, deseaba que llevara a cabo una vasta actividad cultural, científica, social y pastoral. Quería que se creara un ambiente que sostuviera y profundizara los vínculos entre la Sede apostólica y la nación polaca, y que se encargara de difundir en el mundo el patrimonio de la cultura cristiana y del magisterio de la Iglesia. De aquel deseo nació el programa. Preveía que la Fundación se dedicara a recoger la documentación relativa al pontificado y difundir la enseñanza pontificia y el magisterio de la Iglesia.

La segunda tarea debía ser la promoción de la cultura cristiana impulsando los contactos y la colaboración con los centros científicos y artísticos polacos e internacionales, así como ofreciendo ayuda a los jóvenes, especialmente a los del centro y este de Europa, con vistas a su instrucción. La sede de la Fundación debía ser la Casa polaca, situada en la vía Cassia, en Roma. Tenía que llegar a ser "el punto de encuentro con las culturas y las tradiciones, con los diversos cursos de la historia en el ámbito de una gran cultura, que es la cultura cristiana, la tradición cristiana, la historia de la Iglesia y también la historia de la humanidad" (Discurso en la visita a la Casa polaca, 8 de noviembre de 1981:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de noviembre de 1981, p. 19).

Si hoy, después de veinte años, vuelvo a aquellas premisas, es porque me parece que, con respecto a ellas, ya es posible hacer una valoración de la actividad de la Fundación. No es una tarea difícil. En efecto, cada año el Consejo de la Fundación me presentaba un informe detallado de lo que se lograba realizar. Por tanto, sé que gracias a las iniciativas de treinta y seis Círculos de amigos de la Fundación en catorce países y a la generosidad de miles de hombres de buena voluntad en todo el mundo, se ha creado un fondo que garantiza el funcionamiento de cuatro importantes instituciones:  la Casa polaca en Roma, el Centro de documentación del pontificado, el Instituto de cultura cristiana y la Casa de la Fundación Juan Pablo II en Lublin.

Sé también que la Casa de Roma brinda una gran ayuda organizativa y pastoral a los peregrinos que acuden a visitar las tumbas de los Apóstoles. El Centro de documentación del pontificado se está convirtiendo en un auténtico centro de información no sólo sobre la actividad y la enseñanza del Papa, sino también sobre la vida de la Iglesia en la compleja realidad del mundo actual, en el arco de los últimos veintitrés años. La Casa polaca y el Centro de documentación forman la base material y espiritual para la actividad del Instituto de cultura cristiana en Roma, que se encarga de entablar contactos con ambientes científicos y artísticos en Polonia y en el mundo entero. Por un lado, procura conservar el recuerdo de las raíces cristianas de nuestra cultura; y, por otro, se esfuerza por formar elites que transmitan este espíritu cristiano a las generaciones sucesivas en Europa y en los demás continentes. En el ámbito de la así llamada "Universidad de verano", los jóvenes de todo el mundo tienen la posibilidad de conocer la historia, de la que nace la tradición cristiana y el hoy de la Iglesia y del mundo, en el que continúa esa tradición.

Tal vez la iniciativa que proporciona más alegría que cualquier otra es el fondo para las becas destinadas a los jóvenes de Europa del centro y del este, así como de otros países de la ex Unión Soviética. Por lo que sé, más de ciento setenta diplomados han salido de la acogedora Casa de la Fundación en Lublin. Después de terminar sus estudios en diversas carreras en la Universidad católica de Lublin y en las otras universidades polacas, han vuelto a su patria y se han convertido en celosos promotores de la ciencia y la cultura basadas en el sólido fundamento de los valores perennes. Otros ciento cuarenta y cinco estudiantes continúan allí sus estudios. Recientemente los he acogido aquí y los he conocido personalmente. ¡Qué valiosa es esta obra! Quien invierte en el hombre, en su desarrollo total, no pierde jamás. Los frutos de esta inversión son imperecederos.

Si la Fundación, después de veinte años de actividad, puede decir exegi monumentum, es precisamente pensando en un monumento espiritual que, de forma silenciosa, se esculpe continuamente en el corazón y en la mente de las personas, en los ambientes y en las sociedades enteras. En nuestro tiempo no existe un monumento más importante y duradero que este, forjado en el bronce de la ciencia y la cultura.

Doy las gracias a todos los que, en el arco de estos veinte años, han sostenido de algún modo la actividad de la Fundación y a los que han guiado esta actividad con acierto y dedicación. Os pido que prosigáis esta buena obra. Ojalá que siga desarrollándose y que el esfuerzo común, sostenido por la ayuda de Dios, continúe produciendo magníficos frutos.

Os  doy  las gracias por haber venido y por este encuentro. Que Dios os bendiga.

Saludo también a los que proceden de regiones anglófonas del mundo. A vosotros, que estáis comprometidos a sostener los ideales y la labor de la Fundación Juan Pablo II, os expreso mi profunda estima y gratitud. Contribuís a transmitir nuestra herencia cristiana a las futuras generaciones, haciendo que se conozcan mejor algunos elementos importantes de la cultura que ha alimentado y  robustecido  el espíritu polaco en  su búsqueda constante de excelencia.

En sus veinte años de vida, la Fundación ha hecho mucho. Me alegra en particular lo que se ha logrado en el sector vital de la ayuda a la educación y a la formación de hombres y mujeres que difundan la huella de la sabiduría y la experiencia humana que el mundo necesita con urgencia.

Vosotros, amigos de la Fundación, procedéis de muchos países. Sois un signo de la universalidad de las verdades y los valores de nuestra herencia. Son universales porque están profundamente impregnados del mensaje evangélico de salvación en Jesucristo. Que el Señor Jesús os sostenga a vosotros y a vuestras familias en el don de la fe recibida a través de esta herencia. Gracias.

 



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