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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PRIMER GRUPO DE LOS OBISPOS DE NIGERIA EN VISITA "AD LIMINA


Sábado 20 de abril de 2002

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Con afecto en el Señor resucitado os saludo, obispos de Nigeria, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para vuestra visita ad limina Apostolorum. Para mí es verdaderamente una gran alegría daros la bienvenida y, a través de vosotros, abrazar a todos los fieles de vuestras comunidades locales, que recuerdo con afecto en el Señor y que están siempre en mis oraciones. En efecto, vuestra presencia revive los intensos recuerdos de mi visita a vuestro país hace cuatro años, cuando Dios todopoderoso me concedió el privilegio de beatificar al padre Cipriano Miguel Iwene Tansi en su patria. Al encomendar vuestras comunidades locales a la intercesión del beato Cipriano Miguel, ruego por vosotros, pastores del pueblo santo de Dios, y por los sacerdotes, los religiosos y los laicos confiados a vuestro cuidado pastoral. Oro por vosotros para que "Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro  deseo  de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él" (2 Ts 1, 11-12).

2. Vuestro país se siente orgulloso de tener una de las poblaciones católicas más numerosas de África, y aumenta día a día el número de los que siguen al Señor. "Es el Señor quien lo ha hecho; ha sido un milagro patente" (Sal 118, 23). Además, habéis sido bendecidos con muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, que os permiten también enviar misioneros a otras naciones africanas. Os felicito por vuestra generosidad a este respecto y os aliento a proseguir:  ciertamente, Dios "multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia. (...) Porque el servicio de esta ofrenda no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda también en abundantes acciones de gracias a Dios" (2 Co 9, 10. 12).

Guiada por vosotros, la Iglesia está implicada activamente en la vida nacional nigeriana, exhortando constantemente a la solidaridad, al ejercicio de la responsabilidad civil y a la superación de las tensiones y los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Estos esfuerzos son sumamente importantes mientras Nigeria prosigue por el camino de la transición de un gobierno militar a uno democrático y, sobre todo, a la luz de los recientes episodios de violencia que se han producido en diferentes partes del país. En todas estas situaciones, así como en otras circunstancias, tanto ordinarias como extraordinarias de la vida diaria, la Iglesia debe ser libre para cumplir su misión espiritual, que incluye sus actividades en las áreas del ministerio pastoral, la educación, la asistencia sanitaria y el desarrollo humano y social. A este mismo respecto, vuestro Plan pastoral nacional para Nigeria de 1997, con las necesarias modificaciones y actualizaciones, sigue siendo una excelente base para proseguir la actividad de la Iglesia.

3. Como muchos de vosotros habéis puntualizado en vuestras relaciones, la persistencia de una pobreza generalizada, a menudo extrema, y la difusión de la indiferencia moral y ética, que engendra la criminalidad, la corrupción y los ataques contra la santidad de la vida humana, constituyen el marco en el que la Iglesia cumple su misión. Por esta razón, es muy necesario intensificar los esfuerzos para proporcionar a los fieles programas de formación serios, que les ayuden a profundizar su fe y su comprensión cristiana y, de esta forma, los capaciten para ocupar el lugar que les corresponde tanto en la Iglesia de Cristo como en la sociedad.

La catequesis complementa y perfecciona el anuncio de la buena nueva, contribuyendo al crecimiento y madurez en la fe y educando a los discípulos de Cristo en un conocimiento reflexivo y sistemático de la persona y del mensaje del Señor (cf. Catechesi tradendae, 19). El estudio de la Biblia, es decir, el contacto directo con el texto sagrado de la palabra de Dios, acompañado por la oración devota (cf. Dei verbum, 25) y sostenido por una clara exposición de la doctrina, como se presenta en el Catecismo de la Iglesia católica, garantizará ulteriormente que los laicos, hombres y mujeres, se sientan seguros en su fe y preparados para cumplir sus deberes en todas las circunstancias de la vida y de sus actividades. Muchos de vuestros fieles laicos ya responden de forma positiva al desafío de desempeñar un papel activo en la vida pública, incluyendo la esfera política. Vuestros incansables esfuerzos a este respecto deberían lograr que de verdad se dejen "guiar por el Evangelio" y que, "desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo" (Lumen gentium, 31).

4. En la medida en que los miembros de vuestras Iglesias locales se fortalezcan y consoliden en la verdad revelada, se afianzarán en su propia identidad católica. También serán capaces de responder a las objeciones planteadas cada vez con mayor frecuencia por las sectas y los nuevos movimientos religiosos, muy numerosos en vuestro país. La catequesis es importante sobre todo para los jóvenes, para los cuales una fe iluminada es una luz que guiará su camino hacia el futuro. Del mismo modo, será su fuente de energía cuando afronten las incertidumbres de la situación económica en continua evolución. Por esta razón, es de suma importancia que los programas pastorales elaborados específicamente para los niños y los jóvenes sean una parte destacada de todos vuestros planes pastorales.

De este modo también se fortalecerá la familia, que está amenazada en sus aspectos fundamentales de unidad y estabilidad por prácticas como la poligamia, el divorcio, el aborto y la prostitución, por la difusión de una mentalidad anticonceptiva y por una actividad sexual irresponsable que también aumenta los casos de sida. Por tanto, trabajar para ayudar a las familias a vivir su vida cristiana fiel y generosamente como verdaderas "iglesias domésticas" (cf. Lumen gentium, 11) sigue siendo una prioridad, pues existe aún la necesidad de conciliar las prácticas tradicionales con la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la vida familiar. De igual modo, cobran cada vez mayor importancia vuestros programas de ayuda a las mujeres, que sitúan a la Iglesia en la vanguardia del movimiento para promover mayor respeto a su dignidad y sus derechos. Os exhorto asimismo a estudiar el modo de lograr que la participación de la Iglesia en la lucha contra el sida sea cada vez más activa y visible.

5. La firme y humilde adhesión a la palabra de Cristo, tal como la proclama auténticamente la Iglesia, también constituye la base para vuestra relación con las demás Iglesias y comunidades eclesiales, y para el necesario diálogo con los seguidores de la religión tradicional africana y con el islam. Me alegra observar en vuestras relaciones que, a pesar de las dificultades, se han logrado progresos en varias áreas del diálogo ecuménico e interreligioso. En efecto, la herencia cultural de los numerosos grupos étnicos presentes en Nigeria debe verse como una fuente de riqueza para la nación, y no como motivo de conflicto y división. Soy consciente de que, con vistas a las elecciones generales previstas para el año próximo, estáis tratando de intensificar la cooperación ecuménica e interreligiosa para ayudar a los políticos, a los jefes tradicionales y a los líderes religiosos a trabajar juntos a fin de asegurar un proceso electoral libre, correcto y pacífico.

Al respecto deseo abordar también una importante cuestión, que sé que es motivo de grave preocupación para vosotros y para vuestro pueblo. Hay algunas partes de vuestro país donde los defensores del islam están actuando cada vez con mayor belicosidad, hasta tal punto de imponer su modo de entender la ley islámica a Estados enteros de la Federación nigeriana, y negando a los demás creyentes la libertad de expresión religiosa. Animo y sostengo con vigor todos vuestros esfuerzos por hablar con valentía y energía a este respecto:  es preciso recordar a los líderes del gobierno, tanto local como federal, así como los hombres de buena voluntad, la obligación que tiene todo gobierno de garantizar que la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley no sea violada jamás por razones religiosas, de modo abierto o encubierto. Por consiguiente, incluso en los casos en que se garantiza una situación jurídica especial a una religión particular, existe siempre el deber de asegurar que se reconozca legalmente y se respete de forma efectiva el derecho a la libertad de conciencia a todos los ciudadanos, incluidos los extranjeros residentes en el país (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1998, n. 1).

6. Pensando en vuestros estrechos colaboradores en el ministerio pastoral, deseo apoyar vuestros esfuerzos por asegurar una formación cada vez más completa y permanente a vuestros sacerdotes. Vuestras relaciones con ellos deben caracterizarse siempre por la unidad, la fraternidad y el aprecio. Todos los que han recibido el sacramento del orden sagrado han sido configurados con Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia. En consecuencia, deben imitar su entrega total por el bien de la grey y por el desarrollo del Reino. El compromiso de una incesante conversión personal es un elemento esencial de la vida y del ministerio sacerdotal. Debemos reavivar siempre el don que hemos recibido:  el don de nuestra configuración sacramental con Cristo.

El sacerdocio nunca debe considerarse como un medio para mejorar la propia vida o para lograr prestigio. Los sacerdotes y los candidatos al sacerdocio viven a menudo en un nivel superior, tanto desde el punto de vista material como educativo, al de sus familias y al de sus coetáneos; por eso, les resulta muy fácil caer en la tentación de pensar que son mejores que los demás. Cuando esto sucede, el ideal del servicio sacerdotal y la entrega total pueden ofuscarse, dejando al sacerdote insatisfecho y desalentado.

Por esta razón, vuestra vida y la de vuestros sacerdotes deben reflejar una auténtica pobreza evangélica y el desprendimiento de las cosas y de las actitudes del mundo; y es preciso salvaguardar cuidadosamente el valor del celibato como entrega completa de sí al Señor y a su Iglesia. Un comportamiento que pueda dar escándalo debe evitarse escrupulosamente, y vosotros debéis examinar diligentemente las acusaciones de cualquier comportamiento de este tipo, adoptando firmes medidas para corregirlo donde se haya producido. Aquí también la formación del seminario es muy importante, porque las convicciones y la formación práctica impartida a los futuros sacerdotes son esenciales para el éxito de la misión de la Iglesia. Así pues, como verdaderos padres, la renovación y el crecimiento espiritual de vuestros sacerdotes deben figurar entre vuestras principales prioridades (cf. Optatam totius, 22). Además, teniendo en cuenta que muchos de vuestros sacerdotes son enviados a estudiar en el extranjero, es aconsejable que se establezca un margen de tiempo razonable dentro del cual deberían completar sus estudios y volver a la diócesis. Lo mismo vale para los religiosos y las religiosas que viven o estudian en el extranjero:  todo el aliento y apoyo que podáis dar a los superiores de las comunidades religiosas a este respecto es también muy importante.

7. En efecto, vuestra preocupación y vuestra solicitud pastoral incluye también a los religiosos y a las religiosas en vuestras diócesis. Han recibido una consagración especial que ha de ser cada vez más profunda. Con la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, dan testimonio del Reino y edifican el Cuerpo de Cristo, llevando a otros a la conversión y a una vida de santidad. Deben permanecer firmemente arraigados en Cristo, a fin de que los elevados ideales de su vocación sigan brillando en su corazón y a los ojos del pueblo, para el que son un signo especial de la solicitud amorosa de Dios. Vuestro papel, a la vez que respeta y defiende la justa autonomía y el gobierno interno de las comunidades religiosas en vuestro territorio, consiste en mantener estrechos contactos con ellos, dándoles todo el apoyo posible para que se mantengan fieles al carisma de sus institutos al colaborar con vosotros, pastores de la Iglesia, realizando su apostolado (cf. Mutuae relationes, 8).

La vida de castidad, pobreza y obediencia abrazada voluntariamente y vivida con fidelidad confuta la sabiduría convencional del mundo y desafía la visión de la vida comúnmente aceptada. El testimonio que dan las mujeres y los hombres consagrados puede transformar el modo de pensar y de actuar de una comunidad precisamente por el amor que los religiosos tienen a todos, por su atención a los aspectos espirituales más que a las cosas materiales, y por su servicio abnegado y su solidaridad con las personas necesitadas. En este marco, es muy conveniente que mostréis vuestro aprecio y gratitud a los religiosos y a las religiosas en vuestras diócesis por todo el bien que hacen con su oración y con su actividad en las diferentes áreas de la vida pastoral local.

8. Queridos hermanos en el episcopado, pastores del pueblo santo de Dios, es de suma importancia que la apertura, la honradez y la transparencia sean siempre el signo distintivo de todo lo que la Iglesia hace en los ámbitos espiritual, educativo y social, así como en los diversos aspectos de su administración. Con verdadero espíritu de amor y de servicio a la Iglesia y a los hermanos, tenéis la tarea de guiar, estimular y unir a todos los que trabajan en la viña del Señor. Al inicio del tercer milenio de la era cristiana, conviene recordar las palabras del Señor sobre la abundante cosecha que se obtendrá con nuestro servicio al Evangelio (cf. Mt 9, 37). Esforcémonos con renovado vigor por compartir la luz de la verdad con todos los hombres y mujeres.

Oro para que, a través de vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, el Espíritu Santo de Dios os conceda nueva fuerza para la obra de la nueva evangelización. Con afecto en el Señor, os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, a la intercesión del beato Cipriano Miguel Iwene Tansi y a la protección de María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra. Como prenda de gracia y de paz en el Salvador resucitado, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.



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