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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS HIJAS DE SANTA ANA


Jueves 19 de diciembre de 2002

 

Amadísimas religiosas Hijas de Santa Ana: 

1. Con ocasión de vuestro capítulo general, habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro, para reafirmar la adhesión convencida que os une a la Sede apostólica. Feliz de acogeros, doy a cada una mi cordial bienvenida.

En particular, felicito a la nueva madre general, sor Anna Maria Luisa Prandina, asegurándole un recuerdo en la oración para que pueda cumplir con eficacia las importantes tareas que se le han confiado. A todas expreso mi aprecio por cuanto está haciendo la Congregación, con generosa fidelidad a las enseñanzas de la beata Rosa Gattorno. Al encontrarme con vosotras, aquí presentes, deseo enviar mi afectuoso saludo a todas las demás "ramas" de vuestra familia espiritual, a la que aliento a proseguir por el camino emprendido bajo la protección de santa Ana, madre de la Inmaculada.

2. La asamblea capitular, durante la cual estáis reflexionando en el tema: "Fidelidad al Espíritu, con Cristo y la madre Rosa, para entrar en los "procesos históricos" remando mar adentro con optimismo pascual", representa una ocasión propicia para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abriros con confianza al futuro, dando gracias al Padre celestial por cuanto os ha concedido realizar hasta ahora.

Durante el sexenio pasado vuestro instituto ha extendido ulteriormente su presencia misionera, prodigándose al servicio de muchas personas necesitadas, especialmente en los sectores de la educación, la promoción humana, la sanidad y la asistencia a los ancianos. Vuestra acción ha encontrado aliento y estímulo en las exhortaciones apostólicas que recogieron las indicaciones de los Sínodos continentales celebrados como preparación para el gran jubileo del año 2000. Como vosotras mismas habéis querido subrayar, estos textos constituyen el humus y la "gramática" para un conocimiento adecuado de la realidad en la que vive y debe actuar también vuestra congregación.

"¡Oh dulce Jesús, quien te ama sabe hablar bien! Por tanto, hijita, ama y haz lo que quieras, porque todo lo harás bien". Vuestra fundadora os ha enviado al mundo con este espíritu, y a él queréis seguir refiriéndoos al vivir vuestra consagración religiosa.

3. Queridas hermanas, en el nuevo milenio recién iniciado hace falta una mirada penetrante para reconocer la obra que realiza Cristo, y un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos (cf. Novo millennio ineunte, 58). De ahí la importancia fundamental de la oración para captar los signos y los instrumentos del Redentor. Os la recomienda también hoy la madre Rosa Gattorno:  "La oración es la llave de las gracias:  abre los tesoros del Señor".

Que el centro de cada una de vuestras comunidades sea la Eucaristía, presencia viva de Cristo entre los hombres. Acudid a menudo a acompañar a Jesús eucarístico. A este propósito, vuestra fundadora solía repetir:  "Ante Jesús el tiempo no tiene tiempo".

Si os habituáis a contemplar el rostro de Cristo en el silencio de la oración, podréis reconocerlo en todas las personas con quienes os encontréis. Durante este año, que he querido como "Año del Rosario", esforzaos por contemplar el rostro del Redentor con la mirada de María, especialmente con el rezo diario del santo Rosario. Como escribí en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, "en la sobriedad de sus partes, encierra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio" (n. 1). En la escuela de María aprendemos más fácilmente a discernir las prioridades de nuestro trabajo apostólico.

4. Amadísimas hermanas, aunque os preocupa la disminución del número del personal religioso y el debilitamiento de las fuerzas en Italia, no debéis desanimaros. Dios ayuda a quien lo sirve con confianza. A vosotras se os pide en primer lugar que os dediquéis a amar y servir al Señor, gastando vuestras energías en beneficio de su Cuerpo místico (cf. Vita consecrata, 104). Imitando a vuestra fundadora, confiad en Dios, y, "puesto que la Obra es suya, él proveerá a todo":  de Jesús y de su Espíritu brotará la fuerza propulsora que os permitirá consolidar vuestras actividades actuales y os impulsará hacia nuevas metas apostólicas y misioneras, para llevar la alegría del amor divino a las numerosas personas que esperan gestos concretos de caridad evangélica.

Este es el ferviente deseo que formulo para todo vuestro instituto. En la proximidad de las santas fiestas navideñas, me complace expresaros a cada una mi más sincera y cordial felicitación, e invocando sobre vosotras y sobre vuestra congregación la protección de la Inmaculada y de la beata Rosa Gattorno, os imparto de corazón mi bendición.



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