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PALABRAS DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
 AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Sábado 23 de febrero de 2002

 

"Siempre discípulos de Cristo".

Durante estos días hemos podido meditar en el seguimiento de Cristo, que constituye el elemento fundamental de nuestra vida. Lo hemos experimentado íntimamente y, en cierto modo, saboreado sin cesar en el recogimiento de los "ejercicios espirituales". Ha sido un gran don del Señor, por el que le damos gracias ante todo a él, al término de esta intensa semana de reflexión y oración.

Nuestra gratitud —digo "nuestra" porque estoy seguro de interpretar también vuestros sentimientos, amadísimos y venerados hermanos que me habéis acompañado en esta tanda de ejercicios espirituales— se dirige asimismo al señor cardenal Cláudio Hummes, que nos ha guiado con sus sabias meditaciones. Durante algunos días, venerado hermano, usted tuvo que dejar a su gran grey de São Paulo, en Brasil, donde es arzobispo, para ocuparse de este "pusillus grex", pequeña grey, en el Vaticano. Gracias de corazón por habernos guiado a los verdes pastos de la Revelación y de la Tradición católica con la solicitud, la sabiduría y la seguridad del buen Pastor, y también por habernos dado en estos días, con el tono de su voz, este testimonio de São Paulo y de la gran Iglesia brasileña, "brasileira".

Estas jornadas de recogimiento y contemplación nos han ayudado a redescubrir con alegría la gracia inagotable de la vocación cristiana y apostólica. El Espíritu nos ha hecho comprender nuevamente que toda nuestra existencia está centrada en Cristo, el Revelador del Padre. En su Pascua de muerte y resurrección, nos ha constituido su pueblo, congregado en torno a la mesa de la Eucaristía, el sacramento de su sacrificio salvífico y de su presencia real entre nosotros hasta el fin de los tiempos.

La profunda conciencia del seguimiento de Cristo, que juntamente con usted, querido predicador, hemos renovado, nos impulsa a una entrega valiente en nuestro ministerio al servicio del pueblo de Dios. Cada uno vuelve ahora a su trabajo. También usted, venerado hermano, volverá a su diócesis de São Paulo. Cuando esté nuevamente entre su gente, lleve a los fieles, de modo especial a los niños y a los que sufren, la expresión de mi afecto y la seguridad de mi oración.

Prosigamos ahora el camino penitencial hacia la Pascua, itinerario de renovación espiritual para toda la Iglesia. Nos acompañe María, a la que hemos sentido constantemente presente durante estas jornadas de escucha y oración.
A usted, amadísimo cardenal predicador, y a todos vosotros, venerados y queridos hermanos, mi bendición.

 



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