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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SUPERIOR GENERAL DE LA CONGREGACIÓN
DE LOS RELIGIOSOS DE SAN VICENTE DE PAÚL

 

Al reverendo padre
YVON LAROCHE
Superior general de la
Congregación de los Religiosos de San Vicente de Paúl

1. Con ocasión del capítulo general de vuestra congregación, deseo aseguraros mi oración para vuestro nuevo mandato al servicio del dinamismo y de la comunión de vuestra familia religiosa, y expresaros mi gratitud por el trabajo misionero de vuestro instituto en el mundo obrero y entre la juventud. Deseo que la asamblea capitular que está a punto de concluir refuerce cada vez más los vínculos de vuestra unidad para que, en la caridad fraterna y apostólica, el instituto trate de realizar cada vez más su acción pastoral con fidelidad a su carisma fundacional y a la Iglesia, sin eludir los nuevos desafíos de la evangelización, puesto que el Espíritu Santo os llama a remar mar adentro.
Sostenidos por la audacia apostólica y por el testimonio de caridad que animaba a san Vicente de Paúl y a vuestro fundador, Jean-Léon Le Prévost, abrid nuevos caminos para comunicar la ternura de Cristo a los niños, a los jóvenes, a los obreros, a los heridos por la vida y a todos los que necesitan su amor para recomenzar con esperanza.

2. Con motivo del 150° aniversario de vuestra fundación, habéis tenido la ocasión de dar gracias por la obra realizada y de releer vuestra historia, para descubrir en ella las llamadas de Dios y valorar la pertinencia de las respuestas que vuestra congregación ha querido dar durante los dos siglos pasados. La experiencia de vuestro fundador y de sus compañeros, que descubrieron, en el seno de las Conferencias de San Vicente de Paúl del beato Federico Ozanam, la miseria de las familias obreras privadas de dignidad y excluidas de la vida social, constituye el inicio de vuestra aventura misionera. La contemplación del rostro de Cristo en el rostro de los pobres de su tiempo suscitó en ellos el deseo de abandonarlo todo para convertirse en semillas del Evangelio en el mundo, marcado entonces por la revolución industrial, por todo tipo de precariedad, así como por el rechazo de Dios y de la Iglesia, especialmente en el mundo de los aprendices y de los jóvenes obreros. Vuestros precursores demostraron que la caridad de las obras da una fuerza incomparable a la caridad de las palabras, participando así en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, formulada en la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII.

Hoy, desde Francia hasta Brasil y desde Canadá hasta África, ese mismo dinamismo de la misión, impulsado por la caridad de Cristo, debe seguir animando vuestro camino de religiosos y sacerdotes. Las alteraciones de la economía, la disgregación de las solidaridades humanas y la fragmentación de la familia siguen suscitando nuevas formas de precariedad entre las jóvenes generaciones, llevándolas frecuentemente a ceder a la tentación de la desesperación o a hacer la experiencia trágica de la miseria, la droga y la violencia. Os animo a encontrar respuestas adecuadas a las profundas expectativas de los jóvenes de hoy. En efecto, es esencial que puedan ver en vosotros a verdaderos educadores que, con paciencia, les permitan adquirir y vivir los valores humanos, morales y espirituales necesarios para su desarrollo integral. Habitados por la caridad de Cristo que todo lo espera, ayudadles a descubrir que el Señor resucitado es el secreto de vuestra vida y que quiere ser también la sal de su existencia y la luz que ilumina su futuro, puesto que él es el único que puede responder plenamente a su sed de amor, de dignidad y de verdad. Así podrán comprometerse con alegría en la construcción de un mundo más fraterno y solidario.

También es preciso promover una pastoral dinámica de las vocaciones, que permita a todos los jóvenes que deseen seguir más radicalmente a Cristo, en el sacerdocio o en la vida consagrada, encontrar en personas debidamente formadas el acompañamiento humano y espiritual con vistas a un buen discernimiento. Para ello, la ayuda de otros centros de formación, en las diócesis o en las congregaciones religiosas, puede resultar útil y necesario, dando a vuestros futuros religiosos la posibilidad de encontrarse con otros jóvenes que se preparan para comprometerse en la Iglesia.

3. La formación de los colaboradores laicos que participan en la espiritualidad y en la misión de vuestro instituto debe ser también objeto de vuestra atención permanente. Es importante que la generosidad de los fieles se alimente con una vida de intimidad con Cristo y con la conciencia iluminada de trabajar por la construcción del reino de Dios, como Iglesia, en una colaboración confiada con los obispos y las comunidades católicas locales. Que el ejemplo de vuestra vida comunitaria y los medios de educación que utilizáis sean para todos auténticos ámbitos de santificación y testimonio, que os dispongan a escuchar juntos la voluntad del Padre, para responder a las llamadas que realiza a partir del mundo de los humildes y de los pobres. Fieles a vuestro lema:  Omni modo Christus annuncietur, y viviendo entre vosotros el amor de Cristo, participaréis con audacia en esta nueva "creatividad de la caridad", que deseé ardientemente al comienzo del nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte, 50).

4. En este mes de mayo os encomiendo a la solicitud materna de la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a todos los religiosos de San Vicente de Paúl, a sus colaboradores, a los jóvenes y a las familias que se benefician de su servicio educativo.

Vaticano, 17 de mayo de 2002

JUAN PABLO II



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