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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Catedral de Plovdiv
Domingo 26 de mayo de 2002

 

Queridos jóvenes amigos: 

1. Con particular alegría me encuentro con vosotros esta tarde. Os saludo con afecto a todos, a la vez que doy las gracias a cuantos, en vuestro nombre, acaban de dirigirme cordiales palabras de bienvenida. Al término de mi estancia en el País de las rosas, nuestra cita —precisamente por la lozanía de vuestros años y la vivacidad de vuestra acogida— es un anuncio de primavera que nos abre al futuro. La belleza de la comunión, que  nos une en la caridad de Cristo (cf. Hch 2, 42), impulsa a todos a remar mar adentro con confianza (cf. Lc 5, 4), renovando el compromiso de corresponder, día a día, a los dones y a las tareas recibidas del Señor.

Desde el comienzo de mi servicio como Sucesor de Pedro os he mirado a vosotros, jóvenes, con atención y afecto, porque estoy convencido de que la juventud no es simplemente un tiempo de paso entre la adolescencia y la edad adulta, sino más bien una época de la vida que Dios concede como don y como tarea a cada persona. Un tiempo durante el cual hay que buscar, como el joven del Evangelio (cf. Mt 16, 20), la respuesta a los interrogantes fundamentales y descubrir no sólo el sentido de la existencia, sino también un proyecto concreto para construirla.

Amadísimos muchachos y muchachas, de las opciones que realicéis durante estos años dependerá vuestro porvenir personal, profesional y social:  la juventud es el tiempo en el que se ponen los cimientos; ¡una ocasión que no hay que perder, porque ya no volverá!

2. En este momento particular de vuestra vida, el Papa se alegra de estar cerca de vosotros para escuchar con respeto vuestros anhelos y preocupaciones, vuestras expectativas y esperanzas. Está aquí, con vosotros, para comunicaros la certeza que es Cristo, la verdad que es Cristo, el amor que es Cristo. La Iglesia os mira con gran atención, porque vislumbra en vosotros su futuro y en vosotros pone su esperanza.

Imagino que os estáis preguntando qué quiere deciros el Papa esta tarde, antes de su partida. Quisiera confiaros dos mensajes, dos "palabras" pronunciadas por Aquel que es la Palabra misma del Padre, con el deseo de que las custodiéis como un tesoro durante toda vuestra existencia (cf. Mt 6, 21).

La primera palabra es aquel "Venid y lo veréis", que Jesús dijo a los dos discípulos que le habían preguntado dónde vivía (cf. Jn 1, 38-39). Es una invitación que sostiene y motiva desde hace siglos el camino de la Iglesia. Queridos amigos, hoy os la repito a vosotros. Acercaos a Jesús y tratad de "ver" lo que os ofrece. No tengáis miedo de cruzar el umbral de su casa, de hablar con él cara a cara, como se habla con un amigo (cf. Ex 33, 11). No tengáis miedo de la "vida nueva" que os ofrece. En vuestras parroquias, en vuestros grupos y movimientos seguid el ejemplo del Maestro, para que vuestra vida sea una respuesta a la "vocación" que él, desde siempre, con amor, ha proyectado para vosotros.

En verdad, Jesús es un amigo exigente, que indica metas elevadas y pide salir de sí mismos para ir a su encuentro:  "Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8, 35). Esta propuesta puede parecer difícil, y en algunos casos puede incluso dar miedo. Pero, os pregunto:  ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a una sociedad marcada por desigualdades, prepotencias y egoísmos, o, más bien, buscar generosamente la verdad, el bien y la justicia, trabajando por un mundo que refleje la belleza de Dios, aunque sea preciso afrontar las pruebas que esto entraña?

3. ¡Derribad las barreras de la superficialidad y del miedo! Conversad con Jesús en la oración y en la escucha de su palabra. Gustad la alegría de la reconciliación en el sacramento de la penitencia. Recibid su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, para acogerlo y servirlo después en vuestros hermanos. No cedáis a los atractivos y a los fáciles espejismos del mundo, que muy a menudo se transforman en trágicas desilusiones.

Ya sabéis que en los momentos difíciles, en los momentos de la prueba, se mide la calidad de las opciones. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Sólo de Jesús se pueden recibir respuestas que no engañan ni defraudan.

Así pues, caminad con sentido del deber y del sacrificio a lo largo de los caminos de la conversión, de la maduración interior, del trabajo profesional, del voluntariado, del diálogo y del respeto a todos, sin rendiros ante las dificultades o los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos (cf. Ne 8, 10).

4. La segunda palabra que quiero dejaros esta tarde es la misma que dirigí a los jóvenes del mundo entero, que se preparan para celebrar dentro de dos meses su Jornada mundial en Toronto, Canadá:  "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).

En la Escritura la sal es símbolo de la alianza entre el hombre y Dios (cf. Lv 2, 13). Al recibir el bautismo, el cristiano participa en esta alianza que dura para siempre. La sal es también signo de hospitalidad:  "Tened sal en vosotros —dice Jesús— y tened paz unos con otros" (Mc 9, 50). Ser sal de la tierra significa ser constructores de paz y testigos de amor. La sal sirve, además, para la conservación de los alimentos, a los que da sabor, y es símbolo de perseverancia y de inmortalidad:  ser sal de la tierra significa ser portador de una promesa de eternidad. De igual modo, la sal tiene un poder curativo (cf. 2 R 2, 20-22), que la hace imagen de la purificación interior y de la conversión del corazón. Jesús mismo evoca la sal del sufrimiento purificador y redentor (cf. Mc 9, 49):  el cristiano está en la tierra como testigo de la salvación obtenida mediante la cruz.

5. También es muy rico el simbolismo de la luz:  la lámpara ilumina, calienta y alegra. "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 119, 105), afirma en la oración la fe de la Iglesia. Jesús, Palabra del Padre, es la luz interior que disipa la tiniebla del pecado; es el fuego que aleja toda frialdad; es la llama que alegra la existencia; y es el resplandor de la verdad que, brillando delante de nosotros, nos precede en el camino. Quien lo sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida. Así, el discípulo de Jesús debe ser discípulo de la luz (cf. Jn 8, 12; 3, 20-21).

"Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". Al hombre nunca se le han dicho palabras tan sencillas y, al mismo tiempo, tan grandes. Ciertamente, sólo a Cristo se le puede definir plenamente sal de la tierra y luz del mundo, porque únicamente él puede dar sabor, vigor y perennidad a nuestra vida, que sin él sería insípida, frágil y perecedera. Sólo él es capaz de iluminarnos, calentarnos y alegrarnos.

Pero es él quien, queriendo haceros partícipes de su misma misión, os dirige hoy a vosotros sin reticencia estas palabras:  "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". En el misterio de la Encarnación y de la Redención, Cristo se une a todo cristiano y pone la luz de la Vida y la sal de la Sabiduría en lo más íntimo de su corazón, transmitiendo a quien lo acoge el poder de llegar a ser hijo de Dios (cf. Jn 1, 12) y el deber de testimoniar esta presencia íntima y esta luz escondida.

Por tanto, aceptad con humilde valentía la propuesta que Dios os hace. En su omnipotencia y ternura, os llama a ser santos. Sería de necios gloriarse de semejante llamada, pero también sería de irresponsables rechazarla. Llevaría al fracaso existencial. Léon Bloy, escritor  católico  francés  del  siglo XX, escribió:  "No existe más que una tristeza:  la de no ser santos" (La mujer pobre, II, 27).

6. Recordad, jóvenes amigos:  estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Jesús no os pide simplemente que digáis o hagáis algo; Jesús os pide que seáis sal y luz. Y no sólo por un día, sino durante toda la vida. Es un compromiso que os vuelve a proponer cada mañana y en cada ambiente. Debéis ser sal y luz con las personas de vuestra familia y con vuestros amigos; debéis serlo con los demás jóvenes —ortodoxos, judíos y musulmanes— con los que entráis en contacto diariamente en los lugares de estudio, trabajo y diversión. También de vosotros depende la construcción de una sociedad en la que toda persona pueda encontrar su lugar y se le reconozcan y acepten su dignidad y su libertad. Dad vuestra contribución para que Bulgaria sea cada día más una tierra de acogida, de prosperidad y de paz.

Cada uno es responsable de sus opciones. Como sabéis, no se puede dar nada por descontado. Jesús mismo imagina la eventual infidelidad:  "Si la sal se desvirtúa —dice—, ¿con qué se la salará?" (Mt 5, 13). Queridos jóvenes, no olvidéis nunca que cuando una masa no fermenta, la culpa no es de la masa, sino de la levadura. Cuando una casa permanece a oscuras, significa que la lámpara se ha apagado. Por eso, "brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).

7. Resplandecen ante nosotros las figuras de los beatos mártires de Bulgaria:  el obispo Eugenio Bossilkov y los padres Asuncionistas Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov. Supieron ser sal y luz en momentos particularmente duros y difíciles para este país. No dudaron en  dar  incluso  la vida para mantener la fidelidad al Señor, que los había llamado. Su sangre fecunda aún hoy vuestra tierra; su entrega y su heroísmo son ejemplo y estímulo para todos.

Os encomiendo a su intercesión, y os recuerdo ante el beato Papa Juan XXIII, que los conoció personalmente y que tanto amó a Bulgaria. Estoy seguro de interpretar los sentimientos que él tenía por los jóvenes búlgaros de su tiempo, al deciros hoy:  siguiendo a Jesús es como vuestra juventud revelará sus inmensas potencialidades y cobrará plenitud de significado. Siguiendo a Jesús es como descubriréis la belleza de una vida vivida como don gratuito, impulsado únicamente por el amor. Siguiendo a Jesús es como experimentaréis desde ahora algo de la alegría sin fin que tendréis en la eternidad.

A todos os abrazo y os bendigo con afecto.

 



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