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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA 50ª ASAMBLEA GENERAL
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
 

 

Amadísimos obispos italianos: 

1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

A cada uno de vosotros, reunidos en Collevalenza, en el santuario del Amor misericordioso con ocasión de vuestra 50ª asamblea general, os envío mi saludo más cordial, acompañado del deseo de intensas y provechosas jornadas de oración y trabajo común. Saludo, en particular, al cardenal presidente Camillo Ruini, a los tres vicepresidentes, al secretario general y a todos los que se dedican con pasión al servicio de vuestra Conferencia.

Como siempre, estoy muy cerca de vosotros en vuestra solicitud diaria de pastores, para el bien de las Iglesias particulares que se os han confiado y de toda la amada nación italiana.

2. Vuestra asamblea centrará su atención principalmente en el gran desafío que se está planteando durante estos años en torno al interrogante crucial, ya destacado por el concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 12):  "¿Qué es el hombre?". Se trata de un desafío antiguo, pero también nuevo, puesto que las tendencias, siempre latentes, a negar u olvidar la unicidad de nuestro ser y de nuestra vocación de criaturas creadas a imagen de Dios, reciben hoy nuevo impulso de la pretensión de poder explicar adecuadamente al hombre únicamente con los métodos de las ciencias empíricas. Y esto sucede cuando, por el contrario, resulta más necesario que nunca tener una convicción clara y firme de la dignidad inviolable de la persona humana para afrontar los riesgos de una manipulación radical, que se produciría si los recursos de las tecnologías se aplicaran al hombre prescindiendo de los parámetros fundamentales y de los criterios antropológicos y éticos inscritos en su misma naturaleza.

Esta conciencia de la dignidad que nos pertenece por naturaleza es, además, el único principio sobre el que pueden construirse una sociedad y una civilización realmente humanas, en un tiempo en el que los intereses económicos y los mensajes de la comunicación social actúan a escala mundial, poniendo en peligro los patrimonios de valores culturales y morales que representan la principal riqueza de las naciones.

3. Por tanto, amadísimos hermanos obispos, hacéis bien en profundizar juntos en estos problemas fundamentales, con vistas a un compromiso pastoral y cultural que aproveche todas las energías de los católicos italianos.

Así, dará un nuevo paso adelante, particularmente significativo, el proyecto cultural orientado en sentido cristiano, con el que procuráis de modo adecuado dar un perfil cultural más fuerte e incisivo a la obra de evangelización, que se encuentra en el centro de vuestra solicitud de pastores.

Desde esta misma perspectiva, deseo expresaros mi aprecio y mi aliento por el empeño que ponéis en promover una cualificada presencia cristiana en el ámbito de la comunicación social, tan importante e influyente como controvertido y difícil. En particular, me alegra vuestro esfuerzo por elevar la calidad y el prestigio público del diario Avvenire, y veo con agrado los progresos que se están realizando también en el ámbito de las transmisiones radiotelevisivas. Es grande el deseo de que los católicos italianos, a su vez, aprovechen ampliamente estos medios puestos a su disposición para una lectura y comprensión de la realidad social lo más honrada y atenta posible a los valores auténticos.

4. Amadísimos hermanos en el episcopado, hace pocos días, acogiendo una amable invitación, visité el Parlamento italiano. Así, se subrayó, de manera muy significativa, el vínculo profundo y realmente especial que se ha establecido, a lo largo de los siglos, entre Italia y la Iglesia católica, y que también hoy, en el pleno respeto de la recíproca autonomía, puede ser fuente de valiosas colaboraciones, en beneficio del pueblo italiano.

Sé bien que prestáis una atención constante, no sólo individualmente sino también colegialmente en la Conferencia episcopal y en vuestras Conferencias regionales, al destino de esta amada nación. Comparto con vosotros, en particular, la solicitud y la preocupación por la familia, reconocida desde siempre como la estructura fundamental de la vida social. Por consiguiente, el compromiso de la Iglesia en la pastoral de la familia, que espero sea cada vez más convencido y amplio, es también una gran contribución al bien del país.

Estamos llamados a prestar esta misma atención a la educación de las nuevas generaciones y, por tanto, a la enseñanza. Así pues, no podemos dejar de solicitar que se den pasos adelante concretos, necesarios para la aplicación de la paridad escolar.

Además, en un período difícil desde el punto de vista económico y social, consideramos con particular preocupación y solidaridad activa las condiciones de vida de muchas personas y familias, afectadas de diferentes modos por la pobreza o amenazadas por la pérdida del puesto de trabajo.

Por este y tantos otros motivos, es cada vez más importante y necesario que en los representantes de la política y de la economía, de la cultura y de la comunicación, como en todo el entramado social italiano, se refuercen las actitudes de solidaridad y responsabilidad con respecto al bien común de la nación.

5. La solicitud por el propio país de ningún modo puede hoy prescindir del contexto internacional más amplio. Por tanto, expreso mi satisfacción por el interés con que vuestra Conferencia sigue las vicisitudes de la Unión europea en un momento particularmente importante y delicado para la definición de sus estructuras institucionales y con vistas a su ampliación a las naciones del centro y del este de Europa. A este propósito, deseo subrayar una vez más el papel que Italia y los católicos italianos pueden desempeñar para salvaguardar y promover la matriz cristiana de la civilización europea.

En nuestro corazón y en nuestras oraciones es fuerte, sobre todo, la preocupación por la paz. Pidamos juntos a Dios, rico en misericordia y en perdón, que apague los sentimientos de odio en el corazón de las poblaciones, ponga fin al horror del terrorismo y guíe los pasos de los responsables de las naciones por los senderos de la comprensión recíproca, la solidaridad y la reconciliación.

Amadísimos hermanos, hace poco vosotros y toda Italia habéis sido probados por un gran dolor, que también yo he compartido profundamente, por las numerosas víctimas, sobre todo niños, del terremoto en Molise. Nuestra oración común, llena de conmoción, se eleva a Dios ante todo por ellos y por sus familias. Oramos también por toda Italia y por cada una de las Iglesias confiadas a vuestro cuidado pastoral, para que su gran herencia de fe, de caridad y de cultura cristiana se conserve y vivifique siempre de nuevo.

Con estos sentimientos, os imparto a vosotros y a vuestras Iglesias una bendición apostólica especial, que extiendo al clero, a los religiosos y a los fieles que os han sido encomendados.

Vaticano, 15 de noviembre de 2002

JUAN PABLO II



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