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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS


Sábado 23 de noviembre de 2002

 

1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

Este saludo del apóstol san Pablo a los Corintios, os  lo  dirijo  a  todos  vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos durante estos días en la XX asamblea plenaria del Consejo pontificio para los laicos.

Saludo, ante todo, al presidente, señor cardenal James Francis Stafford, al secretario, al subsecretario y a todos los colaboradores del dicasterio. Os saludo a vosotros,  queridos miembros y consultores de este Consejo pontificio, procedentes de  diferentes países y continentes.

Os dirijo un saludo especial a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que representáis las diversas experiencias de los christifideles laici y prestáis vuestro servicio al Sucesor de Pedro en el ámbito de las competencias de vuestro dicasterio. A la vez que doy a cada uno mi más cordial bienvenida, deseo manifestar mi profunda gratitud por la generosa disponibilidad con la que brindáis vuestra colaboración fiel y competente.

2. Los trabajos de la asamblea plenaria se desarrollan en el 40° aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, el mayor acontecimiento eclesial de nuestros tiempos, que impulsó en la Iglesia una vasta corriente de promoción del laicado dentro de la renovada conciencia de la Iglesia de que es misterio de comunión misionera. Con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos en el año 2000, invité a todos los bautizados a volver al Concilio, a tomar de nuevo en sus manos los documentos del concilio Vaticano II para redescubrir su riqueza de estímulos doctrinales y pastorales.

Como hace dos años, renuevo hoy a los fieles laicos esta invitación. A ellos "el Concilio abrió extraordinarias perspectivas de participación y compromiso en la misión de la Iglesia", recordándoles su peculiar participación en la función sacerdotal, profética y real de Cristo (Homilía en el Jubileo de los laicos, 26 de noviembre de 2000, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 2000, p. 5). Por tanto, volver al Concilio significa colaborar para que se siga aplicando según las orientaciones indicadas en la exhortación apostólica Christifideles laici y en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Hoy hacen falta fieles laicos conscientes de su vocación evangélica y de la responsabilidad que tienen por ser discípulos de Cristo, para testimoniar la caridad y la solidaridad en todos los ambientes de la sociedad moderna.

3. Como tema de vuestra asamblea habéis elegido:  "Es preciso seguir caminando recomenzando desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía". Es un tema que completa el itinerario de los sacramentos de la iniciación cristiana, que empezó con las consideraciones sobre el bautismo y la confirmación durante las dos plenarias anteriores. La reflexión sobre los sacramentos de la iniciación cristiana centra naturalmente la atención en la parroquia, comunidad en la que se celebran estos grandes misterios. La comunidad parroquial es el corazón de la vida litúrgica; es el lugar privilegiado de la catequesis y de la educación en la fe (cf. Catecismo  de  la  Iglesia católica, n. 2226). En la parroquia se lleva a cabo el itinerario de la iniciación y de la formación para todos los cristianos. ¡Cuán importante es redescubrir el valor y la importancia de la parroquia como lugar donde se transmiten los contenidos de la tradición católica!

Al parecer, muchos bautizados, entre otras causas, por el influjo de fuertes corrientes de descristianización, han perdido el contacto con este patrimonio religioso. A menudo, la fe se reduce a episodios y fragmentos de vida. Cierto relativismo tiende a alimentar actitudes discriminatorias con respecto a los contenidos de la doctrina y de la moral católica, aceptados o rechazados según preferencias subjetivas y arbitrarias. Así, la fe recibida ya no se vive como don divino, como extraordinaria oportunidad de crecimiento humano y cristiano, como acontecimiento de sentido y de conversión de vida. Sólo una fe arraigada en la estructura sacramental de la Iglesia, que bebe de las fuentes de la palabra de Dios y la Tradición, y se convierte en vida nueva y en inteligencia renovada de la realidad, puede capacitar efectivamente a los bautizados para resistir el impacto de la cultura secularizada dominante.

4. La Eucaristía, "fuente y cima de toda  la vida cristiana" (Lumen gentium, 11), completa y culmina la iniciación cristiana. Aumenta nuestra unión con Cristo, nos separa y nos preserva del pecado, fortalece los vínculos de caridad, sostiene las fuerzas a lo largo de la peregrinación de la vida y hace pregustar la gloria a la que estamos destinados. Los fieles laicos, que participan del oficio sacerdotal de Cristo, presentan en la celebración eucarística su existencia —sus afectos y sufrimientos, su vida conyugal y familiar, su trabajo y los compromisos que asumen en la sociedad— como ofrenda espiritual agradable al Padre, consagrando así el mundo a Dios (cf. Lumen gentium, 34).

La Iglesia y la Eucaristía se compenetran en el misterio de la comunión, milagro de unidad entre los hombres en un mundo donde las relaciones humanas a menudo se ven ofuscadas por la indiferencia o incluso desgarradas por la enemistad.

Queridos hermanos, os exhorto a tener siempre presente esta centralidad de la Eucaristía en la formación y en la participación en la vida de las comunidades parroquiales y diocesanas. Es importante recomenzar siempre desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía, en toda la densidad de su misterio.

5. Una oración que ayuda a penetrar en el misterio de Cristo con la mirada de la Virgen es el Rosario, que se ha convertido para mí y para innumerables fieles en una experiencia contemplativa familiar. Amadísimos hermanos y hermanas, encomendaos con esta oración a María. En su seno inmaculado se formó el cuerpo humano del Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, que sale a nuestro encuentro en la Eucaristía.

Queridos miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, dicasterio al que me siento particularmente unido por haber sido uno de sus consultores cuando era arzobispo de Cracovia, la Eucaristía os capacitará para cumplir vuestra importante misión al servicio de una "epifanía madura y fecunda del laicado católico" (Audiencia general, 25 de noviembre de 1998, n. 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de noviembre de 1998, p. 3).

Con estos sentimientos, os imparto una bendición apostólica especial a vosotros y a vuestros seres queridos.



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