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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 26 de octubre de 2002

 

Amados hermanos en el episcopado: 

1. La liturgia de estos días nos ha recordado nuestra llamada común y la gracia que ha recibido cada uno "para las funciones del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos (...) al estado de hombre perfecto, a la medida de Cristo" (Ef 4, 12. 13). Todo deberá tender a la edificación del Cuerpo de Cristo, valorando la riqueza providencial de los carismas, que el Espíritu Santo hace florecer continuamente en la comunidad.

Me alegra recibiros colegialmente, después de nuestro encuentro personal. A través de las amables palabras de monseñor Celso José Pinto da Silva, arzobispo de Teresina, pronunciadas en nombre de las regiones nordeste 1 y 4 de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil, ha sido posible percibir las muchas esperanzas que animan a las comunidades cristianas encomendadas por la divina Providencia a vuestro cuidado pastoral, sin olvidar las preocupaciones y los problemas encontrados en una tierra donde se están produciendo profundas transformaciones sociales.

2. La realidad de Ceará y de Piauí, y del nordeste en general, presenta un cuadro innegable de modernización de las estructuras creadas para su desarrollo, aunque en diversos aspectos convive con los rigores de la marginación de poblaciones enteras. En estas últimas décadas, el esfuerzo por combatir el analfabetismo, las enfermedades endémicas y la mortalidad infantil; la coexistencia con la pobreza y la miseria crónicas, debidas en buena parte a la emigración del campo a las ciudades; el problema de la justa distribución de la tierra y de la atención a la gente del mar, y muchos otros problemas, sin olvidar el binomio sequía-inundaciones, han sido motivo de constante preocupación para las autoridades locales, así como para las diversas pastorales diocesanas.

Vuestras Iglesias particulares datan del siglo pasado; son relativamente jóvenes. Pero es propio de la juventud el dinamismo, el espíritu de iniciativa y el arrojo, que forman parte de la esencia de la nacionalidad brasileña, donde se encuentra la fuerza para afrontar los desafíos que se presentan. Ambas provincias sufren la falta de clero; deben potenciar la evangelización y la catequesis, tanto de adultos como de jóvenes y niños, en el campo y en las ciudades, sin descuidar las clases que ejercen el poder de decisión y los estudiantes, en todos los niveles.

Conozco vuestro esfuerzo por fomentar la justicia y la fraternidad en una de las áreas más pobres del país. El empeño en trabajar en las pastorales de forma coordinada, especialmente para promover las vocaciones de seminaristas, con formadores cualificados, cuidando también la formación permanente de los sacerdotes, es digno de elogio. Ruego a Dios que os ayude en vuestras necesidades materiales, puesto que la carencia de medios y el costo de la formación de los seminaristas no pueden interrumpir esa obra de promoción de obreros para su mies.

Pero precisamente dentro del dinamismo de la fe, que nada hace desfallecer, deseo estimular la obra evangelizadora de vuestras diócesis, animándoos a dedicar vuestras mejores energías, en un renovado ardor misionero, al crecimiento del reino de Dios en este mundo.

3. Son muchas las iniciativas apostólicas que se están difundiendo en vuestras Iglesias particulares. El despertar religioso, sobre todo entre los jóvenes, es sensible y alentador. También es fuente de esperanza la sensibilidad de los fieles a una práctica cristiana más firme y coherente. La gente del nordeste es muy religiosa. Le interesa mucho la vida de la Iglesia y está siempre abierta a la dimensión trascendente de la vida, aunque es preciso  orientarla bien por lo que respecta a las devociones populares y a una inculturación conforme al Evangelio.

Sin embargo, muchos obstáculos pueden debilitar el entusiasmo de los cristianos a causa de la influencia, no siempre positiva, de la cultura consumista dominante, que amenaza con ofuscar la claridad del anuncio evangélico. Es preciso formar a los fieles en una fe firme y coherente, porque sólo el redescubrimiento efectivo de Cristo como fundamento sobre el que se ha de construir la vida de toda la sociedad, les permitirá no temer ningún tipo de dificultades:  cuando la casa está cimentada sobre roca no se  derrumba  ante la embestida de las riadas, las lluvias torrenciales y los vientos que soplan amenazadores (cf. Mt 7, 24-25).

Es necesario un salto de calidad en la vida cristiana del pueblo, para que testimonie su fe de forma nítida y clara. Esta fe, celebrada y participada en la liturgia y en la caridad, alimenta y fortalece a la comunidad de los discípulos del Señor y los edifica como Iglesia misionera y apostólica. Nadie debe sentirse excluido de este compromiso apostólico.

4. Cuando, al inicio del nuevo milenio, quise indicar algunas prioridades pastorales, nacidas de la experiencia del gran jubileo del año 2000, no dudé en señalar, en primer lugar, que "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (Novo millennio ineunte, 30). A la "llamada universal a la santidad", destacada por el concilio Vaticano II en la constitución dogmática Lumen gentium, ha respondido la Iglesia de hoy y del pasado con una legión innumerable de santos, algunos de los cuales son mundialmente conocidos, mientras que otros permanecerán en el anonimato. Todos han vivido una entrega incondicional a Dios, abrazándose a la cruz de Cristo, por la contemptio mundi, el alejamiento del mundo que los distinguía, o por la consecratio mundi, propia de los laicos. Sin embargo, "todos los cristianos, de cualquier estado  o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor" (Lumen gentium, 40).

La Iglesia necesita sacerdotes santos; religiosos santos que se distingan por su consagración exclusiva, dentro de su carisma fundacional propio, a la realización de la obra evangelizadora con generosidad y sacrificio en la misión esencial que se les ha confiado, a ejemplo de la madre Paulina, fundadora de la congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción, a la que canonicé el pasado mes de mayo. La Iglesia necesita, hoy más que nunca, laicos santos que puedan recibir el honor de los altares después de haber buscado la perfección cristiana en medio de las realidades temporales, en el ejercicio de su trabajo intelectual o manual, todos ellos gratos a Dios, cuando se ofrecen para su honra y gloria. De sus filas surgen vocaciones para el seminario y para la vida religiosa.

5. Deseo dirigir hoy mi pensamiento a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se dedican, muchas veces con inmensas dificultades, a la difusión de la verdad evangélica. De entre ellos, muchos colaboran o participan activamente en las asociaciones, en los movimientos y en otras realidades nuevas que, en comunión con sus pastores y de acuerdo con las iniciativas diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como valiosa experiencia y propuesta de vida cristiana.

En las diversas visitas pastorales y en los viajes apostólicos he podido apreciar los frutos de esta presencia en muchos campos de la sociedad, en el mundo del trabajo, de la solidaridad internacional con los más necesitados, del compromiso ecuménico, de la fraternidad sacerdotal, de la asistencia a las familias y a la juventud, y tantos otros. Es una realidad que representa la multiforme variedad de carismas, métodos educativos, modalidades y finalidades apostólicas, vivida en la unidad de la fe, la esperanza y la caridad, en obediencia a Cristo y a los pastores de la Iglesia. En la práctica, "deben actuar como verdaderos instrumentos de comunión en el seno de la Iglesia, dando prueba tanto de una sincera y efectiva colaboración mutua para afrontar los desafíos de la nueva evangelización, como de una indispensable sintonía con los objetivos indicados por los obispos, sucesores de los Apóstoles, en las diversas Iglesias locales" (Mensaje para el Encuentro nacional de movimientos laicales, Lisboa, 28 de marzo de 2000).

6. Conozco el esfuerzo de vuestras diócesis por alcanzar estos objetivos. Uno de los factores que conviene destacar en vuestro sentire cum Ecclesia es que la presencia de las nuevas realidades suscitadas por el Espíritu, los movimientos y las asociaciones laicales en vuestras Iglesias particulares, sirve para "participar responsablemente en la misión que tiene la Iglesia de llevar a todos el Evangelio de Cristo como manantial de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad" (Christifideles laici, 29).

A veces se puede correr el riesgo de un ofuscamiento o miopía con respecto al valor trascendente que el fenómeno asociativo va cobrando hoy en la vida de la Iglesia. Ya he afirmado que existe "una razón eclesiológica, como abiertamente reconoce el concilio Vaticano II, cuando ve en el apostolado asociado un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo" (ib.); y no sólo:  esa gran asamblea puso de relieve lo que definió como auténtico "derecho de fundar y dirigir asociaciones, y de inscribirse en las fundadas" (ib.).

Naturalmente, la autoridad diocesana debe respetar y examinar siempre los criterios de eclesialidad para una inserción adecuada de esas nuevas realidades, de acuerdo con las necesidades pastorales, no sólo de la propia Iglesia particular, sino también de la Iglesia universal (cf. ib., 30). A todas esas realidades se les exige, ciertamente, una comunión cada vez más sólida con sus pastores, puesto que "ningún carisma dispensa de la relación y sumisión a los pastores de la Iglesia" (ib., 24); por otro lado, a estos les compete la función de discernimiento, para juzgar la autenticidad del camino que ellas deberán recorrer en los ámbitos diocesanos. También se puede pensar en estructuras pastorales complementarias, que impliquen una convergencia orgánica entre sacerdotes y laicos.

Con ello se busca orientar los esfuerzos hacia las metas que realmente están inscritas en la pastoral diocesana y, en último análisis, en la mente del Sucesor de Pedro y del Magisterio correctamente aplicado; pero es preciso evitar también el peligro de dispersión de las fuerzas vivas en objetivos diferentes de la "preocupación por todas las Iglesias" (2 Co 11, 28). En este sentido, quisiera atraer vuestra atención hacia el deseo, manifestado en ciertos sectores, de transformar en conferencia el Consejo nacional de laicos, como instancia paralela a la Conferencia nacional de los obispos de Brasil. Pretender crear un organismo autónomo, representativo de los laicos, sin referencia a la comunión jerárquica con los obispos, constituye un defecto eclesiológico con implicaciones graves y fácilmente detectables. Por eso, confío en vuestra diligencia para prevenir a los fieles contra tales iniciativas.

7. Asimismo, el papel fundamental que desempeñan los laicos en la misión de la Iglesia fue puesto de relieve, como sabemos, en el concilio Vaticano II y en numerosos documentos posconciliares.
Los laicos, dice la Lumen gentium, "están llamados, como miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas (...) al crecimiento de la Iglesia" (n. 33), a su expansión entre los hombres y entre los pueblos. Aún más explícito y categórico es el Decreto sobre el apostolado de los laicos, que reafirma que "los laicos tienen un específico papel activo en la vida y la acción de la Iglesia" (Apostolicam actuositatem, 10). Por eso, su actividad apostólica no es facultativa, sino un deber estricto que corresponde a cada fiel, por el simple hecho de estar bautizado. Todos "han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, fomentar en sí mismos un espíritu verdaderamente católico y consagrar sus energías a la obra de evangelización" (Ad gentes, 36).

La misión es única, pero el modo de realizarla es diferente, conforme a los dones distribuidos por el Espíritu a los diversos miembros de la Iglesia. La acción de los laicos es indispensable para que la Iglesia se pueda considerar realmente constituida, viva y operante en todos sus sectores, convirtiéndose plenamente en signo de la presencia de Cristo entre los hombres. Esto supone un laicado maduro, en plena comunión con la jerarquía y comprometido a encarnar el Evangelio en las distintas situaciones en que se encuentre.

La función de los pastores consiste en estimular y canalizar los esfuerzos de sus diocesanos, pues se trata de una verdadera obra misionera evangelizadora, tal como fue transmitida por el Redentor a su Iglesia. Como maestros en la fe, confirman en sus diocesanos el respeto a las leyes canónicas de la Iglesia, procurando orientarlos también para que cumplan las leyes del Estado, porque "no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por la lengua, ni por la organización política" (Carta a Diogneto, 5:  PG 2, 1173); sí se distinguen por la fe y la esperanza cristianas, y por la pureza de vida

8. Con mayor razón, es necesaria una diligente y atenta pastoral de la juventud, llamada a testimoniar los valores cristianos en el nuevo milenio. No está de más reafirmar que los jóvenes son el futuro de la humanidad. Preocuparse por su maduración humana y cristiana representa una valiosa inversión para el bien de la Iglesia y de la sociedad. De aquí la convicción de que la "pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los pastores y de las comunidades" (Ecclesia in America, 47).

Como sabemos, la juventud brasileña caracteriza la vida nacional no sólo numéricamente, sino también por la influencia que ejerce en la vida social. Además del arduo problema del acompañamiento del menor privado de la dignidad y de la inocencia, existen los problemas vinculados a la inserción en el mundo laboral; el aumento de la criminalidad juvenil, en gran parte condicionado por la situación de pobreza endémica, por la falta de estabilidad familiar y por la acción, a veces nociva, de ciertos medios de comunicación social; la emigración interna en busca de mejores condiciones de vida en las grandes ciudades; y la preocupante implicación de los jóvenes en el mundo de la droga y de la prostitución; esos problemas constituyen factores prioritarios de vuestra solicitud pastoral.

Los jóvenes no son indiferentes a lo que enseña la fe cristiana sobre el destino y el ser del hombre. Aunque no faltan ideologías -y personas que las sostienen- que permanecen cerradas, existen en nuestra época aspiraciones elevadas que se mezclan con actitudes mezquinas, heroísmos y cobardías, idealismos y desilusiones; criaturas que sueñan con un mundo nuevo, más justo y más humano. Por eso, "si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger su mensaje, aunque sea exigente y esté marcado por la cruz" (Novo millennio ineunte, 9).

9. Antes de terminar este encuentro fraterno, dirijo, en forma de oración, un recuerdo especial a los obispos fallecidos, para que el Dios de misericordia los recompense con el premio eterno de su gloria. Al mismo tiempo, expreso profunda estima y fraternidad a los obispos que han dejado el servicio activo de las diócesis durante este largo quinquenio, y les renuevo aquí mi gratitud; con su presencia y su ejemplo de fe y santidad siguen siendo una verdadera bendición para la Iglesia peregrina. Que el Espíritu Santo sacie a todos con la abundancia de sus consolaciones.

María santísima, nuestra Madre, os proteja en el camino de la vida y os ampare en las dificultades de vuestro ministerio. Con estos deseos, os concedo de corazón a cada uno mi bendición apostólica, extendiéndola a vuestros sacerdotes y colaboradores, a los diáconos y a las familias religiosas, a los seminaristas y a todos los fieles de vuestras diócesis.



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