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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA ANUAL
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA


Martes 29 de abril de 2003

 

Señor cardenal;
queridos miembros de la Pontificia Comisión Bíblica:

1. Con mucha alegría os acojo en este encuentro, que tiene lugar con ocasión de vuestra sesión romana anual de trabajo, en la que lleváis a progresiva y orgánica maduración las investigaciones que cada uno ha realizado. Doy las gracias al cardenal Joseph Ratzinger, que ha querido hacerse intérprete de vuestros sentimientos comunes.

Dos motivos hacen que este encuentro sea particularmente importante:  la celebración del centenario de la institución de vuestra Comisión y el tema en el que estáis trabajando durante estos años. La Pontificia Comisión Bíblica sirve a la causa de la palabra de Dios según los objetivos que le fijaron mis predecesores León XIII y Pablo VI. Ha caminado con los tiempos, compartiendo dificultades y anhelos, tratando de captar en el mensaje de la Revelación la respuesta que Dios da a los graves problemas que en cada época turban a la humanidad.

2. Uno de estos problemas es el objeto de vuestra investigación actual. Lo habéis resumido en el título "Biblia y moral". A los ojos de todos se presenta una situación paradójica:  el hombre de hoy, defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras.

La escucha atenta de la palabra de Dios tiene para esta situación respuestas que se expresan plenamente en la enseñanza de Cristo.

Queridos profesores y estudiosos, deseo estimularos en vuestro trabajo, asegurándoos que es muy útil para el bien de la Iglesia. Para que los frutos de vuestro esfuerzo sean abundantes, os aseguro mi oración y os acompaño con la bendición apostólica.

 



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