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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DEL SÍNODO PATRIARCAL COPTO CATÓLICO
DE EGIPTO EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 30 de agosto de 2003

 

Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado: 

1. Os acojo con gran alegría a vosotros, que venís a realizar vuestra visita ad limina, yendo a rezar ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, testigos unidos por la fidelidad a Cristo hasta el derramamiento de su sangre, y viniendo a manifestar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro. Agradezco a vuestro patriarca, Su Beatitud el cardenal Stéphanos II Ghattas, sus amables palabras, que me permiten compartir vuestras alegrías, vuestras dificultades y vuestras esperanzas de pastores. Me alegra saludar en particular a aquellos de entre vosotros que participan por primera vez en esta rica experiencia de comunión en la fe y en el servicio al Señor. Junto con vosotros, doy gracias a Dios por todas las comunidades cristianas de Egipto, herederas del primer anuncio del Evangelio realizado por san Marcos, y recuerdo con alegría y emoción mi peregrinación jubilar a El Cairo y al monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. Allí se comprende mejor el arraigo singular de la revelación cristiana en aquella región del mundo y su vínculo intrínseco con el primer Testamento.

2. Al comienzo de nuestro encuentro, quiero animaros en vuestra misión específica de pastores. Por la ordenación sacramental, sois obispos, sucesores de los Apóstoles y primeros responsables, juntamente con el Sucesor de Pedro, del anuncio de la buena nueva al mundo entero. Conozco el gran interés que tenéis por hacer de las comunidades cristianas confiadas a vosotros comunidades vivas, que sean verdaderos testigos del Evangelio "con obras y según la verdad", como nos invita a hacer el apóstol san Juan (1 Jn 3, 18). En el seno de la sociedad egipcia, tan rica en historia y cultura, y fuertemente marcada por la presencia del islam, sabéis que el testimonio más importante es el de la vida diaria, centrada en el doble mandamiento del amor a Dios y el amor al prójimo

Juntamente con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y con todos los laicos que viven en medio del mundo, queréis testimoniar ante todos la grandeza y la belleza de la vida humana, llamada a servir a la gloria de su Creador y a compartirla un día en la alegría del mundo futuro. Al inicio del tercer milenio, el campo de la misión está ampliamente abierto para la Iglesia, que quiere  ser  la  voz de los pequeños y los pobres, que quiere oír la llamada de todos los que aspiran a la paz, que quiere acoger a los refugiados que no tienen país ni hogar, y ponerse así al servicio de la verdadera dignidad de todo hombre.

Deseáis legítimamente que la Iglesia en Egipto se abra a la universalidad, unida a la comunión eclesial, anhelando dar y recibir, en un intercambio permanente, el tesoro común de la fe. Os aliento vivamente a proseguir el trabajo fraterno que se lleva a cabo en el seno de la asamblea de los obispos católicos de Egipto, cuando os reunís obispos de ritos diferentes para ayudaros mutuamente en el cumplimiento de vuestras responsabilidades de pastores y para fortalecer juntos los vínculos de la auténtica unidad católica. Sabed que el Papa os acompaña en esta noble tarea de colaboración fraterna, que sirve al bien de todos vuestros fieles, y que expresa y construye la comunión eclesial.

3. Los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores en el ministerio, y sé que apreciáis su trabajo pastoral y su disponibilidad al servicio de sus hermanos. A menudo están muy dedicados a una pastoral de cercanía a los fieles, que los convierte en padres de sus comunidades, al preocuparse de visitar a las familias, compartir sus dificultades y esperanzas, y sostenerlas en su vida diaria. Aseguradles la viva gratitud del Papa por el hermoso testimonio de su caridad pastoral. Impulsadlos a seguir formándose mediante el estudio de la palabra de Dios y la contemplación de los misterios de la fe, sabiendo utilizar los medios que el magisterio de la Iglesia universal ha puesto a disposición de todos, en especial el Catecismo de la Iglesia católica. Con cursos de formación permanente adaptados, ayudadles a conocer mejor el mundo contemporáneo, que se caracteriza por intercambios cada vez más numerosos e incesantes, para que comprendan mejor sus dificultades y sus expectativas, y encuentren medios nuevos para anunciarle a Cristo. Mediante su ministerio sacramental, centrado en la Eucaristía, que da vida a la Iglesia (cf. Ecclesia de Eucharistia, 21), pero también mediante una vida de oración personal, marcada por el Oficio divino, que es la oración de la Iglesia, y alimentada con los encuentros que suscita el ministerio pastoral, han de ser, a ejemplo de Cristo, los intercesores de toda la comunidad ante Dios. Junto con vosotros, deseo que todos los sacerdotes tengan condiciones de vida dignas y sobrias, y gocen, en la medida de lo posible, de la misma protección y asistencia en el campo social, a pesar de las diferencias de bienes económicos que pueden existir entre vuestras diócesis y que os exhorto a compensar por medio de la comunión fraterna.

4. Vuestra Iglesia tiene la suerte de contar con un número suficiente de sacerdotes y de poder ordenar otros cada año, gracias a las vocaciones aún numerosas y al trabajo realizado por el seminario mayor de Maadi. Quiero dar las gracias al equipo de formadores, al que invito a proseguir con celo y devoción su trabajo de discernimiento y preparación de los futuros pastores, para el bien de todas las Iglesias católicas de Egipto, puesto que el seminario es interdiocesano e interritual. Sé que también os esforzáis por poner en práctica, en todas vuestras eparquías, una verdadera pastoral de las vocaciones, que asegurará en el futuro la permanencia de la llamada del Señor y de la Iglesia en medio de los jóvenes, no sólo por lo que concierne a las vocaciones de los sacerdotes diocesanos, pastores indispensables del pueblo cristiano, sino también por lo que respecta a las vocaciones a la vida consagrada, tanto masculina como femenina. En la Iglesia universal, muchos países sufren actualmente una crisis duradera de vocaciones y la falta de sacerdotes. Por eso, los que, gracias a Dios, no sufren esa crisis deben cultivar con esmero este bien precioso del Señor para su Iglesia y, quizá también, prepararse para compartirlo, participando en la misión en otras Iglesias de otras tierras.

5. Como me gusta afirmar a menudo, los jóvenes son el futuro de la Iglesia, y esto es especialmente verdad en vuestro país, rico ante todo por su juventud. Por tanto, se les debe ayudar a prepararse para sus responsabilidades futuras mediante una educación adecuada. La escuela católica, con su gran experiencia, se dedica a ello de una manera muy particular, proporcionando a las jóvenes generaciones una formación humana equilibrada y sana, capaz de darles puntos de referencia duraderos, sobre todo en el campo moral. Debe asegurarles también una formación cristiana sólida, fiel al espíritu y a las normas de la enseñanza catequística preparada por los obispos, que son los primeros responsables de ella, como lo son igualmente de la escuela católica misma. También las parroquias y las diócesis, en su ámbito, pueden proponer a los jóvenes cristianos programas de formación catequística, moral y espiritual, que les permitan profundizar de modo adecuado en su fe personal y los impulsen a ir más lejos en sus compromisos.

6. La importancia de las religiosas y los religiosos en vuestras diócesis es considerable, ante todo por el testimonio específico que dan de la prioridad del amor de Dios en toda vida cristiana, a través de la profesión de los consejos evangélicos, que los consagran totalmente al Señor. Su participación activa en la pastoral de vuestras diócesis no es menos valiosa, sobre todo en las escuelas católicas, en las parroquias, en el campo de la salud y de las obras caritativas y sociales, pero también en los campos más específicos de la investigación teológica, la pastoral de la cultura y el diálogo interreligioso. Les doy vivamente las gracias por ello, y me complace la excelente colaboración que caracteriza las relaciones entre vuestras diócesis y las congregaciones y los institutos religiosos que son acogidos en ellas para el bien de todos. Saludo, en particular, a las comunidades de religiosas, a menudo pequeñas y esparcidas en vastos territorios, dado que quieren asegurar al pueblo cristiano el apoyo de su oración y la asistencia de su trabajo apostólico, en las escuelas o en los dispensarios que ponen a disposición de la población, sin ninguna distinción de raza o religión, manifestando así el carácter  universal del amor de Cristo. Necesitan  también  todo  vuestro  apoyo para continuar creciendo espiritualmente en el amor al Señor, mediante la oración, la  escucha  de la palabra de Dios y el servicio humilde y atento a sus hermanos.

7. La Iglesia católica que está en Egipto no reivindica para sí misma ninguna ventaja particular, sino sólo el derecho de poder vivir, en el seno de la nación, de la gracia que el Señor le ha hecho al llamarla a su servicio. Me complace el importante trabajo que la Iglesia católica realiza dentro de la sociedad egipcia en el campo socio-educativo, al servicio de la promoción de la mujer, de la asistencia a la maternidad y a la infancia, y de la lucha contra el analfabetismo, contribuyendo así al desarrollo del país.

Os exhorto a mantener buenas relaciones con los hermanos cristianos de otras confesiones, en especial con la Iglesia copta ortodoxa, y a promover, por lo que os concierne, el espíritu de un auténtico diálogo ecuménico. No os desaniméis ante las dificultades presentes o futuras; al contrario, mantened firme el deseo de ser fieles al mandato del Señor:  "Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34), conscientes de que los vínculos de la caridad fraterna no impiden actuar en conformidad con la verdad y la justicia, sino que, al contrario, lo exigen.

El diálogo con el islam es especialmente importante en vuestro país, donde es la religión de la mayoría de los habitantes, pero reviste también un carácter ejemplar para el diálogo entre las grandes religiones del mundo, particularmente necesario después de los trágicos hechos vinculados al terrorismo, que han marcado el comienzo del tercer milenio y que la opinión pública puede sentir la tentación de achacar a causas de origen religioso. Quiero recordar cuán esencial es que las religiones del mundo aúnen sus esfuerzos para denunciar el terrorismo y para trabajar juntas al servicio de la justicia, de la paz y de la fraternidad entre los hombres.

8. Por intercesión del evangelista san Marcos, invoco sobre vosotros la protección materna de la Virgen María, tan venerada entre los cristianos de Egipto, y pido al Señor que os colme de los dones de su Espíritu. "Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 2-3). Queridos hermanos en el episcopado, llevad a todos vuestros fieles el cordial saludo y el aliento paterno del Sucesor de Pedro. A todos imparto una afectuosa bendición apostólica.

 



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