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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA 32ª CONFERENCIA MUNDIAL DE LA FAO*

 

Señor presidente;
señor director general;
excelencias; señoras y señores:

1. Me alegra daros la bienvenida a vosotros, distinguidos participantes en la 32ª Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura. Saludo cordialmente al honorable Jim Sutton, ministro de Agricultura de Nueva Zelanda, que preside esta sesión, y al director general, señor Jacques Diouf. Nuestro encuentro me permite expresar el aprecio de la Iglesia católica por el importante servicio que la FAO presta a la humanidad.

Hoy este servicio es más urgente que nunca. El hambre y la desnutrición, agravadas por la creciente pobreza, representan una grave amenaza para la coexistencia pacífica de los pueblos y las naciones. Con sus esfuerzos por combatir la inseguridad alimentaria que afecta a vastas áreas de nuestro mundo, la FAO da una significativa contribución al progreso de la paz mundial.

2. Dada esta estrecha relación entre hambre y paz, es evidente que las decisiones y las estrategias económicas y políticas deben guiarse cada vez más por un compromiso en favor de la solidaridad global y del respeto de los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a una alimentación adecuada. La dignidad humana misma corre peligro cuando un estrecho pragmatismo, separado de las exigencias objetivas de la ley moral, lleva a decisiones que benefician a unos pocos afortunados, ignorando los sufrimientos de amplios sectores de la familia humana. Al mismo tiempo, en conformidad con el principio de subsidiariedad, personas y grupos sociales, asociaciones civiles y confesiones religiosas, gobiernos e instituciones internacionales, están llamados, según sus competencias específicas y sus recursos, a participar en este compromiso de solidaridad promoviendo el bien común de la humanidad.

3. Así pues, espero que el esfuerzo de la FAO por establecer una Alianza internacional contra el hambre dé frutos en opciones prácticas y en decisiones políticas fundadas en la convicción de que la humanidad es una sola familia. Como en toda familia, hay que preocuparse sobre todo por los desfavorecidos y necesitados. El mundo no puede permanecer sordo a la súplica de quienes piden el alimento que necesitan para sobrevivir.

4. Con esta convicción, expreso mis mejores deseos y mi oración para que esta Conferencia ayude a la FAO a proseguir cada vez con mayor éxito sus nobles propósitos y objetivos. Sobre todos vosotros invoco de corazón las bendiciones divinas de sabiduría, perseverancia y paz.


* L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.50, p.14.

 



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