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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL REGIONAL
DEL NORTE DE ÁFRICA (CERNA) EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 22 de febrero de 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio: 

1. Os acojo con alegría, pastores de la Iglesia de Cristo en la región del norte de África, que venís en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Doy las gracias a monseñor Teissier, arzobispo de Argel y presidente de vuestra Conferencia episcopal, que acaba de expresar en vuestro nombre las esperanzas que os animan y las dificultades que encontráis, así como la solidaridad profunda que os une a vuestros pueblos. Deseo que esta visita, que manifiesta vuestra comunión fraterna con el Obispo de Roma, sea para todos vosotros un apoyo y la ocasión de un dinamismo renovado, a fin de que cumpláis siempre con valentía la tarea del ministerio apostólico en vuestras diócesis. Sed también entre todos vuestros fieles los testigos de la solicitud del Papa por la Iglesia de los países del Magreb.

2. El mundo en que vivimos se caracteriza por una multiplicación de intercambios, por una interdependencia más fuerte y por la apertura cada vez mayor de las fronteras:  es el fenómeno de la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, que las naciones deben aprender a gestionar de manera constructiva. Por lo que la concierne, la Iglesia católica conoce bien la dimensión universal, que constituye su identidad. Desde el día de Pentecostés (cf. Hch 2, 8-11), sabe que todas las naciones están llamadas a oír la buena nueva de la salvación y que el pueblo de Dios está presente en todos los pueblos de la tierra (cf. Lumen gentium, 13). Vuestras diócesis han sido siempre sensibles a esta dimensión de la catolicidad y al vínculo vital que las une a la Iglesia universal, dado que los pastores y los fieles provienen de diversos países. Pero esta realidad ha cobrado una dimensión nueva en vuestra región, durante estos últimos años, con el desarrollo de las relaciones y los intercambios entre el norte y el sur del Sáhara. Por múltiples razones, muchos hombres y mujeres originarios de los países del África subsahariana, a menudo cristianos, se han establecido en los países del Magreb, donde permanecen temporalmente. Vuestra Conferencia episcopal, la CERNA, ha organizado recientemente, con los obispos de las regiones del sur del Sáhara, una reflexión pastoral sobre este tema. Os felicito por la calidad y la importancia de este trabajo, y os invito a proseguirlo y a intensificarlo, pues estoy convencido de que este "intercambio de dones" es una gracia de enriquecimiento y de renovación para todas las partes implicadas.

3. Estad profundamente arraigados en el misterio de la Iglesia. Cristo la envía a llevar a los hombres la buena nueva del amor de Dios. Como recuerda justamente el concilio Vaticano II, "este pueblo mesiánico, aunque de hecho aún no abarque a todos los hombres y muchas veces parezca un pequeño rebaño, sin embargo, es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Cristo hizo de él una comunión de vida, de amor y de unidad, lo asume también como instrumento de redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra" (Lumen gentium, 9).

Con este espíritu, os invito a valorar las riquezas de las diferentes tradiciones espirituales que han alimentado la historia cristiana de vuestros países, desde la antigüedad hasta el gran impulso misionero de los dos últimos siglos. Esas riquezas han destacado y puesto de relieve diversos aspectos del tesoro del Evangelio:  el sentido de la comunidad y el gusto por la comunión fraterna, el signo de la pobreza y la disponibilidad hacia el prójimo, la escucha atenta del otro y el sentido de la presencia discreta y afectuosa, y la alegría de anunciar y compartir la buena nueva. Estas riquezas espirituales, vividas con fidelidad por las familias religiosas que participan en la vida de vuestras diócesis, siempre pueden dar fruto para bien de vuestras comunidades. Asimismo, no temáis acoger la novedad que pueden aportar los hermanos y las hermanas procedentes de otros continentes o de otras culturas, con espiritualidades y sensibilidades diferentes. La Iglesia siempre se alegrará de ser, a imagen de la primera comunidad de Jerusalén, una comunidad fraterna donde cada uno puede encontrar su lugar, al servicio del bien común (cf. Hch 2, 32).

4. A este respecto, vuestras relaciones subrayan la presencia importante y activa en vuestras diócesis de jóvenes que han llegado de los países subsaharianos para un período de estudios en las universidades de vuestros países. Su acogida y su participación en la vida de las comunidades cristianas manifiestan claramente que el Evangelio no está vinculado a una cultura. Habéis realizado importantes esfuerzos de atención pastoral destinados a estos jóvenes, para ayudarles a superar su aislamiento, y les habéis propuesto una formación cristiana sólida, a fin de que crezcan en la fe.

5. Destacáis, queridos hermanos, la buena calidad de las relaciones entre los cristianos de vuestras comunidades y la población musulmana, y quiero congratularme por la buena voluntad de las autoridades civiles con respecto a la Iglesia. Todo esto es posible gracias al conocimiento recíproco, a los encuentros de la vida diaria y a los intercambios, sobre todo con las familias. Seguid impulsando estos encuentros día a día como una prioridad, ya que contribuyen a transformar, en una parte y en otra, las mentalidades, y ayudan a superar las imágenes estereotipadas que muy a menudo transmiten aún los medios de comunicación social.

Acompañados de diálogos oficiales, importantes y necesarios, entablan vínculos nuevos entre las religiones, entre las culturas y sobre todo entre las personas, y acrecientan en todos la estima por la libertad religiosa y el respeto mutuo, que son elementos fundamentales de la vida personal y social. Revelando los valores comunes a todas las culturas, puesto que están arraigados en la naturaleza de la persona, muestran que "la apertura recíproca de los seguidores de las diversas religiones puede aportar muchos beneficios para la causa de la paz y del bien común de la humanidad" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 16).

También subrayáis que los dramáticos sucesos que vivieron algunos miembros de la comunidad cristiana y compartió la población musulmana no sólo han aumentado la solidaridad humana, sino también la atención al otro y a sus valores religiosos. La experiencia espiritual de la Iglesia, que reconoce en la cruz del Señor la expresión del amor más grande, ha considerado siempre el don de los mártires como un testimonio elocuente y una fuente fecunda para la vida de los cristianos. Es, pues, legítimo esperar también de estos sucesos trágicos frutos de paz y de santidad para todos.

En el camino del diálogo, la atención a la cultura ocupa un lugar importante entre vuestras preocupaciones:  gracias a la apertura o al mantenimiento de centros de estudio y de bibliotecas de calidad, os esforzáis por proponer el acceso al conocimiento de las religiones y las culturas, ofreciendo así a los habitantes de los países del Magreb los medios para redescubrir su pasado.

Me complace, en particular, la feliz iniciativa del congreso dedicado a san Agustín, organizado por las autoridades argelinas, en colaboración con la Iglesia.

6. En toda comunidad cristiana, aunque sea minoritaria y frágil, el servicio de la caridad hacia los más pobres sigue siendo una prioridad, pues es la expresión de la bondad de Dios con todos los hombres y de la comunión que todos están llamados a vivir, sin distinción de raza, cultura o religión. Vivís especialmente esta diaconía en vuestra relación con las personas enfermas o discapacitadas, acogidas y asistidas en los hospitales, o en los centros de atención que los religiosos ponen a disposición de la población. Proseguid también la acogida de los emigrantes, que atraviesan vuestros países del Magreb con la esperanza de llegar a Europa, para ofrecerles en su indigencia y en su condición precaria un momento de descanso y de comunión fraterna. A través de organismos de ayuda, como Cáritas, y en unión con las asociaciones locales, seguid testimoniando la caridad de Cristo, que vino para aliviar a todos los que están agobiados (cf. Mt 11, 28).

7. Sé que vuestros sacerdotes desempeñan su ministerio con gran caridad pastoral y valentía, tratando de estar muy cerca de la población. Les expreso, a través de vosotros, mi profunda estima, exhortándolos a poner cada vez más la Eucaristía en el centro de su vida. Es la fuente diaria donde se alimenta su relación personal con Cristo, y de donde brota la caridad que incrementa sin cesar su oración y su celo misionero, como proclama la Plegaria eucarística IV:  "Acuérdate (...) de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón". En efecto, mediante la participación en la intercesión y en la ofrenda de Cristo se constituye el pueblo de Dios. Invito una vez más a los sacerdotes a estar disponibles a las llamadas de la Iglesia, en función de las nuevas necesidades. Han de esforzarse por cultivar entre sí relaciones fraternas, en el seno del presbiterio diocesano, compartiendo sus experiencias apostólicas, sus diferentes enfoques pastorales y sus descubrimientos espirituale

Saludo cordialmente a los religiosos y a las religiosas, que constituyen frecuentemente el núcleo permanente de la presencia cristiana en vuestras comunidades. Su fidelidad, arraigada en la oración y a veces vivida de manera dramática, es un apoyo esencial para el ministerio de los sacerdotes, como para los laicos que quieren vivir los compromisos de su bautismo. Invito, pues, a los institutos de vida consagrada, a pesar de las dificultades actuales, a mantener y renovar su presencia tan importante en vuestras diócesis.

Animo una vez más a todos los fieles laicos:  unos han permanecido en el país desde su independencia, otros han ido por un tiempo específico de servicio o de estudio; algunos han ido para participar, temporalmente, en el desarrollo económico del país, y otros, en fin, son del país. Los saludo a todos en particular, exhortándolos a alimentar su fe mediante su arraigo en la oración y mediante una formación apropiada; así podrán discernir mejor los signos de la presencia de Cristo y responder generosamente a su llamada. Les aseguro mi oración y mi afecto paterno.

8. Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, como destaca el documento que habéis redactado con ocasión del gran jubileo, Las Iglesias del Magreb en el año 2000, que monseñor Teissier me ha enviado en vuestro nombre, acabamos de entrar en el nuevo milenio, y ya sabemos que el camino hacia la paz está sembrado de obstáculos, que será necesario superar con valentía y perseverancia. También es preciso proseguir con paciencia y determinación el diálogo interreligioso, para vencer la desconfianza mutua y aprender a servir juntos al bien común de la humanidad. El camino hacia la unidad plena de los cristianos exige, asimismo, tiempo y el compromiso de una voluntad firme. Lejos de desanimarnos ante estos desafíos y estas dificultades, hacemos nuestra la confianza del Apóstol:  "El Dios de nuestro Señor Jesucristo (...) ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos" (Ef 1, 17-20). Así, arraigados en el amor de Cristo muerto y resucitado, sed decididos y fuertes para vivir el evangelio de la paz (cf. Ef 6, 15), testimoniando cada día, con vuestra presencia y vuestra acogida del otro, el amor incondicional de Dios a todo hombre.

Pido a la Virgen María, Nuestra Señora de Atlas, que vele sobre cada uno de vosotros y os lleve cada vez más al encuentro de su Hijo divino. De todo corazón os imparto a vosotros, así como a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis, una afectuosa bendición apostólica.

 



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